Al nacer,
nos cortan el primer
cordón umbilical,
y lloramos,
desconsoladamente,
porque no queremos dejar
nuestra casa,
nuestra morada ancestral.
De la madre quedamos separados.
La bicoca del vientre materno
se queda atrás.
Ya nunca más podremos regresar.
Pero no obstante,
nos pasamos la vida
buscando otro vientre,
otra madre,
que nos pueda
mantener y cobijar.
Y como individuos,
animales aislados,
quedamos condenados a navegar,
en solitario, velas al viento,
en el inmenso y tortuoso mar.
Pronto nos salen otros cordones.
Es mucha la Soledad,
muchos los Puentes a cruzar.
Y nos unimos a otros vientres,
a otros seres,
a intercambiar carencias,
intereses, pulsiones,
sueños, solidaridad.
Y éstos seres,
que van pasando,
el cordón umbilical
que nos unía a ellos
nos lo cortan
porque ellos se van,
o lo cortan las circunstancias,
o tal vez el azar,
o la diosa necesidad.
Y va pasando el tiempo.
El tiempo siempre pasa,
a prisa, a prisa,
con su umbili-calidad,
huellas de ombligos y centros
por dónde estuvimos conectados
a un mundo fluctuante
de cintas y trencillas
que nos unieron a estelas
disipadas ya...
Asi, llega el momento
en que sólo nos queda
un cordón umbilical:
El que tuvimos siempre,
el endógeno, el esencial:
el que tenemos con nosotros mismos,
el que nos sale
de nuestro propio ombligo,
se enrosca en nuestros tuétanos,
circunvala la esfera
de nuestra mente y espíritu,
y se nutre de sí mismo,
de su propia mismidad,
esa que refleja el espejo
de nuestra orfandad,
la que siempre nos acompañó
desde que, al nacer,
nos cortaron el cordon materno
para empezar a respirar.
Y éste es el cordón
que nosotros mismos,
un día,
nos lo tendremos que cortar:
no, no nos lo corta la muerte:
nos lo cortamos nosotros mismos
para que ella pueda entrar.
Es el Ouroboros
que siempre nos acompaña,
y que nunca notamos su presencia
porque vive en nuestras entrañas.
El primer cordón umbilical nos lo cortan
para que empecemos a respirar,
y éste último nos lo cortamos
a nosotros mismos
cuando ya no soportamos
el cansancio de navegar
y queremos anclar
en el Puerto final.
Por eso éste es el cuento
del Cordón Umbilical,
ese vínculo con la madre
que nos cercenan
para que el ficticio 'Yo'
se cree su propia realidad,
y para que éste, a su vez,
por otros lazos,
se una a los demás,
hasta que, al paso del tiempo,
sólo nos quede el fundamental:
el que nos une a nosotros mismos
y sepamos que somos ahora nosotros
los que, un día,
lo tendremos que cortar...
Llega el momento
en que sólo nos queda
un cordón umbilical...