Sucede que, más que nada,
nos cansamos de ser 'sapiens'
Sucede que nos cansamos
de que nos canse el mundo,
los otros,
este torbellino,
esta avalancha,
este civilizado Zumbido
tan bien pulido y organizado,
tan bien llevado a cabo
por los ortodoxos Descansados
que, aún estando en minoría,
con su omnímoda tecnología,
a la mayoria dominan.
Cristo, el antropólogo crucificado,
sentenció:
"Las aves del cielo
tienen sus nidos
y las alimañas sus guaridas,
pero el Hijo del Hombre
-cansado, claro-
no tiene donde apoyar la cabeza"
Que gran Verdad.
Pero nadie lo escuchó
(Nadie escucha
al antropólogo que crucifican)
Por eso la frase
no tiene mucha resonancia.
Y no la tiene porque,
precisamente,
el que se la podrían dar,
el Hijo del Hombre,
sigue sin tener
dónde apoyar la cabeza.
(Y si no se tiene apoyada la testa
a nada le podemos dar resonancia)
Pero Neruda la escuchó.
Otro fue Sísifo,
el Condenado Sísifo.
(Neruda fue otro condenado)
Y todo empezó
cuándo comenzamos
a leer,
a escribir,
a reflexionar,
a denunciar,
a rebelarnos,
a cansarnos.
(Por eso nuestra "bitácora de barco varado"
se llama sisifocansado.blogspot.com)
Y creímos que asi,
al desahogar,
al encontrarle un vertedero
a la presa que llevamos,
iríamos a descargar,
a descansar...
Y nos equivocamos.
¡Cómo nos equivocamos!
Ahora resulta
que estamos tan cansados
que tenemos que ir a todas partes
en silla de ruedas.
Rodando
¡Con lo que siempre nos gustó andar!
Y cuándo vemos
a los viandantes por la calle,
nos gritan:
¡Déjese usted
de leer,
de escribir,
de reflexionar,
de denunciar,
de rebelarse,
y vengase a andar con nosotros
y no esté tan sólo!
...Y es verdad, carajo.
Llevan razón.
Porque el cansancio es,
entre otras cosas,
Soledad,
ostracismo,
aislamiento,
separación.
................
Lo que pasa es que llevamos ya tanto tiempo en una silla de ruedas que ya no sabemos andar, se nos han atrofiado las piernas y nos hemos quedado atascados en nuestra crisálida apartamental mirando al mar por el ventanal y pensando en las musarañas crípticas del qué coño sirve lo que hacemos cuándo el mundo, en su vehículo de guerra todo-terreno, ajeno a todo, sigue por opuestos derroteros volando al ojo (bizco) del huracan que todos vemos.