Michel Foucault y la Revolución Iraní: reflexiones en torno de la sublevación, la resistencia y la política Marcelo Raffin
Resumen. Este artículo analiza la interpretación que Michel Foucault propuso de la Revolución Iraní, es decir, de los levantamientos y las sublevaciones populares que tuvieron lugar en Irán en 1978 y de sus derivas en la formación de la República Islámica en 1979, con el fin de sistematizar el pensamiento del filósofo sobre esta cuestión y de profundizar en una matriz sumamente potente en su producción que, lamentablemente, ha sido eclipsada, en parte, por las críticas apresuradas y superficiales que recibió.
(Por lo menos el islam supo sublevarse contra el sátrapa de turno, el Sha, y su corte de criminales, porque en España, otra religión, el catolicismo vaticanal, lo que hizo fue ponerse contra su pueblo y junto al "Sha español" -Franco- y BAÑARSE EN SUS CHARCOS DE SANGRE) Otra clase de "espiritualidad")
A tal fin, se procederá al examen de los núcleos problemáticos y las categorías conceptuales centrales que surgen de lo que se puede denominar el dossier Irán de Foucault (entre otros, el poder, la política, la sublevación, la resistencia, los movimientos sociopolíticos, la revolución, la subjetividad, la historia, la religión como factor político, la espiritualidad política, la voluntad y la relación modernidad-tradición) que dan cuenta de la relación entre el sujeto, la política y la historia.
Asimismo, se pondrán en evidencia los ejes principales en juego en dicha lectura a partir de su vinculación con las investigaciones y las líneas de trabajo que Foucault se encuentra desarrollando en ese momento, en particular, con la relación que establece entre la vida, el gobierno y la verdad y la redefinición del problema del poder en términos del problema del gobierno, que le permitirá desplegar ese aspecto de sus análisis del poder y la política relacionado con la resistencia, la libertad y la crítica del presente.
(Cómo citar: Raffin, M. (2021). Michel Foucault y la Revolución Iraní: reflexiones en torno de la sublevación, la resistencia y la política, en Las Torres de Lucca. Revista internacional de filosofía política, 10 (18), pp. 73-85)
Entre septiembre de 1978 y agosto de 1979, Michel Foucault produce dieciocho textos referidos a los levantamientos y las sublevaciones que tienen lugar en Irán, particularmente durante 1978.
La mayor parte de ellos aparece en el Corriere della Sera, el célebre diario milanés, que propone a Foucault escribir notas de fondo (reportages d’idées, 1994g) sobre la situación en Irán, como parte de un proyecto mayor que consiste en solicitar a intelectuales destacados, la elaboración de este tipo de notas sobre temas candentes de actualidad.
Como resultado de este trabajo, Foucault publica diez artículos en el periódico italiano y viaja en dos oportunidades a Irán, entre el 16 y el 24 de septiembre y el 9 y el 15 de noviembre de 1978, respectivamente. Un artículo completo y parte de otros dos serán traducido al francés y publicados en la revista francesa Le Nouvel Observateur, para la que Foucault escribirá, además, otros textos sobre la cuestión y concederá una entrevista, así como para otros medios de prensa franceses (Le Matin y Le Monde).
Asimismo, dará otras tres entrevistas sobre la situación en Irán. El conjunto de estos textos constituye lo que se podría denominar el dossier Irán o el reportage iranien [reportaje iraní] de Foucault. Este conjunto (doce artículos, dos respuestas a cartas de lectores y cuatro entrevistas) tiene, entre otras particularidades, la de haber sido escrito en tono periodístico o en el de lo que el aparato crítico foucaultiano ha dado en llamar periodismo filosófico. Los textos que lo componen, que en su mayoría aún no han sido traducidos al castellano.
Las ideas de Foucault sobre lo que se podría denominar la “Revolución Iraní,” -es decir, en particular, los levantamientos y las sublevaciones de 1978 y de principios de 1979, que quedaron plasmadas en la serie de textos que propongo llamar el “dossier Irán de Foucault”- no dieron lugar, hasta el momento, a demasiados trabajos que propusieran una lectura global que sistematizara el pensamiento del filósofo sobre la cuestión.
Contamos con algunos pocos libros, un conjunto escaso de artículos (algunos de ellos de profundidad en el análisis), e inclusive algunas tesis y ponencias en eventos académicos, además de referencias en las biografías y semblanzas biográficas o de la producción de Foucault; pero, ciertamente, el aparato crítico producido sobre la cuestión es, hasta el momento, reducido.
Sin embargo, las reflexiones que Foucault elabora a partir del acontecimiento revolucionario iraní merecen una atención particular, puesto que contienen ideas muy potentes sobre lo que el filósofo considera como el ejercicio de la resistencia en términos de movimientos colectivos, de acciones revolucionarias, de la posición que la subjetividad (en singular y en plural) puede asumir respecto de grandes constelaciones de poder.
En una palabra, de la relación que se puede establecer entre el sujeto, la política y la historia; pero también, respecto de la relación entre la modernidad y la tradición y del papel que la religión puede jugar en un movimiento político.
Estas ideas que Foucault fue elaborando al calor y en la inmediatez de los acontecimientos, le valieron también, ciertamente, fuertes críticas a su posición como intelectual comprometido y como pensador lúcido que llevaron, en muchos casos, a tachar de erróneo, torpe o ciego su análisis sobre estos acontecimientos y las perspectivas que se podían abrir a partir de ellos.
En particular, cuestionaron el entusiasmo, el fervor y hasta la fascinación de Foucault por el movimiento revolucionario iraní. Sin embargo, como señala Judith Revel, la posición de Foucault sobre la revolución iraní es mucho más compleja, más coherente y mucho menos caricaturesca de lo que se dice en general.
Para Foucault, la revolución iraní fue "uno de los mayores estallidos populares de la historia humana"
(Richard Cottam, "Inside Revolutionary Iran" en R. K. Ramazani, ed., Iran's Revolution (Bloomington, Indiana, 1990), pag.3)
La presisposición de Foucault a la revolución irani hay que hermeneutizarla como admisión legítima de la realización de la justicia popular empujada a tales extremos por la monstruosa represión del régimen del sha (instalado por la Union de Satrapas Americanos y Asso.) que se apoyaba en su temida Savak, una policía secreta famosa por su crueldad y el uso que hacia de la sistémica tortura.
Lenta e inexorablemente, a medida que más y más personas sufrían la muerte de un familiar o de un amigo, los iraníes se vieron convertidos en una solidaria communidad de dolor en la cúal los días de duelo se transformaban en oportunas ocasones para violentas protestas que se afirmaban en la creciente disposición a morir en un númeo cada vez mayor de gentes; era como una reacción en cadena de un ingente levantamiento colectivo que se iba retroalimentando a sí mismo la misma medida que el brutal régimen cargaba contra las protestas.
Lleno de curiosidad, Foucault sugirió que lo enviran alli a reunir información para una serie de ensayos y reportajes. Pero también veía la oportnidad que se le presentaba de visitar Iran como una parte de su prolongado esfuerzo por ir redifiniendo su vocación intelectal para irla alimentando con las enseñanzas in situ que estas situaciones al límite dónde los pueblos forjan sus historias y sus destinos frente al poder dominante que los doblega.
"Estaba pensando que era un función que debe desempeñar el intelectual" para explicar su interés en lo que ocurría en Iran: "ir a ver lo que relmente esta suceciendo, y no tanto referirse a lo que acontece afuera sin estar informado de un modo que sea preciso, cuidadoso y, en la medida de lo posible, generoso" (1)
En estas coyunturas, los editores del Corriere della Sera accedieron a enviarlo a Iran. Y asi, en septiembre de 1978, Foucault se encontró camino de Iran para averiguar por sí mismo acerca de una rebelión que ya tenia asombrados a la mayoria de los observadores por su duracion, alcance y creciente fortaleza que repercutía en todos los foros internacionales.
Aterrizó poco despues de que la revuelta alcanzara un nuevo climax, producto de la masacre del "viernes negro" (8 de septiembre) dónde murieron un gran numero de manifestantes en Teheran, suceso que transformo a la mayoría de los iraníes de espectadores pasivos en activos revolucionarios.
El Sha había impuesto un régimen de control policíaco jamás visto. El dinero que entraba por la exportación de petróleo iba directamente a enriquecer al ejército y a los servicios de inteligencia. Esto fue duramente cuestionado por la intelectualidad, artistas y estudiantes que reivindicaban la identidad cultural iraní. Ellos repudiaban los métodos represivos de la policía de inteligencia más salvaje del mundo, la SAVAK, contra la oposición y principalmente la religión musulmana durante décadas.
"Cuando llegué a Iran, inmediatamente despues de las masacres e septiembre" -recordaría F. mas tarde- "me dije que iba a encontrar una ciudad aterrorizada porue hubo miles de muertos. No puedo decir que hallé aun pueblo feliz, pero habia ausencia de temor y presencia de un intenso coraje o, mas bien, de esa intensidad de que es capaz la gente cuando el peligro, si bien todavia presente, ya se ha transcendido por completo" (2)
F. quedó pasmado ante el espectaaculo de gente unida "por la ansiedad, el gusto, la capacidad y la posibilidad de un sacrificio absoluto"
F. trató desde el principio, como periodista neófito, de ser lo más objetivo posible en medio de una situación tan candente e intensa como estaba viviendo para lo cual sus tentáculos cognoscentes e informativos se extendieron como un pulpo que todo lo tratab de asimilar y abarcar.
Trabajaba con un asistente iraní y se relacionaba con otros periodistas extrajeros, entrevsitaba a fuentes distintas, hablaba con representantes del ejército del sha, con consejeros americanos, con líderes de la oposición y religiosos par ir captando la gran confluencia historica de fuerzas y convulsiones socio-políticas que trataba de asimilar en sus crónicas.
En el tercer despacho al Corriere della Sera que se publico el 8 de octubre, 1978, escribió: "EL chiísmo si, se enfrenta con un poder establecido, arma a sus fieles con una impaciencia implacable y les inspira un ardor simultaneamente político y religioso" (3)
Una y otra vez insistia en que los religiosos opositores del Sha no eran, como los solían retratar en los medios occidentales, unos "fanaticos". Los mullah le parecían válidos megafónos de la volutad popular que amplificaban "la ira y aspiraciones de la comunidad". Creía que el objetivo de establecer un nuevo gobierno islamico contenia la promesa de una forma nueva de "espiritualidad politica", desconocida en occidente "desde el Renacimiento y las grandes crisis de la cristiandad". (4)
El entusiasmo de F. continuo aumentando con el paso de los dias y el creciente impulso de la rebelión. Regresó a Iran en noviembre. En los informes de esta visita su prosa alcanzó nuevas cumbres de fervor chiíta.
En el Corriere della Sera del 26 de noviembre se pregunta si la de Iran "no será la primera gran insurrección contra el sistema planetario, la forma más demente y más moderna de la rebelión". Los iraníes no estarían luchando sólo contra el Sha, sino tambien contra la "hegemonía global". No sólo estarían tratando de cambiar la forma de gobierno, sino el aspecto de su vida cotidiana para expulsar "el peso del orden del mundo entero". Inspirados por "una religión de combate y sacrificio", habían forjado una auténtica "voluntad colectiva" y producido el más extraño y poco habitual de los fenomenos históricos, la posibilidad de una total "transfiguración de este mundo" (5)
La razonable generosidad (objetiva) de F. con la revolución de Iran nos recuerda una de las más famosas observaciones de Immanuel Kant sobre la Revolución Francesa:
"La revolución de un pueblo bien dotado", había escrrrito Kant en una obra publicada en 1798, "puede tener exito o fracasar; puede estar llena de sufrimientos y de atrocidades hasta el punto de que un hombre sensato, si tiene la audacia de esperar realizarla con exito una segunda vez, nunca se decida a hacer el experimento si el costo es tan grande; esta revolución -decía-, sin embargo puede conseguir del corazón de todos los espectadores (de quienes no estan comprometidos en el mismo juego) una participación que bordea el entusiamo y cuya expresión está cargada de peligros; esta simpatía, por lo tanto, no puede tener otra causa que una predisposición moral de la raza humana" (6)
Uno de los nombres que dio Kant a esta "predisposición moral" fue la libertad; Foucault la habría llamado "voluntad de no ser gobernado" (7)
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(1) James Miller, La Pasión de Michel Foucault, pag. 598, nota 82
(2) Mismo libro. Misma pag.; nota 83
(3) " " " nota 85
(4) " " " nota 86
(5) " " " nota 87
(6) " " " nota 88
(7) " " pag. 599 nota 89
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Epílogo
¿Inútil sublevarse? Michel Foucault
Publicado en el diario Le Monde nº 10661, del 11 de mayo de 1979. Dinastía que gobernó Irán durante la mitad del siglo XX.
“Para que el Sha se vaya estamos dispuestos a morir por miles”, decían los iraníes el verano pasado. Y el Ayatollah, estos días: “Qué sangre Irán para que la revolución sea fuerte”.
Extraño eco entre estas frases que parecen encadenarse. El horror de la segunda, ¿condena la embriaguez de la primera?
Las sublevaciones pertenecen a la historia. Pero, de una cierta manera, se le escapan. El movimiento por el cual un hombre solo, un grupo, una minoría o un pueblo entero dice: “No obedezco más” y echa en la cara de un poder que estima injusto el riesgo de su vida –ese momento me parece irreductible. Porque ningún poder es capaz de hacerlo absolutamente imposible: Varsovia tendrá siempre su ghetto rebelde y sus alcantarillas pobladas de insurgentes. Y porque el hombre que se levanta finalmente no tiene explicaciones; es necesario un desgarramiento que interrumpa el hilo de la historia, y sus largas cadenas de razones, para que un hombre pueda, “realmente”, preferir el riesgo de la muerte a la certeza de tener que obedecer.
Todas las formas de libertad adquiridas o reclamadas, todos los derechos que se hacen valer, incluso a propósito de cosas aparentemente poco importantes, tienen sin duda aquí un punto último de anclaje, más sólido y más próximo que los “derechos naturales”.
Si las sociedades se mantienen y viven, es decir, si los poderes no son “absolutamente absolutos”, es que, detrás de todas las aceptaciones y las coerciones, más allá de las amenazas, de las violencias y de las persuasiones, hay la posibilidad de ese momento en el cual la vida no se canjea más, en el cual los poderes no pueden ya nada y en el cual, ante los cadalsos y las metralletas, los hombres se sublevan.
Porque está así “fuera de la historia” y en la historia, porque cada uno juega ahí la vida a la muerte, se comprende por qué las sublevaciones han podido encontrar tan fácilmente en las formas religiosas su expresión y su dramaturgia.
Promesas del más allá, retorno del tiempo, espera del salvador o del imperio de los últimos días, reino sin particiones del bien, todo eso ha constituido durante siglos, allí donde la forma de la religión se lo prestaba, no una vestidura ideológica sino la manera misma de vivir las sublevaciones.
Llega la era de la “revolución”. Desde hace dos siglos, ésta ha dominado la historia, organizado nuestra percepción del tiempo, polarizado las esperanzas. Ha constituido un gigantesco esfuerzo para aclimatar la sublevación en el interior de una historia racional y domesticable: le ha dado una legitimidad, ha hecho la selección de sus buenas y de sus malas formas, ha definido las leyes de su desenvolvimiento; le ha fijado condiciones previas, objetivos y maneras de consumarse.
Incluso se ha definido la profesión de revolucionario. Repatriando de esta manera la sublevación, se ha pretendido hacerla aparecer en su verdad y llevarla hasta su término real. Maravillosa y temible promesa.
Algunos dirán que la sublevación ha sido colonizada por la Real-Politik. Otros, que se le ha abierto la dimensión de una historia racional. Prefiero la cuestión que Horkheimer planteaba en otros tiempos, cuestión ingenua y un poco febril: “Pero, ¿es entonces tan deseable esta revolución”?
Enigma de la sublevación. Para quien buscaba en Irán, no las “razones profundas” del movimiento, sino las maneras en las que ha sido vivido, para quien intentaba comprender lo que pasaba por la cabeza de esos hombres y de esas mujeres cuando arriesgaban su vida, una cosa era chocante. Su hambre, sus humillaciones, su odio al régimen y su voluntad de tirarlo abajo, los inscribían en los confines del cielo y de la tierra, en una historia soñada que era tanto religiosa como política.
Se enfrentaban a los Pahlevi (1) en una partida que era para cada uno cuestión de su vida o de su muerte, pero se trataba también de sacrificios y de promesas milenarias.
Si bien las famosas manifestaciones, que han jugado un papel tan importante, podían, a la vez, responder realmente a la amenaza del ejército (hasta paralizarlo), desarrollarse según los ritmos de las ceremonias religiosas y finalmente remitir a una dramaturgia intemporal
∗ Publicado en el diario Le Monde nº 10661, del 11 de mayo de 1979, en las páginas 1 y 2. 1 Dinastía que gobernó Irán durante la mitad del siglo XX.
donde el poder es siempre maldito. Asombrosa superposición, hacía aparecer en el siglo XX un movimiento tan fuerte como para dar vuelta el régimen aparentemente mejor armado, al mismo tiempo que está próximo a los viejos sueños que Occidente ha conocido en otros tiempos, cuando se quería inscribir las figuras de la espiritualidad en el suelo de la política.
Años de censura y de persecución, una clase política mantenida al margen, partidos proscriptos, grupos revolucionarios diezmados; ¿sobre qué sino sobre la religión podía entonces tener apoyo la turbación y después la revuelta de un pueblo traumatizado por el “desarrollo”, la “reforma”, la “urbanización” y todos los otros fracasos del régimen?
Es verdad. ¿Pero habría que haber esperado que el elemento religioso se borrara rápido a favor de fuerzas más reales y de ideologías menos “arcaicas”? Sin duda no, y por muchas razones.
Hubo, en principio, el rápido éxito del movimiento, lo confortante en la forma que había tomado. Tenía la solidez institucional de un clero cuyo dominio sobre la población era fuerte, y las ambiciones políticas, vigorosas.
Había todo el contexto del movimiento islámico: por las posiciones estratégicas que ocupa, las llaves económicas que detentan los países musulmanes, y su propia fuerza de expansión sobre dos continentes, constituye, alrededor de Irán, una realidad intensa y compleja.
De manera que los contenidos imaginarios de la revuelta no se disiparon el gran día de la revolución. Han sido inmediatamente transportados a una escena política que parecía completamente dispuesta a recibirlos, pero que era, de hecho, de una naturaleza muy otra.
En esta escena, se mezclan lo más importante y lo más atroz: la formidable esperanza de volver a hacer del Islam una gran civilización viviente y formas de xenofobia virulenta; las posturas mundiales y las rivalidades regionales. Y el problema de los imperialismos. Y la sujeción de las mujeres, etcétera.
El movimiento iraní no ha sufrido esta “ley” de las revoluciones que haría, pareciera, resaltar bajo el entusiasmo ciego la tiranía que lo habitaba ya en secreto.
Lo que constituía la parte más interior y la más intensamente vivida de la sublevación afectaba sin mediaciones a un tablero político sobrecargado. Pero ese contacto no es identidad.
La espiritualidad a la cual se referían aquellos que iban a morir no tiene medida común con el gobierno sangriento de un clero integrista.
Los religiosos iraníes quieren autentificar su régimen con las significaciones que tenía la sublevación. No hacemos otra cosa que lo que hacen ellos al descalificar el hecho de la sublevación porque hay hoy un gobierno de mullahs (2) .
En un caso como en el otro, hay “miedo”. Miedo de lo que acaba de pasar el otoño pasado en Irán, y de lo cual el mundo desde hace mucho tiempo no había dado ejemplos.
De ahí, justamente, la necesidad de destacar lo que hay de no reductible en un movimiento tal. Y de profundamente amenazante también para todo despotismo, el de hoy tanto como el de ayer.
No hay, ciertamente, ninguna vergüenza en cambiar de opinión; pero no hay ninguna razón para decir que se cambia cuando hoy se está contra las manos cortadas, después de haber estado ayer contra las torturas de la Savak (3)
Nadie tiene el derecho de decir: “Rebélese usted por mí, va en ello la liberación final de todo hombre”. Pero no estoy de acuerdo con quien dijese: “Inútil sublevarse, siempre será lo mismo”.
No se hace la ley para quien arriesga su vida ante un poder. ¿Se tiene razón o no para rebelarse? Dejemos la cuestión abierta. Uno se subleva, es un hecho, y es por eso que la subjetividad (no la de los grandes hombres sino la de cualquiera) se introduce en la historia y le da su aliento.
Un delincuente pone su vida en la balanza con los castigos abusivos; un loco no puede más de tanto estar encerrado y despojado; un pueblo rechaza el régimen que lo oprime.
Esto no hace inocente al primero, lo cura al otro, y no asegura al tercero el mañana prometido. Nadie, por otra parte, está obligado a ser solidario. Nadie está obligado a encontrar que esas voces confusas canten mejor que las otras y digan lo más hondo de la verdad.
Basta que existan y que tengan en su contra a todo lo que se encarniza en hacerlos callar, para que haya un sentido en escucharlos y en investigar lo que quieren decir.
¿Cuestión de moral? Quizás. Cuestión de realidad, seguramente. Todos los desencantamientos de la historia no tienen nada que ver: es porque hay tales voces que el tiempo de los hombres no tiene la forma de la evolución sino la de la “historia” justamente.
Esto es inseparable de otro principio: es siempre peligroso el poder que un hombre ejerce sobre otro. No digo que el poder, por naturaleza, es un mal; digo que el poder, por sus mecanismos, es infinito (lo que no quiere decir que es todopoderoso, muy al contrario).
Para limitarlo, las reglas no son nunca bastante rigurosas; para desposeerlo de todas las ocasiones donde se ampara, nunca los principios universales son lo suficientemente estrictos.
Al poder hay que oponerle siempre leyes infranqueables y derechos sin restricciones. Los intelectuales, en estos tiempos, no tienen buena “prensa”: creo poder emplear esta palabra en un sentido bastante preciso.
No es el momento de decir que no se es intelectual. Haría reír, por otra parte. Intelectual, soy. Si me preguntaran cómo concibo lo que hago, respondería, si el estratega es el hombre que dice: “Qué importa tal muerte, tal grito, tal sublevación en relación a la gran necesidad de conjunto o qué me importa, al contrario, tal principio general en la situación particular en la que estamos”, y bueno, me es indiferente que el estratega sea un político, un historiador, un revolucionario, un partidario del Shah o del Ayatollah; mi moral teórica es inversa: Es “anti-estratégica”: ser respetuoso cuando una singularidad se subleva, intransigente cuando el poder infringe lo universal. Elección simple, labor penosa: porque hay, a la vez, que acechar, un poco por debajo de la historia, lo que la rompe y la agita, y velar un poco por detrás de la política sobre lo que debe incondicionalmente limitarla. Después de todo, es mi trabajo, no soy el primero ni el único en hacerlo. Pero lo he elegido.
Traducción de Felisa Santos.
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(2) Clérigos chiítas.
(3) Siglas de la policía secreta del Sha.
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NO ENSUCIARSE LAS MANOS, NEM.
Y todo empieza, como no, con el Golpe de Estado orquestado por los Hostis Humani Generis, los Enemigos del Género Humano, en 1953, en Iran, cuándo se les ocurre "NACIONALIZAR EL PETROLEO", ese Gran Pecado Mortal, GPM, por el que su ejecutor se va al infierno y al fuego eterno condenado. De aqui, de este prosáico y brutal pragmatismo en el cual el Maître à Penser, por ser de intelecto elevado, no entra para no ensuciarse las manos. Porque "Nihil est sine ratione", una ratione que siempre se pasa por alto para, lo dicho, no ensuciarse las manos y no verse obligado a lavarselas como Pilato.
https://www.izquierdadiario.es/Iran-1953-el-primer-golpe-de-Estado-orquestado-por-la-CIA
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PosData
En 1968, regresando a Españadesde Berkeley, California,