que llega un momento
en el que tenemos que determinar
nuestra posición en el mapa existencial
no vaya a ser que nos extraviemos
y no encontremos el camino para regresar
porque todo es una espeleología
en la que exploramos una galería sin salida
en la que, terminada la exploración,
tenemos que volver al punto de partida,
y para ello, llegado el momento,
debemos calcular
las coordenadas dónde estamos.
Y nosotros, como buenos topógrafos,
hoy, a ésta hora, nos encontramos aqui:
me parecía mi pueblo
una blanca maravilla,
un mundo mágico, inmenso;
las casas eran palacios
y catedrales los templos;
y por las verdes campiñas
vagaba alegre, contento,
inundado de ventura
al mirar el limpio cielo
(...)
Aquella tarde, al decirle
que me alejaba del pueblo,
me miró triste, muy triste,
vagamente sonriendo.
Me dijo: ¿por qué te vas?
Le dije: porque el silencio
de estos valles me amortaja
(...)
Moguer. Madre y hermanos.
El nido limpio y cálido…
¡Qué sol y qué descanso
de cementerio blanqueado!
Juan Ramón Jimenez
Alba
Amanecer de instantes...
El alba para mi es siempre Moguer,
nido limpio y cálido,
dónde mi abuelo,
'el Naranjero',
recogía naranjas
como perlas en azulejos,
y en las viñas de mariposas
las alas de las uvas
remontaban ensoñadores vuelos.
Una vez, con mi tío Antonio,
--en su 'Viñita'--
nos emborrachamos con esos vuelos.
(Eran otros cielos,
hijos de los días
de otros espacios y tiempos)
De la mano de mi madre,
un alba siempre viva
llevo cargada en mi equipaje.
Fue mi primer viaje.
Salida sin regreso
de mis peregrinajes.
Hace muchos años.
Desde entónces la tierra
del hombre
se ha hecho incaminable,
y un augurio de sentencias
esculpe lo Alienante.
(Ya no tengo nada que ver
con éste orden necrófilo
de maniquíes de escaparates)
Después, llamadas de sirenas
entraron por las ventanas
que dejaron abiertas
mis tempestades
Y el pueblo me dijo:
¿por qué te vas?
Y yo le contesté:
porque el silencio
de éstos valles me amortaja
y tengo que explorar
qué hay al otro lado de éstos valles.
Y todo empezó de la mano de mi madre.
Un alba de blancos y naranjas
dónde se lavaban comienzos y finales.
Y hoy, después de tanto tiempo,
en ésta otra Aurora
de simbólicos encajes,
algo me llama a regresar
--tirón télurico--
a aquella Friseta (a)
de la entrada del pueblo
dónde los chiquillos
jugabamos a la pelota
junto a ese cementerio blanqueado
dónde el sol y el descanso
nos abren sus concavidades
para transformar la infancia
en presente interminable.
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(a)
La Friseta era el antiguo nombre
con el que se conocía la entrada al pueblo
después de pasar el cementerio.