Sin embargo, hay que reconocer que en ninguno de los casos indicados se ha tratado de crisis letalmente terminales, que hicieran tambalear los cimientos del régimen político existente. Ello se debe, sin duda, al hecho de que aunque el aparato institucional de la Monarquía borbónica aparece seriamente cuarteado, los sectores sociales que sufren su deterioro se encuentran políticamente desorganizados y socialmente desarticulados. O dicho de otra forma, el conjunto del corpus social se encuentra incapacitado para dar una respuesta efectiva a su progresivo desvencijamiento.
Esa es la razón por la que las corruptelas atribuidas al monarca emérito pudieron ser sepultadas mediante su precipitada sustitución por su hijo. Pero eso no sucedió solamente con la máxima institución del Estado. Los escándalos en la cúspide del Poder Judicial, por ejemplo, fueron mitigados, sin mayores problemas, por el pase a la reserva de los sujetos implicados en los mismos.
Cuando los Sindicatos institucionales se vieron afectados por los escándalos financieros protagonizados por los burócratas de sus cúpulas, al aparato sindical le bastó con atrincherarse tras sus despachos y continuar negociando con la Patronal como si nada hubiera sucedido. Ni por arriba ni por abajo se cuestionó tal usurpación.
Nada diferente ha ocurrido tampoco con la crisis del sistema de partidos políticos del Régimen del 78, que han sobrevivido a lo largo de 40 años al calor de subvenciones, negocios inconfesables y prebendas de todo tipo. Sus cúpulas son conscientes, ciertamente, de que se hace preciso cambiar algunas de las fachadas del sistema político que les ha servido de refugio durante cuatro décadas, pero sin cuestionar, en ningún momento, la esencia y continuidad del mismo.
Eso puede servirnos para explicarnos las duras divergencias que se están produciendo hoy en el seno del PSOE, uno de los partidos que más ha contribuido a la consolidación del régimen heredado de la dictadura.
La naturaleza de las enconadas rivalidades que se plantean ahora en el PSOE, en IU y en Podemos no se dirimen alrededor de la cuestión nuclear de si acabar o no con un Régimen político impuesto a su muerte por el dictador, sino sobre qué aspectos de su fachada tienen que cambiar para que lo esencial de éste continúe sobreviviendo.
En estas enconadas batallas, naturalmente, unos tratan de sustituir a otros para lograr situarse en las mejores atalayas de la estructura del Estado, pero su coincidencia en los fines estratégicos es absoluta. Y ello sucede así independientemente de cuál sea la volundad personal de tal o cual miembro de la dirigencia de estos partidos.
En realidad, no se trata de otra cosa que del enfrentamiento de tácticas contrapuestas, que tienen como orientación una misma estrategia, una misma finalidad. Esta es una evidencia que aunque a veces aparezca oculta tras el alborotado bullicio mediático, nadie debería perder de vista."
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