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Si tenemos en
cuenta que, desde el término de la segunda Guerra Mundial, la hegemonía de la
reacción imperialista mundial ha ido pasando cada vez más de lleno a manos de los
Estados Unidos, quienes en este sentido han venido a sustituir a Alemania, sera
necesario, en realidad, escribir la historia de la filosofía en aquel país para poder
poner de manifiesto, con la misma precisión con que lo hemos hecho con respecto
a Alemania, de dónde provienen, desde el punto de vista social y en el plano
espiritual, las actuales ideologías del "siglo norteamericano", dónde hay que buscar
las raíces sociales y espirituales de estas ideologías actualmente en boga. Fácil es comprender que semejante empresa requeriría un libro tal vez de las
mismas proporciones que éste, y el autor no se considera, en modo alguno,
llamado a escribir una obra de este tipo (ni siquiera un esbozo
de ella).
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619
ENTRANDO ya en los problemas de fondo, surge inmediatamente, ya en el
momento mismo de iniciar nuestra indagación, esta pregunta: ¿en qué se
manifiestan los nuevos rasgos del período posterior a 1945?
La coalición antifascista se desmorona rápidamente, y las potencias
"democráticas" se entregan con energía cada vez mayor a la "cruzada" contra el
comunismo, recogiendo sin pérdida de momento la bandera central de la
propaganda hitleriana.
También la "cruzada" contra el comunismo, contra el marxismo-leninismo, es
una vieja herencia de la ideología burguesa convertida en reaccionaria. Ya hemos
visto cómo fue Nietzsche quien desplegó en toda la línea la lucha ideológica contra
el socialismo; y hemos visto también cómo esta lucha fue extendiéndose y
agudizándose cada vez más desde 1917, para llegar por último, con Hitler, a su
punto culminante provisional, en el que el nivel espiritual más bajo en que hasta
entonces se había caído se combinaba con la mentira y la provocación (incendio del
Rcichstag) y con la crueldad más salvaje y más bestial (Auschwitz, etc.). Apogeo
provisional de lo más bajo, decintos, pues vemos cómo ahora es rebasado por la
"guerra fría" puesta en escena desde Washington.
Hasta ahora, sólo hemos destacado, como se ve, aquellos rasgos de la ideología
del "mundo libre" acaudillada por Jos Estados Unidos en que se muestra su
coincidencia con el fascismo, por la sencilla razón de que debemos partir de ella
para comprender en su verdadera significación las diferencias que la separan de la
ideología hitleriana.
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Hitler extravió y conquistó a las masas alemanas con su demagogia social y
nacional. Lo que quiere decir que su mito, basado en el ¡rracio-nalismo más
desenfrenado, logró dos cosas. Logró, en primer lugar, encauzar ciertos
sentimientos nacionales del pueblo alemán, de por si legítimos, hacia Ja ideología
de un chovinismo imperialista y agresivo, por los caminos de la opresión y el
aniquilamiento de otros pueblos. Y, en segundo lugar, este mito afianzó la
dominación ilimitada del capitalismo monopolista alemán, de hecho bajo el modo
más reaccionario y bárbaro que pueda imaginarse, pero formalmente bajo un ropaje
demagógico, presentándolo como un orden social radicalmente "nuevo" y
"revolucionario", que trataba mentirosamente de aparecer situado más allá del
dilema de Capitalismo o socialismo.
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El fracaso las ambiciones de Alemania en la primera Guerra Mundial, las consecuencias económicas y sociales
de la derrota y, sobre todo, las que para Alemania tuvo la crisis económica mundial
iniciada en 1929, sacudieron los cimientos del capitalismo alemán. Esta situación
del capitalismo alemán amenazado abrió el camino a la demagogia social de Hitler,
y su demagogia nacional, el programa de una nueva agresión imperialista llevada
todavía más a fondo, pudo fundirse también con la demagogia social, llamando a
Alemania, como "nación proletaria", a la lucha contra los representantes
occidentales del capitalismo monopolista y disfrazando mentirosamente la disputa
mundial entre los imperialista bajo la mentira de una guerra nacional y social de
liberación contra el capital de los monopolios.
Pues bien, ninguno de estos móviles actúa en la política interior ni en la exterior
de los Estados Unidos.
En este país no llegó a verse en peligro la existencia del
sistema capitalista, ni en los más agudos períodos de crisis. La Constitución de los
Estados Unidos fue desde un principio, al contrario de la de Alemania, una
Constitución democrática. Y la clase dominante había logrado allí, especialmente
en el período imperialista, mantener en pie las formas democráticas de tal modo
que se pudiera asegurar con los medios de la legalidad democrática una dictadura
del capital monopolista tan vigorosa por lo menos como la que Hitler lograra con
sus procedimientos tiránicos. Las prerrogativas del Presidente de los Estados
Unidos, el poder de decisión de la Suprema Corte en materia constitucional (bien
entendido que el que un problema se considere o no como tal depende siempre del
arbitrio del capital monopolista), el monopolio financiero sobre la prensa, la radio,
etc., los enormes gastos electorales, que impiden eficazmente la formación y el
funcionamiento de verdaderos partidos democráticos junto a los tradicionales de los
mono' polios capitalistas, y finalmente el empleo de medios terroristas (el sistema
de Lynch), todo contribuye a poner en pie una "democracia" que funciona como
una máquina bien aceitada y que puede lograr, de hecho, sin romper formalmente
con la democracia todo aquello a que aspiraba Hitler. A todo lo cual hay que añadir
la base económica incomparablemente más extensa y más sólida del capitalismo
monopolista en los Estados Unidos
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623
Fácil es, pues, comprender, a la vista de todo esto, que los monopolios capitalistas
de los Estados Unidos no tienen por qué echar mano, para su uso interno, ni podrían
tampoco emplearlos, de recursos equivalentes a los de un "fascismo alemán" o una
"democracia germánica". Para ellos, el sistema ideal de la economía sigue siendo el
capitalismo, y la "libertad democrática" el arquetipo de la organización del Estado y
del régimen de gobierno. Pero hace ya mucho tiempo que el mundo, fuera de los
Estados Unidos, como los norteamericanos más perspicaces y honrados, se vienen
dando cuenta de cómo esa "libertad democrática" puede irse convirtiendo
gradualmente en un sistema de coacción fascista, sin necesidad de implantar ninguna
clase de cambios formales. Para comprender esto, no hace falta, ni mucho menos,
tener una conciencia marxisia. lista evolución a que nos referimos ha sido expuesta
en su novela Entre nosotros no puede suceder eso por un escritor profundamente
burgués como Sinclair Lewis --aunque con muchas ilusiones, cierto es, acerca de la
actitud de la burguesía liberal—, después de haber desenmascarado certeramente
antes, por ejemplo en Elmer Gtmtry, la realidad de un terror fascista
"democráticamente" tolerado y hasta cuidadosamente incubado
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Todo esto explica por qué las condiciones económicas, sociales y políticas de
los Estados Unidos tienen que gestar necesariamente una ideología en cuyo centro
aparece la defensa franca y abierta del capitalismo y de la "libertad" capitalista.
Por tanto, considerado desde el punto de vista filosófico-metodológico, el papel
dirigente de la ideología norteamericana en el campo de la reacción, que hoy es ya
una realidad, significa la ruptura con aquel método que en su desarrollo alemán
hemos llamado la apología indirecta del capitalismo. Método que se ha venido por
tierra como el de la ideología dominante, al derrumbarse Hitler, para dar paso de
nuevo al de la apología directa del régimen capitalista,
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para mayor claridad, mediante los métodos de la defensa del
capitalismo, ya que su forma determina también aquel complejo que persigue la
combinación de los sentimientos nacionales con los intereses del imperialismo. El
problema del capitalismo monopolista sigue ocupando el lugar central de la apología
directa del capitalismo, lo mismo que en la apología indirecta. Y se comprende que
sea así, pues la indignación espontánea de las masas, que toda apologética se
propone como misión fundamental suya aplacar, encauzándola por derroteros
favorables al sistema capitalista, va dirigida precisamente contra los monopolios.
Las masas, que han comprendido ya la íntima relación que los monopolios
guardan con las leyes que rigen la vida del capitalismo, no se dejan fácilmente ganar
por una propaganda apologética. La existencia, la dominación y la expansión de
Jos monopolios representan de por sí una agitación espontánea y cotidiana a favor
del socialismo. Y no sólo entre los directamente explotados, sino también entre los
intelectuales. El de-gaulista Raymond Aron señala en algún Jugar, deplorándola
profundamente, la ineficacia de la propaganda norteamericana entre la intelectualidad francesa e incluso la actitud hostil de ésta frente a ella, aduciendo como razón
la de que "para la mayoría de los intelectuales europeos, el anticapitalismo es mucho
más que una simple teoría económica: es un articulo de fe".
Hitler resolvió este problema con el mayor simplismo: rebautizando los
monopolios alemanes —aunque solamente los alemanes— con la nueva etiqueta
del "socialismo alemán". (La filosofía del i racionalismo extremo se encargaba de
crear la atmósfera espiritual de una fe ciega, necesaria para que este absurdo
pudiera prender.) Los ideólogos del capitalismo monopolista norteamericano no
pueden ni quieren seguir este camino, y ello los coloca ante la necesidad de
presentar el capitalismo monopolista como algo fortuito y contingente, susceptible
de ser eliminado
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Como Hitler aderazaba el capitalismo monopolista bajo una forma "socialista", podía abusar para sus fines de la desesperación y la indignación que en las masas provocaba el hecho de verse explotadas por el cspiialismo. La ideología de las clases dominantes en los Estados Unidos es, por d contrario, la del mantenimiento invariable del capitalismo monopolista; no debe, por tanto, espolear el descontento de las masas, sino, por el contrario, aplacarlo. No cabe duda de que muchos activistas del imperialismo norteamericano se percatan de que la apologética directa del capitalismo monopolista los coloca, para los fines de propaganda, en una situación desfavorable con respecto a La apologética indirecta
de Hitler. Y surgen así, necesariamente, intentos encaminados a descubrir nuevas
formas de apologética indirecta, en consonancia con las condiciones
norteamericanas. ¿Pero, cómo? La contraposición entre la apologélica directa y la indirecta no es una simple cuestión
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—como Hitler—, demagógicamente, negar el capitalismo. También él niega — como Hitler— que la historia plantee el dilema de capitalismo o socialismo. También el afirma —como Hitler— haber descubierto un terlium dalur. Claro está que, pese a toda esta profunda afinidad metodológica, los cambios de los tiempos y la diferencia del medio en que se actúa imprimen su sello sobre el contenido y la forma de ambas construcciones. Hitler pasa por encima del dilema de capitalismo o socialismo con ayuda de un mito ir racionalista provocador de fuertes emociones
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LA CARENCIA de contenido de la apologética directa del imperialismo
norteamericano guarda estrcclia relación con otra diferencia entre ésta y la
apologética indirecta de Hitlcr. Nos referimos a la actitud pública mantenida ante
la religión y las iglesias. El mito hitleriano tenía la pretensión de ser un sustilulivo
directo de la religión, razón por la cual desplegaba una polémica abierta contra el
catolicismo y era, como en su lugar oportuno hemos puesto de manifiesto, una
prolongación demagógica del ateísmo religioso de la filosofía irracionalista. Pues
bien, todos estos motivos se hallan ausentes de la apologética directa actual: ésta,
por el contrario, se apoya muy enérgicamente en todas las iglesias y, especialmente, en el catolicismo; el aparato de propaganda del Vaticano se halla tan
estrechamente vinculado a la "Voz de América" como la Banca di Santo Spirito a
Wallstreet. Y, a esle propósito, debemos advertir que el anticatolicismo de
Rosenberg, en la etapa hitleriana, no debe tomarse tampoco muy al pie de la letra:
no pasaba de ser, en realidad, una finta ideológica destinada a ciertos sectores
sociales, la cual no impedía, ni mucho menos, que el Vaticano y las jerarquías
dirigente de los católicos alemanes prestasen al régimen de Hitlcr un apoyo
eficaz
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"Cuando los tiempos se salen de quicio —dice en alguna parte Lipp-mann—, unos asaltan las barricadas y otros se refugian en los conventos." Ya hemos visto cuáles son las dificultades ideológicas con que tropiezan las barricadas contrarrevolucionarias, y asimismo hemos señalado que no conviene exagerar la ayuda prestada por la religión en sentido ideológico. En cuanto al "convento", ya se sabe que es siempre un síntoma general de decadencia, en los tiempos de crisis: el repliegue ideológico ante las grandes luchas, la negativa a tomar posiciones, sin que signifique gran cosa, cuando se investiga a fondo la ideología de la evasión —
cosa que no tenemos la posibilidad de hacer aquí—, el matiz de si se trata de un
convento budista-ateísta o de un monasterio católico. Mucho más que esto importa
la tendencia de la fuga. Pues sería falso
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También Toynbee recurre, para describir
este tránsito, a símiles puramente mitológicos, método que trata de razonar con las
siguientes reflexiones "gnoseológicas": "Como mejor puede describirse dicho
fenómeno es por medio de estas imágenes mitológicas, Jas cuales no se ven
alteradas por las contradicciones que se presentan cuando se trata de traducir la
afirmación a términos lógicos. En la lógica, si el universo de Dios es perfecto, no
puede existir a su lado un demonio, y sí éste existe, Ja perfección que el demonio
viene a corromper sería ya incompleta por el simple hecho de su existencia. Esta
contradicción lógica y lógicamente insoluble, es trascendida intuitivamente por Ja
fantasía del poeta y del profeta..." Por donde la mitología se convierte, pero de una
forma más burda y más primitiva que en el Schclling de la última época, en "la
forma intuitiva para comprender y expresar Jas verdades universales". Como se ve,
la eliminación de! irra-cionalismo biológico de Spengler da como resultado un
desbarajuste, si cabe, todavía más caótico. lil descenso general de nivel que
observábamos en Spengler, comparado con Nietzsche y con Dilthey, se revela
también claramente en Toynbee con respecto a Spengler.
No vale la pena, como se comprende, de entrar en los detalles ele la concepción
de Toynbee. Destacaremos solamente, antes de seguir adelante, un momento,
donde se revela claramente, en el punió decisivo de su filosofía de la historia, el
entronque entre ésta y la que se apoya en el cristianismo. Toynbee sólo ve la salida
a la crisis actual en la enseñanza de Cristo: "Quien a hierro mata, a hierro muere."
Pero su exhortación va dirigida solamente al proletariado, al "exterior" y al
"interior" (otro de los descubrimientos que Toynbee hace en toda la historia y que
no es tampoco más que una grandilocuente imitación de la teoría fascista de las
"naciones proletarias"), pero no a las clases dominantes, cuyo empleo de la
violencia es perfectamente conciliable, al parecer, con el cristianismo.
Si nos detenemos ahora a contemplar en su conjunto la situación ideológica, tal
como queda esbozada, surge ante nosotros, por sí misma, esta pregunta: ¿qué
margen puede quedar aquí para ninguna clase de originalidad, de profundidad o de
influencia? Y la respuesta tiene que ser totalmente negativa. Y no se crea que
somos nosotros solos quienes opinamos así. Escuchemos a un ideólogo de la
decadencia tan significado y tan amigo de los Estados Unidos como Dcnís de
Rougemont: "Desgraciadamente, esta rebelión de la cultura contra el mundo que
nos rodea no ha logrado, hasta hoy, ninguna repercusión directa. Ha quedado circunscrita a una pequeña minoría de gentes escogidas, cada vez más aisladas de la
generalidad y más al margen de la realidad política, social y económica, que
obedece a sus propias leyes, cada día más inaceptables para el espíritu. Entre el
hombre de negocios, el político o el proletario...
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.....de una parte, y de otra un Rílkc o un Hcidegger no existe ya un Jen-guaje común,
una idea común acerca de la meta o del valor de Ja vida o de ía sociedad. Lo que
Jos une son más bien palabras vagas, como Jas de libertad, democracia o justicia, a
Jas que cada cual da un significado distinto. No existe ya ninguna autoridad
reconocida por todos, cjue pueda proclamar 'Ja verdad' y apJicar una pauta
valorativa común. Casi todo ío que hoy acaece en Europa se halla de un modo o de
otro en contradicción con Jo que es bueno y justo con arreglo a las distintas
ortodoxias, a la moral burguesa o a los criterios intelectivos."
Pero ci prestigiado escritor no se contenta con Ja citada aseveración, sino que
pone un ejemplo muy ilustrativo de la ineficacia de la única ideología estimada por
el y cuyo héroe es otro autor prominente de la misma tendencia; Koestler. íste
recibió, después de publicar una de SUS novelas anticomunistas, una serie de cartas
de estudiantes, de entre las que Kougemont entresaca las siguientes significativas
palabras: "Creo que pinta usted muy bien Jo que es el stalinismo. Tan bien, que voy
a darme de alta en cJ Partido Comunista, pues una disciplina así es Ja que yo he
buscado siempre."
Y este fracaso, esta impotencia, no puede extrañamos. Para explicarla, no basta con
la palabra "desesperación" como contenido de esta ideología, pues ya veíamos cómo Ja
desesperación heideggeriana pudo ser, in' cluso, uat preparación directa para el
hitlerismo. Y a parecidos resultados podría conducir, hoy, digamos. Ja concepción de
un Graham Green. Pero aquí se trata de algo distinto, de algo más y de aJgo más
concreto. No de una simple desesperación general de toda actividad humana; desde
Schopenhauer hasta Heidegger, esta desesperación general ha empujado a las gentes al
campo de )a reacción o, por Jo menos, a la colaboración con él. Los Rougemont, los
Kocstlcr y tantos más no se manifiestan solamente desesperados en general; sus dudas,
su desesperación van dirigidas, sobre todo, precisamente contra el "mensaje de alegría"
que han venido a proclamar: contra la defensa del "mundo Jibre".
Escuchemos de nuevo a uno de estos testigos acreditados y de mayor excepción, al
propio Koestler, quien pone en boca de uno de los personajes de su novela The A^e of
Longmg Jas siguientes palabras, en las que se percibe claramente que el personaje se
expresa con mayor sinceridad de lo que el autor se atreve usualmente a hacer: "Creo,
dicho sea incidentalmente, que Ja suerte de Europa está sellada, que un capítulo de la
historia se acerca a su final. Tal es, por así decirlo, m¡ verdad especulativa. Y,
contemplando el mundo a cierta distancia, por ejemplo bajo el signo de la eternidad, no
encuentro que la cosa sea tan inquietante. Lo que ocurre es que creo también en el
postulado moral que ordena luchar contra el mal, aunque Ja lucha sea desesperada. . . Yf
al llegar a este punto, mi verdad especulativa se torna propaganda derro