Los cantos de sirena

Por supuesto, más allá de la existencia de estos «cantos de sirena» que hacen «naufragar» a muchos, tampoco falta quien se inclina directamente por el autoengaño como fórmula de evasión; suele decirse que no hay buen viento para quien no sabe a qué puerto se dirige.
Un ejemplo de estos cantos de sirena puede encontrarse en la lectura que determinados medios han estado haciendo sobre León XIV, el primer papa norteamericano.
Sin perspectiva alguna, comentaristas y opinólogos habituales pretendieron desde el momento de su elección colocar a Prevost en una línea de continuidad respecto al pontificado de Francisco, vendiéndolo como un “nuevo papa progre” que desafiaría a la Administración Trump.
Lo cierto es que el pontificado de Bergoglio fue abundante en gestos de bienintencionada apariencia, en sintonía con el curso de estos tiempos vacuos, pero en la práctica el suyo fue un mandato que pasó sin pena ni gloria; podría destacarse el inicial impulso al ecumenismo en la reunión sostenida en 2016 en La Habana y en presencia de Raúl Castro con el patriarca Kiril, representante de la Iglesia Ortodoxa, en el que fue el primer encuentro entre ambas iglesias cristianas desde el Cisma del año 1054, pero a este acercamiento se le cortaron rápidamente las alas.
Los primeros gestos públicos de León XIV sin embargo nada tienen que ver con esa hipótesis que asegura una línea continuista respecto a Francisco, empezando por la elección de su propio nombre, que establece más bien su sintonía con León XIII (1878-1903), el pontífice que confrontó con el auge del movimiento obrero de finales del siglo XIX promoviendo las ideas antisocialistas a través del sindicalismo católico (la encíclica Rerum Novarum de 1891 fue fundamental para fijar la nueva posición de la Iglesia tratando de neutralizar las propuestas revolucionarias).
Sus primeras declaraciones son suficientemente elocuentes para ir disipando dudas, entre las cuáles destaca el cambio de rumbo respecto al conflicto en el Este de Europa, posicionándose abiertamente con las posturas atlantistas y empezando a intervenir de manera activa en este asunto.
En cuanto al recrudecimiento de la situación humanitaria en Palestina, León XIV no ha hecho sino abstracciones imprecisas ante la guerra genocida de Israel, barbarie que refleja la absoluta bancarrota moral en que se encuentra la gobernanza occidental, incluyendo su ecosistema cultural (y hablando de cantos, solo hay que ver lo ocurrido un año más con el Festival de Eurovisión).
León XIV no es ningún outsider, sino una figura que en líneas generales mostrará su sintonía y la del Estado Vaticano con el proyecto de dominación global de la Administración estadounidense.
Nadie debería extrañarse por ello: otro papa, Pío XII, al frente de la Iglesia durante los años 40 y 50 del pasado siglo, fue un feroz anticomunista que guardó silencio y abogó por la «neutralidad» ante el Holocausto y el genocidio fascista.
Otro de los cantos de sirena habituales de estas semanas es que Trump, pese a sus exabruptos, es una suerte de pacificador; incluso se ha podido ver cómo desde algunos medios se ha resaltado su falta de entendimiento con Netanyahu a cuenta de las medidas que deben tomarse contra Irán, exponiendo que el yanqui apuesta por vías diplomáticas y frena la agresividad de Israel, como si las diferencias de matiz respecto a cómo abordar la decisión del Estado persa de defender su soberanía fueran más allá de consideraciones puramente tácticas.
Hemos señalado en anteriores editoriales cómo la Administración Trump, con el vicepresidente J. D. Vance en un destacado lugar, prepara su propia agenda para la guerra, tratando de reordenar algunos de los escenarios bélicos alimentados por el Partido Demócrata e incorporar los preparativos que les permitan confrontar en la mejor de las condiciones con su principal rival estratégico, que no es otro que China. Para llevar adelante ese proceso afinan sus alianzas, entre las cuáles están algunos de los miembros de los BRICS+ (y de los que cabe augurar que, en caso de conflicto abierto, se decantarán probablemente por el bando del imperialismo, siendo los casos más claros los de Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí e India).
Por su parte, la tradicional sumisión de la Unión Europea y de cada uno de sus miembros a los EEUU y al Reino Unido se mantiene pese a las proclamas de una supuesta autonomía estratégica del continente, y Trump, con una advertencia, ha conseguido lo que pretendía: acelerar el rearme de Europa y que los socios de la OTAN asuman un nuevo aumento del gasto público en Defensa, que se sustanciará en la próxima Cumbre de la Haya en junio (ya se está hablando con total naturalidad de elevar al 5% del PIB). Simultáneamente, el imperialismo agita todos los escenarios posibles a través de sus terminales: lo hemos visto recientemente en Siria, y hay que prestarle atención a los intentos por desestabilizar a través del yihadismo (la CIA con chilaba) a Burkina Faso y en general al proceso puesto en marcha por parte de los países del Sahel para recuperar su soberanía.
Nunca debe perderse de vista que entre los instrumentos preferidos del Sistema imperialista se encuentran la mentira y la manipulación sistemáticas.
Un ejemplo más cercano, cotidiano y brutal que venimos denunciando está en la farsa y chantaje de la transición ecológica, que promete a través de los fondos de inversión y las grandes multinacionales de la energía una lluvia de millones de euros y puestos de trabajo a lo largo y ancho del medio rural, que solo servirán para intensificar su proceso de vaciado humano; similar consideración se puede hacer sobre la industria verde caqui, la industria militar.
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