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PEDRO SANCHEZ RECULA ANTE EL FASCISMO

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ESTE "GAZA" LLEGA DEL CIELO POR LOS MISMOS QUE LO HACEN LLEGAR DESDE TIERRA

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ESTE ES EL CUADRO DE HIENAS Y CHACALES DE LA "CIVILIZACION OCCIDENTAL" POR EL QUE VOTAN LAS GENTES:


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LAS NEUROCIENCIAS ATACAN LA LUCHA DE CLASES

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ESPAÑA: EL GRAN HISTORICIDIO

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EL PAPA 'FRANCISCO' SE CONFIESA

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BOTELLAS HECHAS DE OTRAS BOTELLAS, HUMANOS HECHOS DE OTROS HUMANOS

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LOS DERECHOS HUMANOS BAJO LOS ESCOMBROS ESTAN MAS DERECHOS

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ISRAEL ATACA EL CONSULADO DE IRAN EN DAMASCO

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EL TERRORISMO IMPERIALISTA ACERCANDONOS AL ABISMO-Pinchar en la Imagen y SCROLL DOWN

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ATILIO BORÓN ANALIZA LAS ELECCIONES EN RUSIA SACANDONOS DEL BURDO ENGAÑO


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SI OMITIERAMOS ESTOS HORROROSOS CRIMENES, PARTICIPARIAMOS EN ELLOS, "PARTICEPS CRIMIS"

"NOT FOUND"... ¡MENTIRA!...ES QUE NO QUEREIS QUE VEAMOS EL INFINITO DOLOR QUE ESTAIS CAUSANDO! ARRIBA, PINCHAR EN ESTO: pic.twitter.com/XGlL5BYLTt Y DESPUES: View

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GAZA: ARCOIRIS APAGADO: LA LUZ HAN ASESINADO

¿Quedará todo Impune y nunca más podrán los pájaros volar? "Facit indignation versum"

FREE WORLD TOUR AND COLLAGE

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EL GRAN INFANTICIDIO

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AL GRANO: THE "AMERICAN LEADERSHIP" TIENE QUE SER PARADO O "LOS DAÑOS COLATERALES" SERAN EL COLAPSO

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LOS DAÑOS COLATERALES DE UNA GUERRA NUCLEAR SON LA HUMANIDAD


Fidel leyéndoselo a Michel Chossudovsky cuándo se entrevistaron en La Habana en el 2010

...¿SOMOS AUN CURABLES? NO, POR ESTO:

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¿DONDE EMPIEZA AUSCHWITZ? RESPUESTA: EN GAZA

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POR QUÉ ASESINÓ EL FRANQUISMO A LORCA

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"La situación del capitalismo hoy en día no es solamente una cuestión de crisis económica y política, sino UNA CATASTROFE DE LA ESENCIA HUMANA que condena, meramente, cada reforma económica y política a la futilidad e incondicionalmente DEMANDA UNA TOTAL REVOLUCION" Herbert Marcuse, 1932 (Acotado de: "Marx, Freud, and the Critique of Everyday Life", Bruce Brown; p. 14.) ¿Qué hubiese dicho hoy, 89 años después?

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¿HACIA LA IZQUIERDA O HACIA EL "SPREADING FREEDOM AROUND THE WORLD" DE LA DERECHA?




"UN SISTEMA ECONÓMICO CRUEL


AL QUE PRONTO HABRÁ

QUE CORTARLE EL CUELLO"

Federico García Lorca ('Poeta en Nueva York')

¡ QUÉ GRAN VERDAD !
PORQUE FUÉ ESE MISMO
SISTEMA ECONÓMICO CRUEL,
PRECISAMENTE,
¡ EL QUE LE CORTÓ EL CUELLO A ÉL !


Friday, June 3, 2022

EL EVANGELIO SEGUN FREUD (Y RESPALDADO A POSTERIORI POR LA REALIDAD)

"La sociedad me aceptará en la misma proporción 
que tratará de destuírme"
Freud sabía muy bien con quíen se había metido:
con el TABU del auto-llamado 'homo sapiens':
se atrevió a cruzar la línea roja
de los poderes fácticos establecidos
y pagó las consecuencias.
('Está ahí, pero dejadlo ahí, no traerlo')
El sexómano mono-vestido (A) no perdona,
no puede perdonar, de lo contrario
todo su andamiaje socio-económico
se desmoronaría.

El evangelio según Freud

"DOSTOIEVSKI Y EL PARRICIDIO" (1928 [1927]) SIGMUND FREUD



Ese pájaro de la imagen trata de levantar la misteriosa sábana que envuelve y cubre el iceberg de nuestro inconsciente bajo el cúal el "Yo no es el dueño de su propia casa" , el mismo que enarbola una conciencia tan distanciada de nuestra real vida anímica y pulsional: "¡Tan ajenas a nuestra conciencia son las cosas por las que está gobernada nuestra vida anímica!" -Decía sagazmente Freud-. 
Sobre estos parámetros les presentamos el psicoanálisis de un Monstruo de la Creación Literaria, Dostoievski, llevado a cabo por un Monstruo del Pensamiento, Freud. Y esta es la "Monstruosidad" conjuntada:

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"Las tres obras maestras de la literatura de todos los tiempos tratan del mismo tema, el del parricidio: Edipo Rey, de Sófocles; Hamlet, de Shakespeare, y Los hermanos Karamazov, de Dostoievski. Además, en las tres queda al descubierto como motivo del crimen la rivalidad sexual por la mujer" 

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"DOSTOIEVSKI Y EL PARRICIDIO"  
(1928 [1927])  SIGMUND FREUD


El ensayo consta de dos partes bien definidas. La primera trata del carácter de Dostoievski en general, su masoquismo, su sentimiento de culpa, sus ataques «epileptoides» y su actitud dual en lo atinente al complejo de Edipo. La segunda analiza en especial su pasión por el juego e incluye el relato de una novela breve de Stefan Zweig que esclarece la génesis de esa afición. Como se puede apreciar en la carta posterior de Freud a Theodor Reik que publicamos infra, págs. 192-4, esas dos partes del ensayo están más íntimamente vinculadas de lo que parece a primera vista. Tal vez el ensayo muestre señales de un trabajo «circunstancial» hecho a pedido, pero contiene mucho de interés; por ejemplo, las primeras consideraciones sobre los ataques histéricos desde que escribiera su temprano trabajo acerca de este tema veinte años atrás (1909í!), así como una reformulación de sus últimas concepciones sobre el complejo de Edipo y el sentimiento de culpa, y un esclarecimiento colateral del problema de la masturbación que no ha de hallarse en su anterior examen de este (1912/). Pero, por sobre todas las cosas, tuvo aquí oportunidad de expresar sus puntos de vista acerca de un escritor a quien él ubicó en prímerísima línea. ( James Strachey. Página 174)


En la rica personalidad de Dostoievski, uno distinguiría cuatro fachadas: el literato, el neurótico, el pensador ético y el pecador. ¿Cómo orientarse en medio de esa desconcertante complicación? 

Lo menos dudoso es el literato; él tiene su sitial no muy atrás de Shakespeare. Los hermanos Karamazov es la novela más grandiosa que se haya escrito, y nunca se estimará bastante el episodio del Gran Inquisidor, una de las cumbres de la literatura universal. Por dessdicha, el análisis debe rendir las armas ante el problema del creador literario. Lo más atacable en Dostoievski es el pensador ético. Si se pretendiera tenerlo en alta estima como hombre ético con el argumento de que sólo alcanza el grado supremo de la eticidad quien ha llegado hasta la pecaminosidad más profunda, se pasaría por alto un reparo. 

Etico es quien reacciona ya frente a la tentación interiormente sentida, sin ceder a ella. Pero quien alternativamente peca, y luego, en su arrepentimiento, formula elevados reclamos éticos, se expone al reproche de que arregla las cosas de manera harto cómoda. No ha realizado lo esencial de la eticidad, la renuncia, pues la vida ética es un interés práctico de la humanidad. Se parecería a los bárbaros del tiempo de las invasiones que asesinaban y como penitencia pagaban una multa, con lo cual esta última era directamente una técnica para posibilitar el asesinato.

Iván el Terrible no se comportaba de otro modo; y aun esa componenda con la eticidad es un característico rasgo ruso. Tampoco es glorioso el resultado final de la brega ética de Dostoievski. Tras las más violentas luchas por reconciliar las exigencias pulsionales del individuo con los reclamos de la comunidad humana, aterrizó en sentido retrógrado en el sometimiento a la autoridad así secular como espiritual, en el temor reverencial a los zares y al Dios cristiano, y en un nacionalismo ruso de estrechas miras, estación esta que inteligencias ordinarias habían alcanzado con menor trabajo. Ahí se sitúa el punto débil de esa gran personalidad.

Dostoievski falló en ser un maestro y libertador de los seres humanos, se asoció a sus carceleros; el futuro cultural de los hombres tendrá poco que agradecerle.

Probablemente pueda demostrarse que su neurosis lo condenaba a ese fracaso. De acuerdo con la altura de su inteligencia y la intensidad de su amor por los hombres, habría tenido ante sí otra senda de vida, la senda apostólica. Considerar a Dostoievski como pecador o criminal provoca una violenta protesta, no necesariamente fundada en el juicio filisteo sobre los criminales. Uno se percata pronto del verdadero motivo; en el criminal hay dos rasgos esenciales: el egoísmo sin límites y la intensa tendencia destructiva; común a ambos rasgos, y premisa de sus exteriorizaciones es el desamor, la falta de valoración afectiva de los objetos (humanos). Y de inmediato uno se acuerda de lo opuesto en Dostoievski: su gran necesidad de amor y su enorme capacidad de amar, exteriorizada esta en manifestaciones de extrema bondad, que le valen ser amado y socorrido donde habría merecido el odio y la venganza; por ejemplo, en la relación con su primera mujer y con su amada. Entonces uno no puede menos que preguntarse de dónde viene la tentación de incluir a Dostoievski entre los criminales. 

Respuesta: es la elección temática del creador literario, los caracteres que descuellan por sus rasgos violentos, asesinos, egoístas, lo que indica la existencia de tales inclinaciones en su interior; además, algún elemento fáctico de su vida, como su manía del juego, y acaso también el abuso sexual cometido contra una niña inmadura. -1-

La contradicción se resuelve ínteligiendo que la fortísima pulsión destructiva de Dostoievski, que fácilmente lo habría convertido en un criminal, en el curso de su vida se dirigió sobre todo hacia su propia persona (hacia adentro, en lugar de hacia afuera) y así se expresó como masoquismo y sentimiento de culpa. 

Empero, le restaban a su persona sobrados rasgos sádicos, que se exteriorizaban en su irritabilidad, manía martirizadora, intolerancia aun hacia las personas amadas, y también salían a la luz en la manera en que trataba a sus lectores como autor.

Vale decir, en las pequeñas cosas era sádico hacia afuera; en las cosas mayores, sádico hacia adentro, y por tanto masoquista, o sea el más blando, manso y solícito de los hombres. De la complicación de la persona de Dostoievski hemos espigado tres factores, uno cuantitativo y dos cualitativos: la extraordinaria altitud de su afectividad, la disposición pulsional perversa que debía moverlo a ser un sadomasoquista o un delincuente, y el talento artístico, no analizable. 

La existencia de este conjunto sería perfectamente viable sin neurosis; hay, en efecto, masoquistas plenos no neuróticos. De todos modos, de acuerdo con la relación de fuerzas entre las exigencias pulsionales y las inhibiciones que las contrarrestan (más las vías de sublimación disponibles), habría que clasificar a Dostoievski como uno de esos caracteres llamados "apasionados"(triebhaft).

Pero la situación es perturbada por la copresencia de la neurosis, que, según dijimos, no sería indispensable bajo esas condiciones, pero se produce tanto más fácilmente cuanto más rica es la complejidad que el yo debe dominar. Ahora bien, la neurosis no es más que un signo de que el yo no consiguió esa síntesis, de que perdió su unicidad en el intento. Pero, ¿cuál es la prueba de la neurosis en sentido estricto? 

Sobre la base de sus graves ataques, acompañados de pérdida de conciencia, convulsiones musculares y la desazón subsiguiente, Dostoievski se calificó de epiléptico, y por tal lo tuvieron los demás. Ahora bien, es en un todo probable que esta llamada epilepsia sólo fuera un síntoma de su neurosis, que, por tanto, debería clasificarse como histeroepilepsia, vale decir, histeria grave. 

Hay dos razones que impiden lograr certeza plena: la primera, que los datos anamnésicos sobre la llamada epilepsia de Dostoievski son deficientes y no confiables; la segunda, que no es clara la concepción de los cuadros clínicos ligados con ataques epileptoides.

Abordemos primero el segundo punto: huelga repetir aquí toda la patología de la epilepsia, que no aporta nada decisivo; empero, se puede decir que a pesar de ello se sigue destacando como aparente unidad clínica el viejo morbus sacer, la ominosa {unheimlich} enfermedad con sus impredecibles ataques convulsivos, en apariencia no provocados, su alteración del carácter, que se vuelve irritable y agresivo, y el progresivo desfallecimiento de todas las operaciones intelectuales. Pero hacia cada uno de sus extremos ese estado se volatiliza en lo indeterminado. 

Los ataques que se presentan brutalmente, con mordedura de la lengua y vaciamiento vesical, repetidos con riesgo mortal en el status epilepticus, en cuyo trascurso el paciente mismo se infiere graves daños, pueden atemperarse y ser sólo ausencias breves, meros estados de vértigo muy pasajeros que pueden sustituirse por cortos períodos en que el enfermo hace cosas que le son ajenas, como bajo el imperio de lo inconsciente. 

De ordinario condicionados por lo corporal de una manera que nos resulta inasible, asi, su génesis primera puede deberse a un influjo puramente anímico (terror) o reaccionar en lo sucesivo frente a excitaciones anímicas. 

Por característica que sea la disminución intelectual en la inmensa mayoría de los casos, se conoce por lo menos uno en que esa afección no perturbó un elevado rendimiento en ese terreno (Helmholtz). (Otros casos respecto de los cuales se sostuvo esto mismo son inciertos o están expuestos a idéntico reparo que el del propio Dostoievski.)

Las personas aquejadas de epilepsia pueden provocar la impresión de estupidez, de desarrollo detenido, en un todo de acuerdo con el hecho de que la afección suele ir acompañada a menudo de la imbecilidad más notable y de las mayores deficiencias cerebrales, si bien este no es un componente necesario del cuadro clínico; pero esos mismos ataques, con todas sus variaciones, se encuentran también en otras personas que testimonian un pleno desarrollo anímico y una afectividad hipertrófica, casi nunca gobernada satisfactoriamente. 

No asombra que en estas circunstancias se encuentre imposible establecer la unidad de la «epilepsia» como afección clínica. Lo que sale a la luz en la homogeneidad de los síntomas exteriorizados parece requerir una concepción funcional, como si la descarga pulsional anormal tuviese un mecanismo orgánicamente preformado, puesto en acción por las más diversas constelaciones: tanto perturbaciones de la actividad encefálica, producidas por graves enfermedades tisulares y tóxicas, como un insuficiente gobierno sobre la economía anímica, un tráfico sujeto a crisis de la energía actuante en el interior del alma. 

Tras esta bipartición uno vislumbra la identidad del mecanismo de la descarga pulsional que estaría en su base. Esto no puede encontrarse muy lejos de los procesos sexuales, que, en el fondo son de causación tóxica. Ya los médicos más antiguos llamaban pequeña epilepsia al coito, vale decir que discernían en el acto sexual la aminoración y adaptación de la descarga epiléptica de estímulos -2-

La «reacción epiléptica», como puede llamarse a este conjunto, se pone sin duda también a disposición de la neurosis, cuya esencia consiste en tramitar por vía somática masas de excitación que ella no puede liquidar psíquicamente. El ataque epiléptico deviene así un síntoma de la histeria, que lo adapta y modifica, tal como lo hace el decurso sexual normal. Por eso es enteramente correcto distinguir una epilepsia orgánica de una «afectiva». He aquí el valor práctico de ello: quien sufre la una, es un enfermo del encéfalo; quien tiene la otra, un neurótico. 

En el primer caso, la vida anímica padece de una perturbación de afuera, ajena a ella; en el otro, la perturbación es expresión de la vida anímica misma. Es sumamente probable que la epilepsia de Dostoievski fuera del segundo tipo. No se lo puede probar de modo riguroso; en efecto, para ello habría que estar en condiciones de establecer una coordinación serial entre su vida anímica y la primera aparición de los ataques, así como sus posteriores oscilaciones, y es demasiado poco lo que sabemos. Las descripciones de los ataques mismos no enseñan nada; las noticias sobre nexos entre ataques y vivencias son deficientes y a menudo contradictorias. La hipótesis más probable es que aquellos se remontarían muy atrás en la niñez de Dostoievski y primero estuvieron subrogados por síntomas más benignos, cobrando la forma epiléptica sólo después, en el octavo año, tras aquella vivencia amedrentadora, el asesinato del padre. -3- Armonizaría bien con ello si quedase comprobado que se suspendieron por completo durante el período de castigo en Siberia, pero otros indicios lo contradicen -4-. 

El inequívoco nexo entre el parricidio de Los hermanos Karamazov y el destino del padre de Dostoievski ha llamado la atención a más de un biógrafo, moviéndolos a mencionar «cierta orientación psicológica moderna». 

El abordaje psicoanalítico —pues a él se refieren— está tentado de discernir en ese suceso el trauma más grave, y en la reacción de Dostoievski, el punto axial de su neurosis. Pero si ahora paso a fundamentar psicoanalíticamente esa tesis, no puedo menos que temer que se queden sin entender nada los no familiarizados con la terminología y las doctrinas del psicoanálisis. 

Tenemos un punto de partida cierto. Conocemos el sentido de los primeros ataques de Dostoievski en su juventud, mucho antes que emergiera la «epilepsia». Tenían una intencionalidad de muerte: eran introducidos por una angustia de muerte y consistían en estados de dormir letárgico. Como un desconsuelo inmotivado y repentino se abatió ella (la enfermedad) sobre él la vez primera, cuando todavía era un muchacho; un sentimiento —así lo refirió más tarde a su amigo Soloviov— como si debiera morir enseguida, y de hecho siguió un estado que se parecía en todo a la muerte efectiva. 

Su hermano Andrei informa que Fedor ya en su juventud solía dejar notitas diciendo que temía dormirse de noche y caer en un estado de muerte aparente, por lo cual rogaba se esperasen cinco días antes de inhumarlo. (Fülop-Miller y Eckstein, 1925, pág. Ix.) 

Conocemos el sentido y el propósito de esos ataques de muerte -5-.  Significan una identificación con un muerto, una persona que efectivamente falleció o que todavía vive y cuya muerte se desea. Este último caso es el más significativo. El ataque tiene así el valor de una punición. Uno ha deseado la muerte de otro, y ahora uno mismo es ese otro y está muerto. En este punto la doctrina psicoanalítica introduce la tesis de que, en el caso de los muchachos, ese otro es por regla general el padre, y el ataque (que se denomina histérico) es entonces un autocastigo por haber deseado la muerte del padre odiado

Según una conocida concepción, el parricidio es el crimen principal y primordial tanto de la humanidad como del individuo -6- En todo caso, es la principal fuente del sentimiento de culpa; no sabemos si la única, pues las indagaciones no han podido todavía establecer con certeza el origen anímico de la culpa y de la necesidad de expiación. 

Pero no hace falta que sea la única. La situación psicológica es complicada y requiere elucidación. La relación del muchacho con el padre es, como nosotros decimos, ambivalente. Junto al odio, que querría eliminar al padre como rival, ha estado presente por lo común cierto grado de ternura. 

Ambas actitudes se conjugan en la identificación con el padre; uno querría estar en el lugar del padre porque lo admira (le gustaría ser como él) y tambien porque quiere eliminarlo. Ahora bien, todo este desarrollo tropieza con un poderoso obstáculo. En cierto momento el niño comprende que el intento de eliminar al padre como rival sería castigado por él mediante la castración. Por angustia de castración, vale decir, en interés de la conservación de su virilidad, resigna entonces el deseo de poseer a la madre y de eliminar al padre. Y es este deseo, en la medida en que se conserva en lo inconsciente, es el que forma la base del sentimiento de culpa. 

Creemos haber descrito con ello procesos normales, el destino normal del llamado complejo de Edipo; todavía habremos de agregar un importante complemento. Otra complicación sobreviene cuando en el niño se ha plasmado con intensidad mayor aquel factor constitucional que llamamos bisexualidad. Amenazada la virilidad por la castración, se vigorizará en tal caso la inclinación a buscar escapatoria por el lado de la feminidad, a ponerse más bien en el lugar de la madre y adoptar su papel de objeto de amor ante el padre. Sólo que la angustia de castración imposibilita también esta solución. Uno comprende que sería preciso admitir la castración si quisiera ser amado por el padre como una mujer. Así caen bajo la represión ambas mociones, odio al padre y enamoramiento de él

Hay una cierta diferencia psicológica, consistente en que el odio al padre es resignado a consecuencia de la angustia frente a un peligro exterior (la castración); en cambio, el enamoramiento del padre es tratado como un peligro pulsional interior, que, empero, se remonta en el fondo también a idéntico peligro exterior. La angustia frente al padre es lo que vuelve inadmisible el odio a él; la castración es terrorífica, tanto en su condición de castigo como en la de precio del amor. De los dos factores que reprimen {desalojan} el odio al padre -6-; el  primero, la angustia directa frente al castigo y la castración, ha de llamarse normal; el refuerzo patógeno parece venir sólo del otro factor: la angustia ante la actitud femenina

Por tanto, una fuerte disposición bisexual se convierte en una de las condiciones o refuerzos de la neurosis. Puede suponérsela con certeza en Dostoievski, y una de sus formas posibles de existencia (homosexualidad latente) se muestra en el valor que tuvieron para su vida sus amistades con hombres, en su conducta raramente tierna hacia sus rivales en el amor, y en su notable comprensión para situaciones sólo explicables por una homosexualidad reprimida, como lo atestiguan muchos ejemplos de sus novelas. 

Lo lamento, pero no puedo evitar que estas puntualizaciones sobre las actitudes de odio y de amor hacia el padre, y sus mudanzas bajo el influjo de la amenaza de castración, parezcan de mal gusto e increíbles al lector desconocedor del psicoanálisis. Y aun estoy seguro de que justamente el complejo de castración será objeto de la desautorización más universal. No obstante, puedo aseverar que la experiencia psicoanalítica ha destacado esas constelaciones por encima de cualquier duda, y nos ordena discernir en ellas la clave de toda neurosis. 

Ensayémoslo también con la sedicente epilepsia de nuestro literato. ¡Tan ajenas a nuestra conciencia son las cosas por las que está gobernada nuestra vida anímica! Las consecuencias de la represión del odio al padre dentro del complejo de Edipo no se agotan en lo comunicado hasta aquí. Hay algo más, a saber, que la identificación con el padre se conquista a la postre un lugar duradero dentro del yo. Es acogida en el yo, pero allí se contrapone al otro contenido del yo como una instancia particular, que llamamos el superyó y le atribuimos la heredera del influjo parental, las más importantes funciones. Si el padre fue duro, violento, cruel, el superyó toma de él esas cualidades y en su relación con el yo vuelve a producirse la pasividad que justamente debía ser reprimida. Si el superyó ha devenido sádico, el yo deviene masoquista, es decir, en el fondo, femeninamente pasivo. Dentro del yo se genera una gran necesidad de castigo, que en parte está pronta como tal a acoger al destino, y en parte halla satisfacción en el maltrato por el superyó (conciencia de culpa). 

En efecto, cada castigo es en el fondo la castración y, como tal, el cumplimiento de la vieja actitud pasiva hacia el padre. Y el destino mismo no es en definitiva sino una tardía proyección del padre. Los procesos normales de la formación de la conciencia moral tendrían que ser semejantes a los anormales aquí expuestos. 

Empero, no hemos logrado establecer el deslinde entre ambos. Como se advierte, aquí se atribuye la máxima participación en el desenlace a los componentes pasivos de la feminidad reprimida. Además, un factor accidental no puede menos que pesar: que el padre temido sea muy violento también en la realidad. Esto se aplica al caso de Dostoievski, y reconducíremos a un componente femenino particularmente intenso el hecho de su extraordinario sentimiento de culpa así como su modo masoquista de vida. 

He aquí, pues, la fórmula para Dostoievski: una persona de disposición bisexual particularmente intensa, que puede defenderse con particular intensidad del vasallaje de un padre particularmente duro. Agregamos este carácter de la bisexualidad a los componentes de su ser ya discernidos. El temprano síntoma de los «ataques de muerte» puede comprenderse entonces como una identificación-padre del yo, consentida por el superyó a modo de castigo. «Tú has querido matar a tu padre para ser tú mismo el padre. Ahora eres el padre, pero el padre muerto»: el mecanismo habitual de los síntomas histéricos. Y además: «Ahora el padre te mata». Para el yo, el síntoma de la muerte es una satisfacción en la fantasía del deseo viril, y al mismo tiempo una satisfacción masoquista; para el superyó, una satisfacción de castigo, vale decir, sádica. 

Ambos, yo y superyó, siguen desempeñando el papel del padre. En el conjunto, la relación entre la persona y el objeto-padre se ha mudado, conservando su contenido, en una relación entre yo y superyó, una reescenificación en un nuevo teatro. 

Tales reacciones infantiles provenientes del complejo de Edipo pueden extinguirse cuando la realidad no les aporta alimento alguno. Pero el carácter del padre permanece idéntico...no: empeora con los años, y entonces se conserva también el odio de Dostoievski al padre, su deseo de que muera ese padre malo. Ahora bien, es peligroso que la realidad cumpla tales deseos reprimidos. La fantasía ha devenido realidad, y entonces son reforzadas todas las medidas de defensa. En lo sucesivo los ataques de Dostoievski cobran carácter epiléptico, siguen significando la identificación-padre a guisa de castigo, es cierto, pero se han vuelto temibles, como lo fue la propia muerte terrorífica del padre. No se alcanzan a colegir otros contenidos, sobre todo sexuales, que acaso tomaran. Hay algo curioso: dentro del aura del ataque es vivenciado un momento de beatitud suprema, que muy bien puede haber fijado el triunfo y la liberación por la noticia de la muerte, a los que siguió en el acto el castigo tanto más cruel. Una sucesión así de triunfo y duelo, festividad y duelo, la hemos colegido también entre los hermanos de la horda primordial que asesinaron al padre, y lo hallamos repetido en la ceremonia del banquete totémico -7-.  

Si fuera cierto que Dostoievski se vio liberado de ataques en Siberia, ello no haría sino confirmar que sus ataques eran su castigo. Ya no le hacían falta, pues era castigado de otro modo. Sólo que esto es incomprobable. Mejor testimonio sobre la existencia de esa necesidad de castigo en la economía anímica de Dostoievski es el hecho de que no lo quebrantaran esos años de miseria y humillaciones. 

La condena de Dostoievski como criminal político era injusta, él tenía que saberlo, pero aceptó el inmerecido castigo del padrecito Zar como sustituto del castigo que había merecido por sus pecados hacia el padre real. En lugar de autocastigarse, se hizo castigar por el subrogado del padre. Aquí penetramos un poco en la justificación psicológica de los castigos impuestos por la sociedad. 

La verdad es que grandes grupos de criminales piden el castigo. Su superyó lo pide, y así se ahorra imponer él mismo las penas -8-. Quien tenga noticia de las complejas mudanzas de significado de los síntomas histéricos comprenderá que aquí en modo alguno se intenta averiguar el sentido de los ataques de Dostoievski más allá de ese comienzo -9- Basta con que pueda suponerse legítimamente que su sentido originario permaneció inmutable tras todas las superposiciones ulteriores. 

Puede decirse que Dostoievski nunca se liberó de la hipoteca que el propósito del parricidio hizo contraer a su conciencia moral. Determinó también su conducta hacia los otros dos campos en que es decisiva la relación con el padre: hacia la autoridad política y hacia la fe en Dios. En el primero, terminó en la total sumisión al padrecito Zar, que había jugado una vez con él, en la realidad, la comedia del asesinato que su ataque solía pasarle tan a menudo. 

Aquí la penitencia salió ganadora. En el campo religioso le quedó más libertad; según informes al parecer fidedignos, osciló hasta el último instante de su vida entre la fe y el ateísmo. Su gran intelecto le impidió pasar por alto algunas de las dificultades lógicas a que conduce la fe. En una repetición individual de un desarrollo de la historia universal, esperaba hallar en el ideal de Cristo una salida y una liberación de la culpa, y usar su propia pasión como un título que le diera derecho al papel de un Cristo. Si en definitiva no se pronunció por la libertad y devino reaccionario, se debió a que la culpa humana universal, la culpa del hijo, sobre la que se edifica el sentimiento religioso, había alcanzado en él una intensidad supraindividual y permaneció indoblegable aun para su gran inteligencia. 

Aquí nos exponemos al reproche de abandonar la neutralidad del análisis y someter a Dostoievski a valoraciones sólo justificadas desde el punto de vista partidista de determinada cosmovisión. Un conservador tomaría el partido del Gran Inquisidor y formularía un juicio diverso sobre Dostoievski. El reproche es justificado; para moderarlo sólo cabe decir que la decisión de Dostoievski parece comandada por la inhibición de pensamiento que le provocaba su neurosis. Difícilmente se deba al azar que las tres obras maestras de la literatura de todos los tiempos traten del mismo tema, el del parricidio: Edipo Rey, de Sófocles; Hamlet, de Shakespeare, y Los hermanos Karamazov, de Dostoievski. Además, en las tres queda al descubierto como motivo del crimen la rivalidad sexual por la mujer. 

Sin duda la figuración más sincera es la del drama que retoma la saga griega. En él, es el héroe mismo quien cometió el crimen. Pero la elaboración poética no es posible sin suavizamiento y disfraz. La confesión desnuda del propósito de parricidio, como la obtenemos en el análisis, parece insoportable sin preparación analítica. En el drama griego, el indispensable debilitamiento, pero con preservación de la trama efectiva, es logrado con mano maestra proyectando a lo real el motivo inconsciente del héroe, como si fuera una compulsión del destino ajena al héroe mismo. Este comete el crimen sin intención y al parecer sin influencia de la mujer; empero, el drama da razón de aquel nexo haciendo que pueda alcanzar a la madre reina sólo tras repetir la hazaña en el monstruo, que simboliza al padre. Y descubierta su culpa, hecha ella consciente, no sigue intento alguno de aventarla invocando la construcción auxiliar de la compulsión del destino, sino que es reconocida y punida como una plena culpa consciente, lo cual puede parecer injusto a la reflexión, pero es perfectamente correcto desde el punto de vista psicológico. 

La figuración del drama inglés es más indirecta; no ha sido el héroe sino otro quien consumó la acción, y para este no significa un parricidio. Por eso no hace falta disfrazar el motivo escandaloso de la rivalidad sexual por la mujer. También vemos -por así decir- bajo una luz que refleja el complejo de Edipo del héroe, a medida que nos enteramos del efecto que el crimen del otro ejerce sobre él. Debería vengarlo, pero se encuentra asombrosamente incapaz de hacerlo. Nosotros sabemos que es su sentimiento de culpa el que lo paraliza; de una manera por entero adecuada a los procesos neuróticos, el sentimiento de culpa es desplazado a la percepción de su insuficiencia para cumplir esa tarea. Se recogen indicios de que el héroe siente esa culpa como supraíndividual. Desprecia a los demás no menos que a sí mismo. «Dad a cada hombre el trato que se merece, y ¿quién se salvaría de ser azotado?» -10- 

La novela del autor ruso avanza otro paso en esta dirección. También aquí es otro quien consumó el asesinato, pero uno que tenía frente al asesinado el mismo vínculo filial que el héroe Dimitri, respecto de quien se admite francamente el motivo de la rivalidad sexual; es, pues, otro hermano, a quien Dostoievski, significativamente, atribuye su misma enfermedad, la supuesta epilepsia, como si quisiera confesar que el epiléptico, el neurótico en mí, es un parricida. Y luego, en el alegato frente al tribunal, viene el famoso escarnio de la psicología, la que sería «una vara de dos puntas» -11-

Un grandioso disfraz, pues sólo hace falta invertirlo para hallar el sentido más profundo de la concepción de Dostoievski. No es la psicología la que merece el escarnio, sino el procedimiento judicial mismo. En efecto, es indiferente quién ejecutó de hecho el crimen; a la psicología sólo le importa quién lo quiso en su sentimiento y, una vez producido, lo saludó con beneplácito -12- Por eso frente a Aliosha, la figura de contraste, todos los hermanos —el apasionado gozador, el cínico escéptico y el criminal epiléptico— son culpables por igual. 

En Los hermanos Karamazov se encuentra una escena en extremo definitoria para Dotoievski. En la conversación con Dimitri, el staretz {palabra rusa que significa «monje» o «eremita»; en la obra de Dostoievski es el padre Zosim} ha reconocido que él mismo lleva en sí la disposición al parricidio, y se arroja a sus pies. No puede tratarse de una expresión de reverencia; tiene que significar que el Santo arrojaba de sí la tentación de despreciar o aborrecer al asesino, y por eso se humilla ante él. La simpatía de Dostoievski por el criminal es de hecho ilimitada, va mucho más allá de la compasión a que el desdichado tiene derecho, y recuerda el horror sagrado con que la Antigüedad consideró al epiléptico y al enfermo mental. El criminal es para él casi como un redentor que ha tomado sobre sí la culpa que los otros habrían debido llevar. Después que él ya ha asesinado, no hace falta asesinar; antes bien, es preciso estarle agradecido, pues de lo contrario uno mismo habría debido asesinar. Esto no es sólo compasión indulgente; es identificación sobre la base de los mismos impulsos asesinos, en verdad un narcisismo apenas desplazado {descentrado).

No por ello cabe impugnar el valor ético de esa bondad. Acaso sea, en general, el mecanismo de la complicidad indulgente con otros seres humanos el que vemos con particular claridad aquí, en el caso extremo del creador literario gobernado por la conciencia de culpa. No hay duda de que esta simpatía de identificación ha presidido decisivamente la elección temática de Dostoievski.  Ahora bien, trató primero del criminal común —por codicia—, del criminal político y religioso, antes de regresar, al final de su vida, al criminal primordial, al parricida, y exponer su confesión poética a raíz de él. 

La publicación de la obra postuma de Dostoievski y del diario íntimo de su mujer ha arrojado viva luz sobre un episodio de su vida, la época en que estuvo poseído en Alemania por la manía del juego. (Cf. Fülop-Miller y Eckstein, 1925.) Un inequívoco ataque de pasión patológica, que por otra parte nadie pudo valorar de otro modo. No faltaron racionalizaciones para este obrar asombroso e indigno. Como no es raro que suceda en los neuróticos, el sentimiento de culpa se había procurado una subrogación palpable mediante un cúmulo de deudas -Schtddenlast-, y Dostoievski podía alegar que quería conquistarse mediante la ganancia en el juego la posibilidad de regresar a Rusia sin ser encarcelado por sus acreedores. Pero era sólo un  subterfugio; Dostoievski era bastante agudo como para discernirlo y bastante honrado para confesarlo. Sabía que lo principal era el juego en sí y por sí, «le jeu pour le jeu» -13-. Todos los detalles de su conducta apasionada -triebhaft- y absurda prueban esto y algo más aún. 

Nunca descansaba hasta perderlo todo. El juego era para él también una vía de autocastigo. Innumerables veces había prometido y hasta dado su palabra de honor a su joven mujer de no jugar más o no hacerlo ese día y, como ella nos dice, la quebrantaba casi siempre. Y si las pérdidas los habían llevado a él y a ella a la miseria más extrema, extraía de ahí una segunda satisfacción patológica. Podía insultarse, humillarse ante ella, exhortarla a despreciarlo, conmiserarla por haberse casado con él, viejo pecador, y tras este aligeramiento de la conciencia moral el juego proseguía al día siguiente. 

Y la joven esposa se acostumbró a ese ciclo porque había notado que lo único de que cabía esperar la salvación en la realidad, la producción literaria, nunca marchaba mejor que después que lo habían perdido todo y empeñado su último haber. Desde luego, ella no comprendía los nexos. Cuando el sentimiento de culpa [Schuld] de él era satisfecho por los castigos que él mismo se imponía, cedía su inhibición para el trabajo y se permitía dar algunos pasos por el camino que llevaba al éxito -14- 

La pieza del vivenciar infantil por tiempo soterrado con la que se conquista una repetición en la compulsión al juego puede colegirse sin dificultad apoyándose en una novela de un literato más joven. Stefan Zweig, quien por lo demás ha consagrado un estudio a Dostoievski (en Tres maestros [Zweig, 1920]), donde se relata, en su colección de tres novelas, 'La confusión de los sentimientos' [1927], una historia que titula 'Veinticuatro horas en la vida de una mujer'. Esta pequeña obra maestra sólo quiere, presuntamente, mostrar cuan irresponsable criatura es la mujer, qué trasgresiones, sorprendentes para ella misma, puede verse empujada a cometer por obra de una impresión vital inesperada. Empero, la novela dice mucho más; si se la somete a una interpretación analítica --y esta nos acude de manera tan insinuante que no podemos rechazarla--, figura, prescindiendo de aquella intención de disculpa, algo muy diverso, universalmente humano o más bien masculino. Es característico de la naturaleza de la creación artística que el autor, que es amigo mío, asegurara ante mis preguntas que la interpretación que yo le comunicaba había sido por completo ajena a su saber y a su propósito, aunque en el relato había entretejidos muchos detalles que parecían calculados para indicar esa pista secreta.

 En la novela de Zweig, una anciana y noble dama cuenta al escritor una vivencia que tuviera unos veinte años atrás. Había enviudado joven; madre de dos hijos que ya no la necesitaban, apartada de toda expectativa vital, tenía cuarenta y dos años, cuando en uno de sus viajes sin objeto se encontró en la sala de juego del Casino de Monaco y, entre todas las maravillosas impresiones del lugar, pronto se vio fascinada por la visión de dos manos que parecían traslucir, con una sinceridad e intensidad conmovedoras, todas las sensaciones del jugador desdichado. Esas manos pertenecían a un hermoso jovencito —el escritor le asigna como al descuido la edad del primer hijo de la espectadora—, quien, tras perderlo todo, abandona la sala presa de la más honda desesperación, previsiblemente para poner fin en un parque a su desesperanzada vida. Una inexplicable simpatía la constriñe a seguirlo y a emprender todos los intentos para salvarlo. El la juzga una de las tantas mujeres fastidiosas del lugar y quiere quitársela de encima, pero ella permanece a su lado y de la manera más natural se ve precisada a compartir su albergue en el hotel y, finalmente, su cama. Tras esta improvisada noche de amor, en las circunstancias más solemnes se hace prometer por el jovencito, al parecer tranquilizado, que nunca más jugará; le facilita dinero para regresar a su casa y le promete encontrarlo en la estación antes de la partida del tren. Pero luego se le despierta una gran ternura hacia él, quiere sacrificarlo todo para protegerlo, se resuelve a viajar con él en vez de despedirlo, ínfimas contingencias la detienen, de suerte que pierde el tren; en su añoranza por el ausente vuelve a visitar la sala de juegos, y ahí reencuentra horrorizada las manos que habían encendido su simpatía; olvidado de sus juramentos, él había vuelto a jugar. Ella le recuerda su promesa, pero, poseído por la pasión, él la moteja de aguafiestas, le ordena que se marche y le arroja el dinero con que ella pretendía redimirlo. Se ve obligada a escapar en medio de la más honda vergüenza, y tiempo después se entera de que no había conseguido preservarlo del suicidio. Esta historia, brillantemente contada, sin lagunas en su trama de motivos, es sin duda viable por sí sola y tiene asegurado un gran efecto sobre el lector. 

Empero, el análisis enseña que su invención reposa en la base primordial de una fantasía de deseo de la pubertad, que muchas personas incluso recuerdan conscientemente. La fantasía reza que ojalá la propia madre introdujera al jovencito en la vida sexual para salvarlo de los temidos perjuicios del onanismo. Las fantasías de redención, tan frecuentes, tienen el mismo origen. El «vicio» del onanismo es sustituido por la manía del juego -15-, derivación esta que se trasluce en la insistencia sobre la apasionada actividad de las manos. 

Real y efectivamente la furia del juego es un equivalente de la antigua compulsión onanista, y en la crianza de niños no se usa otro término que el de «jugar» para nombrar el quehacer de las manos en los genitales. Lo irrefrenable de la tentación, los solemnes y nunca respetados juramentos de no volver a hacerlo, el placer atolondrante y la mala conciencia de que uno se arruinaría (suicidio), se han conservado inmutados a pesar de la sustitución. Es sin duda la madre, no el hijo, la relatora en la novela de Zweig. No puede menos que lisonjear al hijo, haciéndole pensar: «Si la madre supiera los peligros en que me pone el onanismo, me salvaría de él consintiendo todas las ternuras en su propio cuerpo». La igualación de la madre con la prostituta, que el jovencito consuma en la novela de Zweig, se integra dentro de la misma fantasía. Vuelve fácilmente alcanzable lo inalcanzable; la mala conciencia que acompaña a esta fantasía impone el mal desenlace de la creación literaria.

 Es también interesante notar cómo la fachada que el escritor da a la novela busca encubrir su sentido analítico. En efecto, es harto discutible que la vida amorosa de la mujer esté gobernada por impulsos repentinos y enigmáticos. El análisis descubre más bien una motivación suficiente para la sorpresiva conducta de esa señora hasta entonces extrañada del amor. Fiel a la memoria de su esposo perdido, se ha abroquelado contra toda pretensión como las de él, pero —y en esto acierta la fantasía del hijo— no escapó, como madre, a una trasferencia amorosa sobre el hijo, por entero inconsciente para ella; y en este lugar desprotegido puede pillarla el destino.  Si la manía del juego, con sus infructuosas luchas por deshabituarse y sus oportunidades de autocastigo, es una repetición de la compulsión onanista, no nos asombrará que ello haya conquistado tan gran espacio en la vida de Dostoievski. Es que no hallamos ningún caso de neurosis grave en que la satisfacción autoerótica de la primera infancia y de la pubertad no hubiera cumplido su papel, y los vínculos entre los empeños por sofocarla y la angustia frente al padre son demasiado notorios para necesitar elucidación -16-

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NOTAS

-1- Véase el examen de esto en Fülop-Miller y Eckstein (1926). Stefan Zvveig (1920) escribe: «No lo detienen los frenos de la moral burguesa y nadie sabe decir con exactitud cuánto trasgredió en su vida las barreras jurídicas, cuánto de los instintos criminales de sus héroes se tradujeron en sus propios actos». Acerca de los íntimos vínculos entre los personajes de Dostoievski y sus propias vivencias, véanse las puntualizaciones de Rene Fülop-Miller en la sección introductoria de Fülop-Miller y Eckstein (1925), basadas en N. Strajov [1921]. — [El tema del abuso sexual cometido contra una niña inmadura aparece varias veces en las obras de Dostoievski, especialmente en La confesión de Stavrogin y La vida de un pecador.

-2- [Cf. «Apreciaciones generales sobre el ataque liisttirico» (Freud, 1909í)), AE, 9, pág. 211.]

-3- Cf. Rene Fülop-Miller (1924). [Véase, asimismo, el relato de Aimée Dostoievski (1921), en la biografía que escribió de su padre.] Particular interés despierta la comunicación de que,en la infancia del novelista ocurrió «algo temible, inolvidable j''torturante», a lo cual se remontarían los primeros indicios de su enfermedad (de un artículo de Suvorin en el periódico Novoe Vremya, 1881, citado en la introducción de Fülop-Miller y Eckstein, 1925, pág. xiv), Cf. también Orest Miller (1921, pág. 140): «Acerca de la enfermedad de Fedor Mijailóvich, por lo demás, existe un testimonio que se refiere a su más temprana juventud y la conecta con un episodio trágico ocurrido en la vida familiar de sus padres. Si bien ese testimonio me fue comunicado oralmente por un hombre muy próximo a Fedor Mijailóvich, no puedo decidirme a reproducirlo con detalle y exactitud porque no he recibido otra confirmación de ese rumor». Ni el biógrafo ni el investigador de las neurosis sentirán agradecimiento por esta discreción.  

-4- La mayoría de los documentos, entre ellos el informe del propio Dostoievski, afirman por el contrario que solo cobró su carácter definitivo, epiléptico, durante la deportación en Siberia. Por desdicha, hay razones para desconfiar de las comunicaciones autobiográficas de los neuróticos. La experiencia enseña que su recuerdo introduce falsificaciones destinadas a desgarrar una trama causal desagradable. De todos modos, parece seguro que la permanencia en el presidio siberiano produjo una alteración profunda en el estado patológico de Dostoievski. Cf. Fülop-Miller (1924, pág. 1186).

-5- [Ya habían sido explicados por Freud en una carta a Fliess del 8 de febrero de 1897 (Freud, 1950a, Carta 58).]

-6- Véase mi obra Tótem y tabú (1912-13).  

-7- [Véase Tólem y Tabúi (1912-13) [AE, 13, pág. 142]. 

-8- [Cf. «Los que delinquen por conciencia de culpa», el tercero de los ensayos de Freud en su trabajo «Algunos tipos de carácter dilucidados per el trabajo psicoanalftico» (1916Í/), AE, 14, pág. 338.

-9- "El propio Dostoievski proporciona la mejor referencia acerca del sentido y el contenido de sus ataques cuando comunica a su amigo Strajov que su irritabilidad y depresión tras un ataque epiléptico se deben a que se ve como un criminal y no puede apartar de sí el sentimiento de cargar con una culpa desconocida, de haber cometido un gran crimen que lo oprime. (Fülop-Miller, 1924, pág. 1188.) En acusaciones como esta el psicoanálisis ve cierto discernimiento de la «realidad psíquica» y se empeña por hacer conocida para la conciencia esa culpa desconocida.

-10- [Hamlet, acto II, escena 2.] 11 [La frase aparece en el libro XII, capítulo X, de la novela de Dostoievski.] 12 [Se hallará una aplicación práctica de estas ideas a un caso judicial real en «El dictamen de la Facultad en el proceso Halsmann» (1931á), infra, págs. 249 y sigs., donde vuelve a someterse a examen Los hermanos Karamazov.] 

-11- [La frase aparece en el libro XII, capítulo X, de la novela de Dostoievski.] 

-12- [Se hallará una aplicación práctica de estas ideas a un caso judicial real en «El dictamen de la Facultad en el proceso Halsmann» (1931á), infra, págs. 249 y sigs., donde vuelve a someterse a examen Los hermanos Karamazov.]

-13 «Lo principal es el juego mismo», escribe en una de sus cartas. «Juro que no se trata de codicia, aunque por cierto el dinero es lo que más falta me hace».  

-14-«Siempre permanecía junto a la mesa de juego hasta perderlo todo, hasta quedar totalmente arruinado. Sólo cuando el infortunio quedaba consumado, se retiraba al fin el demonio de su alma y dejaba sitio al genio creador». (Fülop-Müler y Eckstein, 1925, pág. Ixxxvi.)  

-15- [En una carta a Fliess del 22 de diciembre de 1897, Freud argüía que el onanismo es la «adicción primordial», de la cual son sustitutos todas las posteriores adicciones (Freud, 1950Í?, Carta 79), AE, 1, pág. 314.]  

-16- La mayoría de las opiniones aquí expuestas están contenidas también en un excelente libro de Jolan Neufeld (1923). 

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Apéndice: 
Carta de Freud a Theodor Reik 
(1930 [1929]) 

Pocos meses después de publicarse el ensayo sobre Dostoievski, apareció en Imago (el segundo número de 1929, 15, págs. 232-42) una reseña de Theodor Reik. Aunque en líneas generales la opinión de Reik era favorable, dedicó considerable espacio a rebatir el juicio de Freud sobre los sentimientos morales de Dostoievski, estimándolo injustificadamente severo; también discrepaba Reik con lo afirmado por Freud acerca de la eticidad en el tercer párrafo del ensayo (supra, pág. 175), e, incidentalmente, criticaba la forma de este último, cuyo final le parecía desconectado de lo anterior. Tras leer estas críticas -1- Freud le envió una carta como respuesta; y cuando poco más tarde Reik reimprimió la reseña en una recopilación de obras suyas (1930), Freud consintió en que se le incorporara dicha carta. Tanto la reseña de Reik como la carta de Freud fueron incluidas además en Reik, Wir Freud-Schüler {1936}, traducido luego al inglés con el título From Thirty Years with Freud (1940) (*)

14 de abril de 1929
 
He leído con sumo placer su reseña crítica de mi estudio sobre Dostoievski. Todas sus objeciones son dignas de consideración y reconozco que algunas de ellas son acertadas. Sin embargo, puedo aducir ciertas cosas en mi propia defensa, y usted convendrá en que no son sutilezas acerca de quién tiene razón. Pienso que usted aplicó una norma demasiado alta para juzgar este ensayo trivial, que fue escrito como favor hacia una persona (2) y de mala gana. En los últimos tiempos escribo como siempre de esta forma. Me doy cuenta de que usted lo ha observado. Naturalmente, no estoy diciendo esto para justificar opiniones apresuradas o falsas, sino simplemente para explicar la descuidada arquitectura del conjunto. Es indiscutible que el análisis de Zweig intercalado produce un efecto poco armonioso. Si miramos más profundamente, podemos descubrir cuál fue la finalidad de este agregado. De haber podido dejar de considerar el lugar donde iba a aparecer el ensayo, seguramente habría escrito: «Podemos diagnosticar que en la historia de una neurosis caracterizada por tan severo sentimiento de culpa, la lucha contra el onanismo desempeña un papel especial. Confirma plenamente este diagnóstico la patológica pasión de Dostoievski por el juego. En efecto, como vemos en una novela breve de Zweig...»
Esto significa que la atención dedicada a la historia de Zweig no estaba dictada por la relación de este con Dostoievski, sino por la del onanismo con la neurosis. Sin embargo, esto se hacía un poco complejo. Mantengo mi creencia en una norma social de ética científicamente objetiva y por eso no discuto el derecho del excelente filisteo a que su conducta sea considerada buena y moral, aunque le haya exigido muy escasa conquista de sí -3- No obstante, al mismo tiempo estimo válido el concepto subjetivo y psicológico de la ética que usted sostiene. Aunque estoy de acuerdo con sus opiniones sobre el mundo y el hombre actuales, no puedo, como usted sabe, compartir su rechazo pesimista de un futuro mejor. Por cierto, he incluido al Dostoievski psicólogo en el poeta. También podía haber dicho contra él que su intuición estaba completamente limitada a las operaciones de la psique anormal. Considere su asombrosa impotencia frente a los fenómenos del amor; realmente, él sólo concibe, o el crudo deseo pulsional, o la sumisión masoquista y el amor por compasión. Usted también está totalmente en lo cierto al suponer que a mí no me gusta Dostoievski, a pesar de toda mi admiración por su fuerza y nobleza. Esto proviene del hecho de que mi paciencia con los caracteres patológicos se ha agotado en mi trabajo diario. En el arte y la vida yo no los tolero. Este es un rasgo personal, que en nada compromete a los demás. 

NOTAS

-1- [Cf. injra, pág. 194, n. 4.]
(*) {Traducción en castellano: 1943-. En Treinta años con Freud, Buenos Aires: Imán, págs. 173-4, trad, de S. Wencelblat,}
-2- [Sin duda Eitingon, quien insistió persistentemente a Freud para que terminara el ensayo (Jones, 1957, pág, 152).] 
-3- [Reik había escrito: «La renuncia fue otrora el único criterio de la moralidad; hoy es uno entre muchos. Si fuera el único, el excelente ciudadano y filisteo de torpe sensibilidad que se somete a
las autoridades, y cuya falta de imaginación torna mucho más sencilla su renuncia, sería éticamente muy superior a Dostoievski».] 

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Hasta aqui llegamos. 
Son las dos y media de la madrugada. 
Calla la noche lo que el silencio desbarata. 
Parece ser que ese pájaro de la imagen de arriba que
trata de levantar la misteriosa sábana que envuelve y cubre el iceberg de nuestro inconsciente bajo el cúal el "Yo no es el dueño de su propia casa" no ha tenido mucho éxito porque seguimos sin ser los dueños de nada, sólo pistas para seguir tirando de la sábana.
No es fácil. 
Los términos del psicoanálisis destrozan. 
Hacen vaciar el vaso que nos llenan de mariposas mutiladas para darles alas y que libres se desplacen por nuestros arcanos y obstrusos cielos dónde todo son tabúes y ventanas cerradas.
Atreverse a pensar lo que no se piensa es toda la aventura compesatoria de la cultrura y el psicoanalisis, en este sentido, toma la delantera. 
Freud no compartía la valoración del hombre occidental moderno; creía que nuestro pensamiento consciente era solo una pequeña parte de todo el proceso psíquico que se produce en nosotros y, de hecho, una parte insignificante en comparación con la tremenda fuerza de esas fuentes dentro de nosotros mismos, oscuras e irracionales y, al mismo tiempo, inconscientes. 
El bajar al fondo de este abismo con la terminología psicoanalítica es enfrentarse a un discurso y unas concepciones ante las cuales, naturalmente, levantamos las correspondientes resistencias para poder seguir manteniendo el timón del curso consciente de nuestras acciones y pensamientos de cuyos mecanismos defensivos dependemos para sobrevivir en un mundo dado.
Ya Freud nos lo advierte, dandose cuenta de que será difícil que aceptemos las interpretaciones psicoanalíticas (y volvemos a citarlo):
"Lo lamento, pero no puedo evitar que estas puntualizaciones sobre las actitudes de odio y de amor hacia el padre, y sus mudanzas bajo el influjo de la amenaza de castración, parezcan de mal gusto e increíbles al lector desconocedor del psicoanálisis. Y aun estoy seguro de que justamente el complejo de castración será objeto de la desautorización más universal. No obstante, puedo aseverar que la experiencia psicoanalítica ha destacado esas constelaciones por encima de cualquier duda, y nos ordena discernir en ellas la clave de toda neurosis"  

El camino es largo
Pero el Oráculo de Delfos nos sigue preguntando 
lo mismo y, queramos o no, 
lo tenemos que contestar:
NOSCE TE IPSUM
'Conócete a ti mismo'
Y Freud ayuda mucho.
Ya nos ayudó a conocer el genio ruso.
Ahora esperemos que también nos haya servido
a los que lo hemos leído.

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