A veces, el paso del Tiempo,
la zancada del Tiempo, nos deja nocaut...
como si lo vivido lo hubiése vivido otro por nosotros
y no supiésemos reconocerlo como algo nuestro.
Por ejemplo, cuando escucho esta música,
como una vez formó parte de nuestra historia,
nos preguntamos, ¿vimos una vez alli?;
¿vivimos alli o fue otro el que ocupó mi lugar
sin pedirme permiso?
(En verdad, ¿qué es realmente nuestro?
Tenemos la impresión de que somos clonados
por la cultura de nuestra especie y todo
lo que poseemos es producto de esta clonación;
¿será por eso que a veces sentimos,
mirando hacia atrás, que es el clonado,
y no el yo que nos hemos construído,
el que lleva las riendas de nuestras andanzas?)
Decía Camus que la nostálgia
es el pensamiento del hombre.
Y podría ser que llevara algo de razón
porque cuándo se apodera de nosotros Vertumnus,
"Time loss its power when remembrance redeems the past". Sea lo que sea el rollo dónde nos hemos metido, la cuestión es que White Sandy Beach --de Israel Kamakawiwo'ole-- nos deja nocaut...
Y es que la música, mucho más que las palabras, a los del palimpsesto existencial, a los que acarreamos esas capas geológicas que se van superponiendo unas encima de otras con el movimiento telúrico del caminar, es el fertilizante que hace germinar a las plantas que llevamos dormidas esperando que la apropiada música, la adeuada entonación, las hagan despertar; este es el nocaut del que hablamos, el sui generis fuera de combate que, por otro lado, tenemos que aprovechar para revivir y experimentar aquellas sensaciones del pasado que quedaron embotelladas y ahora nos la trae el mar a aquella misma playa, White Sandy Beach, dónde ahora creemos estar...
