Hoy me he levantado --todas las entradas en el nuevo y viejo día son distintas-- con, digamos, una especie de intrépida metáfora demiúrgica para tratar de reflejar el mundo del antropoide vestido y domesticado en éste zoo-ilógico de la civilización que hemos montado. Es ésta:
Adivina Adivinanza
Hay un cacharro
junto al retrete
del que nadie habla
en la vida
con el que limpiamos
por las mañanas
lo que seguimos limpiando
durante el día.
¿Qué es?
Si.
La escobilla.
Esa humilde e insignificante escobilla
siempre en su sitio aguardando
a realizar su trabajo
con una fidelidad cotidiana
que pasa desapercibida.
Esa necesaria compañera de faena
desprestigiada y olvidada,
de la que nos avergonzamos,
pero que sin la cúal no podríamos
borrar nuestras huellas
ni por las mañanas...ni durante todo el día
porque su trabajo es contínuo,
y no solamente borrando nuestros rastros,
sino las marcas de los demás
y las de un mundo
que cada día demanda más tazas limpias.
Esa indispensable escobilla
que, por otro lado, nos hace ver
algo muy importante,
y es que a pesar de que hemos sido
creados a imagen y semejanza de Dios,
esas señales que ella nos limpia
nos proporcionan el inequívoco rótulo
de nuestra genuina identidad
que no la podemos perder
porque de lo contario quedaríamos
enajenados de nosotros mismos.
Adivina Adivinanza
