Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre regresaron de Cuba hace un mes y desde entonces han estado revisando la documentación, reescribiendo sus notas de viaje e intercambiando observaciones. Ha llegado el momento de hacer el balance.
Dígaselo a Cuba: nuestra estada allí fue formidable, realmente extraordinaria ― exclama Simone de Beauvoir apenas ha traspuesto la puerta giratoria del Flora.
¿Cumplimientos que se le hacen a un anfitrión? ¿Mera cortesía con un país de cuya hospitalidad se ha disfrutado? No; profundamente impresionados por su experiencia cubana, la señora de Beauvoir y Jean Paul Sartre quieren hacer más: quieren aportar su garantía moral a lo que Sartre llama “la Revolución más original del mundo”. En consecuencia, nuestra conversación trata de ese tema eminentemente práctico.
― Existe ― digo ― una verdadera campaña de difamación contra Cuba. En Europa, una prensa “informada” con demasiada exclusividad por las grandes agencias norteamericanas, por Time Magazine y por esa clase de periodistas que en todo tiempo se han dejado comprar por quien más ofrezca, deforman sistemáticamente la verdad acerca de la Revolución cubana. ¿Qué van a hacer ustedes para restablecer esa verdad?
Ante todo, queremos testimoniar lo que vimos en Cuba ― responde Simone de Beauvoir que ya ha publicado tres páginas enteras acerca de su viaje en France Observateur--
Hay que recordar la extraordinaria influencia de estos dos escritores en los sectores de izquierda europeos: ningún cubano podría subestimar la enorme carta de triunfo que constituye para la Revolución del 26 de Julio la simpatía activa de la señora de Beauvoir y Sartre. Este está escribiendo un libro sobre la Revolución que aparecerá a principios de mayo editado por Gallimard.
Eso aparte, próximamente France Soir, el periódico de las masas de París ― más de un millón de ejemplares de tirada ― publicará consecutivamente diez artículos sobre el mismo tema, que luego serán distribuidos en castellano por Prensa Latina.
Además, hay que crear un Comité de Amistad Franco-Cubana ― dice Sartre ― para profundizar las relaciones culturales entre las dos naciones y para ayudar a una comprensión mutua más completa.
Recordemos en ese terreno el precedente que ofrecen los Comités de amistad franco-chinas; han logrado poco a poco liquidar un gran número de prejuicios antichinos y conducir la opinión progresivamente a una visión más justa de los problemas de la China popular.
― Pero, entonces hay una dificultad ― digo ― ¿Cómo explicarles a los europeos el mecanismo de una revolución tan original? En la historia de Europa no existe nada que pueda compararse con el régimen de Fidel Castro.
Sartre lo admite. Para él, los cubanos han inventado un verdadero sistema de gobierno desconocido hasta de los filósofos y los especialistas en ciencias políticas. Le llama la “democracia directa”. ¿Qué significa eso?
Sartre:
La Revolución cubana es apoyada por la aplastante mayoría del pueblo. Fidel Castro es realmente el líder deseado, escogido por el pueblo. Los que le reprochan al nuevo régimen la ausencia de elecciones, desconocen una verdad fundamental: la democracia no se define necesariamente por el régimen electoral. El gobierno de Castro demuestra evidentemente que una democracia viva y eficaz es posible sin elecciones. Por otra parte, las elecciones sólo sirven con demasiada frecuencia para falsear la realidad.
Es así ― Simone de Beauvoir cita el ejemplo ― como los Estados Unidos, aunque tienen un régimen basado en elecciones generales, son en esencia una plutocracia y no una democracia. En la Cuba de hoy, las elecciones no solamente resultan inútiles sino que ofrecen el riesgo de falsear la democracia. En la Revolución cubana hay una fuerza emocional realmente asombrosa: y el que su dinamismo original continúe inspirando e impulsando cada día los actos de gobierno, constituye uno de los aspectos esenciales del régimen. No hay intermediarios entre las masas y el gobierno: en Cuba faltan los cuadros.
Para ilustrar lo que ha dicho Sartre, Simone de Beauvoir evoca un recuerdo:
Asistimos en China, a las fiestas del Primero de Octubre. Las gentes estaban agrupadas por sindicatos, escuelas, etc., y una vez terminada las ceremonias se reunían entre sí y formaban círculos en la plaza de las fiestas. Estaban organizados en cuadros y resultaban menos vivientes, menos turbulentos que la muchedumbre cubana en fusión, pero no volvían tan rápidamente a la soledad. En Holguín vimos a los cubanos afluir al encuentro de Fidel Castro, pero después de la manifestación regresaban a sus casas con una especie de tristeza. De nuevo se sentían solos y dispersos.
¿Cuál es la consecuencia práctica de esa ausencia de cuadros? ― interrogo.
Sartre:
La consecuencia es doble: positiva y negativa. El movimiento 26 de Julio poseía un aparato, pero pequeño-burgués. Ahora bien: en su mayoría, la pequeña burguesía no ha podido seguir a la Revolución en su radicalismo. No era capaz de aceptar por entero la Reforma Agraria: entonces Fidel prescindió del aparato.
Evidentemente ― prosigue Sartre ―, un aparato tiene grandes ventajas, pero también ofrece peligros. Los cuadros facilitan enormemente las relaciones de los dirigentes con la masa, pero siempre hay un inconveniente en todos los casos en que existan intermediarios: la transmisión puede ser falseada en ambos sentidos. Los cuadros ofrecen el riesgo de no indicar con exactitud a la masa las direcciones de los jefes y de hacer conocer exactamente a los dirigentes las exigencias del pueblo.
En este momento ― añade Sartre ― en que la Revolución todavía descansa casi exclusivamente en la confianza que tiene en Fidel Castro, tales errores podrían resultar graves. Conclusión: no existen intermediarios y son los jefes que en todo momento tienen que ir al pueblo. Ese Fidel Castro continuamente de viaje en helicóptero o automóvil; que con frecuencia habla tres veces a la semana por televisión durante horas y horas; que explica cada paso de su gobierno; que discute toda realización; que escucha a los campesinos y toma nota de sus críticas; que inaugura escuelas en rincones perdidos y argumenta apasionadamente con sus Ministros, eso es la democracia directa.
Ustedes me describen un mecanismo de gobierno ― digo ―; pero, ¿encontraron en Cuba una ideología? ¿Existe, en su opinión, una doctrina de la Revolución cubana?
Simone de Beauvoir, que, con rapidez que asusta, advierte en el cerebro de su interlocutor las preguntas por venir, responde inmediatamente:
Es una revolución que no parte de ningún principio previo. No obstante, no tiene nada de improvisada. Aquellos hombres han pensado mucho y conocen a su país íntimamente. Han estudiado sus problemas y los han confrontado con los de otros países. Siguen una línea directriz. Lo que atrajo mi atención inmediatamente es que los dirigentes cubanos son de una extrema buena voluntad. No vimos ningún ministro vanidoso, ningún jefe militar enamorado de sí mismo, aunque muchos de ellos son muy jóvenes y la tentación del orgullo es grande.
Sartre agrega:
En Cuba existe una ideología del problema concreto. Si usted prefiere, una ideología de la caña de azúcar. Según mis dos interlocutores, la Revolución cubana no tiene ideología en el sentido habitual del término. Sugerí denominar la ideología cubana “pragmática”, pero la palabra “pragmatismo” fue rechazada por Simone de Beauvoir. Porque es una palabra todavía ―nos dice― y la realidad cubana es la acción.
Así pues ― digo ―, esa democracia concreta no descansa ni sobre un aparato ni sobre una ideología. Entonces, ¿sobre qué descansa?
Mis interlocutores explican:
Sobre la comprensión de la situación y de los problemas. Luego, está Castro. El milagro cubano es que los dirigentes de la Revolución hayan logrado mantener su ritmo. Ahora piensan que es deseable disminuirlo. Ni el Primer Ministro ni sus colaboradores pueden soportar indefinidamente la tensión que se les impone. Castro, sobre todo, se ve obligado a prodigarse de una manera sobrehumana. La enorme fuerza emocional que conserva la Revolución ― y que la dispensa de tener un aparato ― se encarna en Castro. (Sartre tiene una frase feliz: “Fidel es su propio agitador”). Semejante situación no debe prolongarse por mucho tiempo: el futuro de Cuba no debe depender de la salud de un solo hombre. ¿Solución? Es necesario formar cuadros sólidos para que los dirigentes puedan descansar parcialmente en ellos.
Como representante de Prensa Latina en Europa ― digo ― oigo a menudo el reproche de que no existe libertad de prensa en Cuba, de que no se atreve a manifestarse ninguna oposición por temor a ser perseguido inmediatamente bajo la acusación de delito contrarrevolucionario ¿Qué vieron ustedes en Cuba?
Simone de Beauvoir responde sonriendo:
¿No ha leído nunca el “Diario de la Marina”? ¡Yo lo encuentro fuerte como oposición!
Jean Paul Sartre explica el pensamiento común:
En Francia, después de la liberación, toda la prensa, sin excepción, estaba inspirada por la resistencia. En París no se publicaba ningún periódico “colabó”. (Para los no franceses: periódico que cooperaba con los ocupantes nazis). Sólo eran posibles matices en el interior de la prensa de la resistencia. Pero en La Habana la situación es distinta: existe una prensa de oposición. En consecuencia, la prensa revolucionaria tiene que seguir fielmente la línea del gobierno, porque sus críticas no harían otra cosa que suministrar argumentos a los enemigos de la Revolución.
Sartre distingue aún entre “crítica positiva” y “crítica negativa”.
El derecho a criticar sólo lo tiene el que trabaja en la obra común, cuya crítica está inspirada por la preocupación por el bien común y no por la demagogia. Es evidente que la crítica negativa, la que proviene del egoísmo y del odio antirrevolucionario, no puede tener protección gubernamental. Lo dice el buen sentido más elemental.
Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir dedicaron casi dos meses a su trabajo en Cuba, y en los meses y los años por venir van a consagrar todavía una buena parte de su tiempo a la defensa de una revolución que se desarrolla a mas de 8000 kilómetros de Francia. ¿Por qué?
Los dos escritores, maestros del pensamiento de toda una generación, responden a esa última pregunta con gran sencillez:
Porque esa Revolución ha trastornado las nociones de lo posible y de lo imposible. Eso es lo extraordinario. Los jóvenes de muchos países pensaban como los jóvenes cubanos pensaron bajo Batista (en París había muchos emigrados que ya regresaron a Cuba): “No saldremos de esto jamás; no existe ningún camino para la libertad”. Hoy se dicen: ¿Por qué no nosotros? Castro ha demostrado que lo que se creía imposible es posible”. Ha demostrado que el hombre podía escapar de la inercia desolada que se consideraba prudencia. Es un milagro, un milagro razonable porque se apoya en una situación lúcidamente descifrada, pero milagro de todas maneras, porque había que creer en las probabilidades del hombre.
“Con esa audacia ― concluyen mis interlocutores ― los cubanos le han dado una gran lección al mundo entero: la condición de los hombres no está absolutamente cerrada y definida. Castro no es un idealista: tiene en cuenta las condiciones materiales de su país. Pero tampoco se obstina en ese falso realismo que con el pretexto de someterse a los hechos, se cohíbe de transformarlos. Confía en las posibilidades concretas del hombre arraigado en una situación concreta, y es por eso por lo que la Revolución cubana no es sólo un éxito sino también un ejemplo”.
Revolución, 2 de mayo de 1960, p. 23