Y es muy interesante porque a través de la lucidez de Mota podemos ver y aprehender muchas cosas que, por reflejo condicionado de la embacaudora Industria del Entretenimiento, pasan desapercibidas porque la criatura humana es un pozo sin fondo que se pierde en los laberíntos que también sabe cultivar esa Industria.
Y uno de ellos es hacer pasar el ridículo profanante y enajenante por el puente de lo cautivante que puede tener el llamado misterio, la nave del misterio, la goleta del misterio que siempre navega por mares que nos invitan a desarrollar el pathos de Colon, un Colón que, en el caso de Iker Jimenez, se convierte en un tirador de cuchillos de circo que elige a sus víctimas con especial cuidado para que todo salga a escena con la sufciente diversidad de temas para que todos salgan satisfechos de haber podido llenar de arcanos esotéricos sus maletas marineras y vuelvan a embarcarse en el próximo viaje.
Todo esto lo destruye Mota de un plumazo y de manera implacable bajo la mordaz bula del desternillante Humor. A don Iker , naturalmente, le da igual, porque se queda con sus asegurados y fieles clientes de siempre. (De lo contrario ya le hubiése enviado un paquete-bomba por quitarle el pan de su familia...Claro que Mota también tiene que darle de comer a los suyos))
Don Iker trabaja, obviamente, para los Amos del Circo (aúnque de vez en cuándo llame al pusilánime coronel Baños para darnos un baño de antisistema) sobre las ansias insatisfechas de las gentes que siempre prefieren los números aéreos sin redes y la cábala del más allá dónde la razón no puede entrar: pues que se quede en la puerta, se dijo don Iker, y hagamos un gran negocio con ello.
Y dicho y hecho.
