Naufragio feliz
El término resulta contradictorio, absurdo, pero depende de como acabe la historia, depende de lo que el naúfrago encuentre al final de la epopeya y, por supuesto, de qué se hunda a sus espaldas.
Es más, diríamos que toda mejora, todo bienestar, o, mejor dicho, todo despertar, viene antecedido de un naufragio, de alguna perdida, de una sacudida, y es ésto lo que, al golpearnos, hace caer lo caduco, el espejismo que nubla nuestra visión, para dejarnos ver la luz de los cimientos que sostiene nuestra casa
Suzuky cuenta en su Historia del Budismo Zen algo que al respecto es significativo. Parafreseando la historia se trata de un discípulo que persigue la iluminación de su maestro y la resistencia de éste --para probar la tenacidad de su pupilo-- a enseñársela. El discípulo espera por días en la puerta del maestro, y éste, cuándo cree llegado el momento de abrírsela, lo hace pasar con la mala fortuna de que le corta con la puerta el brazo al discípulo, y en éste preciso instante, el alumno encuentra el satori, la iluminación que ansiaba.
Extraña paradoja
La misma que el naufragio feliz.
Michel Foucault lo llamaba situación límite, en la cual, o sucumbimos a ella o alcanzamos la palingenesia, nacer de nuevo, despertar.
Sin entrar en el riesgo del límite del naufragio nunca podremos alcanzar nuestra deseada isla.
Pero el naúfrago, al saberse destinado a morir, porque del hundimiento final nadie se escapa, también acarrea la dicotonomia vida-muerte, más que ningún otro.
Y en éste sentido es un inventor de luces destinado a la inevitable oscuridad inmortal.
"El hombre va a desaparecer muy pronto como un rostro que se ha dibujado en la arena al borde del mar" Sentenció Foucault, que había estudiado muy bien el tema.
Un siglo antes, Nietzsche anunció la muerte de dios
Ahora se anuncia la muerte del hombre: su inventor.
Ya no queda nada en pie.
Invento e inventor, los dos unidos
en la misma desaparición.
Otro perfil en la misma arena al borde del mar
que el hombre --su creador--, dibujó.
El barco, el invento y el inventor
El barco, el hundimiento y el naufragiador.
Tal vez todo sea como una travesía que nunca entenderemos dónde el invento y el inventor se hunden y desaparecen en las mismas aguas dónde después, más tarde, se volverá a repetir el mismo proceso del misterio de la evolución dónde el naufragio feliz cumple, dialécticamente, una fundamental y regenerativa función.
Pensemos --para consolarnos-- que un naufragio feliz es aquella coyuntura dónde, bajo los dolores del parto, se produce el nacimimiento de una nueva criatura que, esperemos, va a perfeccionar, en la isla alcanzada, la ingeniería naval para que el próximo barco nos sea mas favorable y seguro bajo el temporal.
Esperemos.
Esperar no cuesta nada.
Mientras tanto tiremos los botes salva-vidas por la borda,
"Ricos, primero",
observando a nuestro naúfrago,
ese discípulo de la historia de Suzuky
que espera, pacientemente,
su despertar...