El viejo constructor de velas
solo tenía aguja, hilo y tela,
y troncos de árboles
para engachar sueños y mareas.
Había trabajado desde pequeño,
de la mano de su padre,
y conocía el oficio
desde que naciéra.
El tiempo fue pasando
y se hizo padre, abuelo,
sarmiento doblado en el mar
de sales, orillas y riberas.
Le costó aprender el oficio,
porque todo en la vida cuesta.
Se había hundido dos veces,
una de día,
otra, bajo las estrellas,
por no haber comprendido
el enigma viento y vela
Nunca habia entendido,
en su corazón,
como se puede navegar
contra viento,
contra el ángulo
que enmarca el sentido
dónde las fuerzas nos llevan
...como si se quisiéra ir contra el destino
que nos marca la vida,
la naturaleza.
Un dia decidió hacer su última vela,
y dejar aquel trabajo
del que estaba cansado
para sentarse a recordar y recontar
sus bitacóras y sus estelas.
Despacio, sin prisas,
como si el viaje hubiese llegado
al término de sus esperas,
se puso a coser
con su aguja, sus hilos y sus telas,
y a cantar --con las olas--
viejas canciones marineras
de perdidas novias viajeras.
Ya no tenia prisa
ni látigos interiores que se impusieran.
El mar cada día
estaba mas hermoso,
y nirvanas nímbicos
recorrían el poblado de pescadores
como si los peces
en las redes apareciéran.
Las gentes lo veían,
en la playa,
bajo un sombrajo de catedrales
y umbrías que invitaban
a pararse y acompañarlo
en aquel trabajo callado
que trenzaba paciencia,
maromas, y luciernagas.
Un día quedó terminada la vela,
blanca vela latina
en su mástil alto
de misteriosos vigías.
Y de madrugada se echó al mar,
al mar de todas sus leyendas.
No había nadie en la playa.
El poblado dormía.
Calmas las guas
y silencios presentían.
Poco a poco el horizonte
se lo fue tragando,
alejándose de todo lo que conocía.
El mar y el cielo se fundían
Ya no sabía distinguir
dónde empezaba uno
y dónde el otro terminaría.
Era como si ya,
con los años,
hubiése cruzado ese umbral
que separan las dicotonomias
y todo queda reducido
a una unión arcana
que ensambla
todas las cosas distintas
Poco a poco,
el viento empezo a crecer,
a crecer,
y con cada gran soplo,
él disminuía
bajo aquella colosal fuerza
por la que había cruzado
toda su vida.
Pero su vela resistía.
Se agarró fuertemente al timón,
aquel mágico instrumento
que siempre lo había conducido
hacia el lugar que él quería.
Ahora navegaba contra viento,
puesta bien su quilla,
lo que él nunca había entendido
ni comprendía.
¿Como se puede avanzar
yendo al revés de la fuerza
que nos hace de guía?
Y, de pronto, nunca lo supo explicar,
apareció una voz en aquel Dios Viento
que había sido el mundo sagrado
desde la infancia,
desde que su padre le enseñó
lo que debía.
(No podia hacer nada.
Sólo conducir el timón,
y, contra viento,
regresar lo más pronto
al poblado al que pertenecía)
"Sé que nunca has comprendido
porque se puede navegar
contra mi voluntad"
--El Viento le hablaba
de un más allá
al que nunca
podremos llegar.
¿O era la voz de su Padre?--
"Contra mi fuerza y la dirección
que yo marco desde arriba.
Pero es muy fácil descifrar
éste misterio que te atosiga:
el destino del hombre,
como tu vela,
no está marcado
por el ángulo del Viento
dónde nace,
dónde se cría y respira;
es tú timón, tu quilla,
tu vela, lo que domina,
y lo que le dicta a mi fuerza
donde quieres que yo te diríja..."
¡Ya lo sabía!
¡Ahora se daba cuenta
de que siempre lo había sabido!
¡De que vamos subidos
en el mismo barco
que siempre buscamos!
Por primera vez, desde su infancia,
el viejo constructor de velas,
había descubierto el secreto
del mundo dónde todos navegamos,
contra viento.
En el poblado se quedaron esperándolo
infinitas generaciones de constructores de velas
que no entendían la misma aporía...