Ya quedó completa la trilogía.
El que faltaba era el Papa.
Y ya está aquí,
con sus últimas y lúcidas palabras
que lo aclaran todo,
que lo acunan todo,
y nos llevan por el único camino
que nos puede salvar, el perdón.
Dios perdona los crímenes
"de cualquier género".
No hay nada ni nadie que
"Borre de la memoria o expulse
a las personas del corazón de Dios".
No se puede pedir más.
Si con ésto no hemos quedados iluminados,
nada nos iluminará.
Estabamos equivocados.
¿Cómo hemos podido llegar a pensar,
viéndo esos niños palestinos achicharrados
por el fósforo blanco,
esas barbaridades de que
Dios es un terrorista y el mundo su cómplice,
cómo...?
¿Cómo no habíamos visto que,
por muchos abyectos
y horribles crimenes que cometamos
contra nuestros semejantes...
"detente, no te asustes,
piensa que alguien te espera,
porque nunca ha dejado de recordarte,
de pensarte. Es tu padre, es Dios, es Jesús".
Perdónanos, Cristo.
Nosotros creíamos que eras el Cristo
que nos enseñó el Padre Miguel D'Escoto,
aquel Cristo del Sermón de la Montaña,
aquel Cristo que, una vez,
entrando en una sinagoga
a rezar en Sábado,
le pusieron en sus manos
el rollo del profeta Isaías
y El lo desenrrolló hasta dar con el pasaje:
"El Espíritu del Señor
está sobre mi
para traerle la Buena Nueva
a los pobres,
para redimir a los cautivos
y liberar a los oprimidos"
Estabamos equivocados.
Bueno, por lo menos llegamos
al fín de ésta trilogía con la verdad.
Algo hemos aprendido.
(La frustación, la impotencia,
la rabia, el enfado,
alcanzan a veces tan desesperado estado
que acudimos a la mordacidad
como mecanismo defensivo
para no hundirnos
en la desesperanza y el barro)