Ni el Rey,
ni el millonario de dientes azules"
Federico
y un pez muerto bajo la ceniza de los incensarios, y a todos ellos los fue dejando por el camino para que después fueran creciendo con la demiúrgica fuerza que él sintió antes de que lo asesinara el fascismo,
el del Papa,
el del Rey,
y el del Millonario de dientes azules
que hoy, impunes, bailan en la patria
la danza macabra
de sus crímenes y latrocinios.
Entre esos muchos hijos que tuvo Federico
hubo uno que se llamaba Juan
que se perdió por los arcos
un viernes de todos los muertos
Pero dejemos a Federico que nos lo cuente:
Yo tenía un hijo que se llamaba Juan
Yo tenía un hijo
Se perdió por los arcos
un viernes de todos los muertos.
Le vi jugar en las últimas escaleras de la misa
y echaba un cubito de hojalata
en el corazón del sacerdote.
He golpeado los ataúdes.
¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
Saqué una pata de gallina
por detrás de la luna
y luego comprendí que mi niña era un pez
por dónde se alejan las carretas.
Yo tenía una niña
Yo tenía un pez muerto
bajo la ceniza de los incensarios.
Yo tenía un mar.
¿De qué? ¡Dios mío! ¡Un mar!
Subí a tocar las campanas,
pero las frutas tenían gusanos.
y las cerillas apagadas
se comían los trigos de la primavera.
Yo vi la transparente cigüeña de alcohol
mondar las negras cabezas
de los soldados agonizantes
y vi las cabañas de goma
dónde giraban las copas
llenas de lágrimas.
En las anémonas del ofertorio te encontraré,
¡corazón mío!,
cuándo el sacerdote levanta la mula
y el buey con sus fuertes brazos,
para espantar los sapos nocturnos,
rondan los helados paisajes del cáliz.
Yo tenía un hijo que era un gigante,
pero los muertos son más fuertes
y saben devorar pedazos de cielo.
Si mi niño hubiéra sido un oso,
yo no temería el sigilo de los caimanes,
ni hubiése visto el mar amarrado a los árboles
para ser fornicado y herido
por el tropel de los regimientos.
¡Si mi niño hubiera sido un oso!
Me envolveré sobre ésta lona dura
para no sentir el frío de los musgos.
Sé muy bien que me darán
una manga o la corbata;
pero en el centro de la misa
yo romperé el timón y entónces
vendrá a la piedra la locura
de pingüinos y gaviotas
que harán decir a los que duermen
y a los que cantan por las esquinas:
Él tenía un hijo.
¡Un hijo!. ¡Un hijo!. ¡Un hijo
que no era más que suyo
porque era su hijo.
Su hijo. Su hijo. Su hijo.
sacristanes, monaguillos,
sacrílegos de dioses podridos?
¿Habéis entendido, Reyes,
súbditos, rastreros concubinos?
¿Habéis entendido, Millonarios,
lacayos, cómplices de crimenes y cuchillos?
¿Habéis entendido todos
los que habéis asesinado a Federico
¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!