La muerte en vida
Es preciso que me detenga y resuma una amplia serie de hechos aún inconexos. Los bacilos T revelan un proceso letal en el organismo vivo, precisamente la "muerte en vida".
La letra "T" es la inicial del vocablo alemán "Tod", que significa muerte. La denominación "bacilos T" señala dos hechos: los bacilos T son el resultado de la muerte de tejidos vivos y, además, son la causa de la muerte de ratas, si se los inyecta en grandes dosis. Cuando obtuve el primer cultivo de bacilos T, inyecté una muestra a ratas sanas. Muchas de esas ratas murieron en el término de una semana, otras se recuperaron un poco, para luego morir unos meses después.
En el transcurso de dos años (1937-1939) inyectamos bacilos T a varios centenares de ratas blancas sanas, siempre en grupos de seis. A dos de cada grupo sólo se les inyectaban biones PA, para control. A otras dos ratas del mismo grupo se les inyectaba una determinada dosis (que variaba con cada grupo) de bacilos T. Al tercer y último par de ratas se le inyectaban bacilos T y biones azules PA. Este experimento con ratas se describe sumariamente en la sección "Organización natural de los protozoarios".
La inyección combinada de biones azules PA y de bacilos T fue la consecuencia lógica de mi observación microscópica, según la cual los biones PA paralizaban a los bacilos T y los llevaban a aglutinarse. Como ya se señaló, el resultado final, al cabo de dos años de experiencia, fue que todas las ratas sanas a las cuales se habían inyectado biones PA continuaron siendo sanas; que todas las ratas sanas a las cuales se les inyectaron sólo bacilos T murieron en seguida o en el término de quince meses como máximo a consecuencia de una desintegración y proliferación de células en diferentes grados, en una palabra: morían de cáncer; que las ratas a las cuales se les inyectó la combinación de bacilos T y biones PA permanecieron sanas en una gran proporción. Ese efecto de los biones azules PA fue el punto de partida de las experiencias de orgonterapia en casos de cáncer.
Podría limitarme ahora a consignar los resultados puramente empíricos y darme por satisfecho con los éxitos prácticos obtenidos hasta ahora. De esa manera ahorraría al lector el esfuerzo de seguir un complicado proceso. Pero no puedo hacerlo. Porque aunque se haya abierto una importante brecha para penetrar en el problema del cáncer, hace falta un trabajo intenso y constante si se quiere eliminar por completo esta enfermedad.
La conclusión que he sacado de los experimentos de orgonterapia del cáncer es que sería mucho más fácil prevenir el cáncer que curarlo una vez que ha alcanzado su pleno desarrollo. Y justamente ese resultado exige que me remonte mucho más allá de los límites de esta investigación; porque el problema del cáncer tiene muchos puntos en común con el problema infinitamente complejo de la relación entre la vida y la muerte.
El cáncer no es otra cosa que una muerte prematura y acelerada, pero "normal", del organismo. Los procesos orgánicos que conducen a una muerte prematura por cáncer son los mismos que provocan la muerte natural.
Quiero señalar que tengo plena conciencia de las implicaciones de estas afirmaciones y que no las formulo a la ligera. Mi enfoque del problema dista mucho de ser frívolo. Al comenzar las experiencias con biones no había pensado en el problema del cáncer; pero éste se me plantó en el camino y me vi ante la alternativa de renunciar a mis investigaciones sobre biones o abocarme de lleno a ese magno problema. Mi decisión de demorar la publicación de los primeros resultados exitosos de mis experimentos con biones en el terreno del cáncer, y de no comunicarlos a las autoridades
responsables, se debió a que desde el comienzo advertí que el problema del cáncer y el de la vida y la muerte son una misma cosa.
Si analizamos con detenimiento esta afirmación veremos que no es tan sorprendente como parecería ser a primera vista. Los primeros experimentos con biones y la observación de la organización natural de los protozoarios nos enfrentaron ya, casi sin querer, con la biogénesis.
Luego, los experimentos con biones nos condujeron, a través de los biones PA y de los bacilos T, directamente al cáncer. Puesto que la vida y la muerte están indisolublemente ligadas, era lógico que las investigaciones acerca del origen de los protozoarios nos llevaran al problema de la muerte por cáncer y, por consiguiente, al de la muerte en general.
Creo que, en cierto modo, yo me había preparado inconscientemente para encarar estos problemas. Ya en 1926 tropecé con el problema de la muerte cuando comencé a refutar, desde un punto de vista clínico, la hipótesis de Freud sobre el instinto de muerte.
Negué, con fundamento, la existencia de una voluntad de morir. Pero no cabe duda de que existe un proceso objetivo de muerte, que comienza mucho antes de que el corazón deje de funcionar. Después de refutar con éxito la hipótesis del instinto de muerte (cf. La función del orgasmo) subsistió mi interés en el proceso objetivo de la muerte, ese proceso que el ser vivo no desea, ese proceso tan temido, al cual el organismo sucumbe tarde o temprano. Los bacilos T son una prueba tangible del proceso de muerte. Esto es lo que procuraré demostrar a continuación.
La biofísica orgónica reduce todas las manifestaciones de vida a la función biofísica básica de la pulsación. El proceso de la vida consiste, fundamentalmente, en una continua oscilación -en el organismo como totalidad y en cada uno de los órganos individuales- entre expansión y contracción. La "salud" se caracteriza por una regulación económico-sexual de la energía y por la plenitud de esas pulsaciones en todos los órganos.
Si la expansión predomina de manera constante sobre la contracción, hablamos de vagotonía. Si la contracción predomina constantemente sobre la expansión, hablamos de simpaticotonía crónica. La contracción crónica lleva, como ya hemos visto, a espasmos musculares y a la preponderancia crónica de la actitud de inspiración. Como consecuencia de esta actitud se produce un exceso de ácido carbónico en los tejidos (Warburg), un proceso de encogimiento y la pérdida de sustancia corporal que culmina en la caquexia.
De modo que el proceso de la vida funciona como una pulsación constante en cada órgano de acuerdo con su ritmo propio y en el organismo como totalidad según un característico ritmo placer-angustia. En el orgasmo sexual, el exceso de energía se descarga periódicamente en pulsaciones extremas (convulsiones).
Pero la expansión y la contracción también gobiernan el lapso total de vida en una prolongada y única pulsación. La expansión del biosistema se inicia con la fecundación del óvulo y continúa (con predominio de la expansión sobre la contracción) hasta la edad madura. Por lo común, el crecimiento, la sexualidad, la alegría de vivir, la actividad expansiva, el desarrollo intelectual, etc., predominan hasta la década entre los cuarenta y cincuenta años de vida. A partir de ese período -es decir al comenzar el envejecimiento, la llamada "involución"- comienza a predominar la contracción del sistema vital. El crecimiento se detiene y deja el lugar a un lentísimo encogimiento de todas las funciones vitales, que culmina en la ancianidad con una involución de los tejidos.
La involución natural de la persona que envejece va acompañada por una cesación de la función sexual. También disminuye la necesidad de placer sexual, de actividad y desarrollo. El individuo se hace "conservador"; predomina la necesidad de descanso.
Esa contracción natural del sistema vital en la edad avanzada puede desembocar en la "muerte fisiológica por cáncer". El cáncer es mucho menos peligroso en la ancianidad que en la juventud. Hay muchos casos de muerte por vejez en los cuales se descubre accidentalmente el cáncer en la autopsia. Por lo visto, la enfermedad no había producido síntomas llamativos en vida del individuo.
La muerte del organismo en sí va acompañada por una intensa contractura muscular, el llamado rigor mortis, que nos muestra con toda claridad la contracción del sistema vital. Finalmente, el cuerpo se descompone en la putrefacción. En contraste con el tejido vivo, el tejido muerto no muestra un aumento del potencial bioeléctrico de la piel. El tejido moribundo sólo presenta una reacción negativa. La fuente de energía biológica se extingue. El pescado, por ejemplo, acusa —poco después de la muerte— el efecto de la radiación orgonótica en el medidor de campo orgonótico; pero con reacciones débiles que no tardan en perderse. Las ramas muertas, a diferencia de las vivas, no acusan acción del campo de orgón.
Eso significa que el organismo moribundo pierde su energía biológica; primero se encoge el campo de energía orgónica que rodea al organismo, luego se produce la pérdida de orgón en los tejidos. Por eso, debemos reconocer que la creencia popular en que al morir "el alma abandona el cuerpo", no carece de fundamento. Pero no es que el "alma" sea algo estructurado que, luego de abandonar el cuerpo, flota en el espacio como "espíritu" esperando habitar un nuevo cuerpo, según las creencias místicas. Lo real y lo cierto es que la carga de orgón del organismo constituye la base de las percepciones vitales y esas percepciones van perdiendo intensidad a medida que la carga de orgón se debilita. Este proceso no se cumple en el transcurso de las horas anteriores a la muerte, sino a través de décadas.
La muerte aguda, caracterizada por el paro cardíaco, es sólo una -aunque decisiva- fase del proceso. Pero aun cuando el corazón haya dejado de latir no todo "muere" repentinamente; las funciones vitales individuales se prolongan por un breve lapso y cesan en forma gradual por falta de oxígeno. (La muerte repentina por "shock" no es más que una brusca y total contracción del aparato vital hasta un grado que hace imposible la renovación de la fas expansiva.)
La putrefacción de los tejidos, que sigue a la muerte, es el resultado de la descomposición bionosa de los mismos. No es necesario suponer que las "bacterias de putrefacción de la atmósfera" invaden el organismo en esta etapa. Porque es imposible no preguntarse por qué las bacterias de putrefacción que flotan en la atmósfera no se instalan en el organismo vivo y hacen que se pudra. Esta pregunta es mucho más importante de lo que parece a primera vista, pues apunta nada más ni nada menos que al problema de la defensa natural que ofrece el organismo sano a la "muerte en vida". La investigación sobre biones nos puede brindar una respuesta concluyente al respecto.
En los estadios más primitivos de la vida, la expansión, el metabolismo energético de la sustancia viva, etc., están representados por los biones azules PA. En cambio, la contracción y degeneración de la sustancia viviente, su decadencia, su desintegración y putrefacción están representadas por los bacilos T. ¿Se cumple eso también en el caso de los organismos muy desarrollados? Los biones PA no son otra cosa que portadores de energía orgónica, las "vesículas de energía orgónica". Los bacilos T se caracterizan por la falta de carga de orgón. Las células del cuerpo están constituidas por vesículas energéticas azules, con una alta carga de orgón. La ingestión de alimentos representa una fuente constante de energía orgónica en forma de biones PA contenidos en la comida. Los biones PA matan a los bacilos T por su mayor carga de orgón e impiden la putrefacción del organismo. La energía orgónica presente en la radiación solar también mata las bacterias de putrefacción. Es decir que el funcionamiento del sistema vital se debe a la constante acción de desinfección y carga de orgón que se hace efectiva en el cuerpo; en otras palabras, a la función de expansión. Esta evita el predominio de la función de contracción, que desembocaría en la putrefacción, con producción de bacilos T.
Pero si la función orgonótica de carga y expansión declina, la función de contracción puede predominar y conducir a procesos letales. Los bacilos T son una manifestación de estos procesos. La biopatía del cáncer no es otra cosa que un proceso letal de esta naturaleza. Por eso, el cultivo y estímulo de las funciones vitales positivas, como el placer, el desarrollo, la actividad, etc., son decisivos en la prevención de procesos de muerte prematuros.
El aumento de las expectativas de vida del hombre de ciertos círculos culturales durante las últimas décadas debe atribuirse a una liberación de las funciones sexuales naturales.
Estas suposiciones no sólo tienen justificación, sino que se imponen de manera ineludible si se intenta reducir diversas observaciones a un común denominador. Y ésa es precisamente la tarea de las ciencias naturales. La biopatía carcinomatosa de encogimiento (también podría llamársela "enfermedad de inanición sexual") sólo puede ser entendida dentro del contexto de procesos concretos de vida y de muerte.
Cuando en 1937-1938 logré producir por primera vez excrecencias carcinomatosas en ratas sanas por inyección de bacilos T, creí haber dado con el "agente específico del cáncer". El bacilo T había sido cultivado a partir de tejidos cancerosos y ahora producía cáncer en tejidos sanos. Las células cancerosas se desintegraban en bacilos T. Estos hechos son fáciles de demostrar y la investigación tradicional tenía idea de su existencia. Hace largo tiempo que se busca lo que yo llamo bacilo T, pero el prejuicio de la infección por el aire y la resistencia a la idea de la infección endógena crearon un obstáculo insalvable para el progreso.
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Un comentario sería oportuno sobre el mysterium tremendum
del arcano binomio vida/muerte.
Reich no creía en la pulsion de muerte: "Ya en 1926 tropecé con el problema de la muerte cuando comencé a refutar, desde un punto de vista clínico, la hipótesis de Freud sobre el instinto de muerte."
Por otro lado, según "la resistencia a la idea de la infección endógena", que es lo que mantiene la oficial medicina mecanicista, se hace imposible pensar que el individuo intervenga conscientemmente en su muerte, bien.
Algo natural: nadie se quiere morir.
Pero la cosa es más compleja.
El psicoanalista aleman, Georg Groddeck, que pertenecía a la mas alta intelligentia psicoanalítica, usaba un método muy curioso con sus pacientes que, al venir a él con cualquier tipo de problemas, les espetaba de entrada:
"¿Por qué se ha hecho usted ésto asi mismo?
Groddeck creía que el individuo participaba, inconscientemente, en todo lo que le pasaba, y su técnica psicoanalítica implicaba la estrategia didáctica de hacerles ver a sus pacientes esta participacion.
Ni que decir tiene que el gran trabajo de Groddeck era el tartar de desmontar la resistencia que encontraba en sus pacientes a admitir tal participacion.
Decimos ésto para elaborar mas claramente sobre lo que dice Reich de la infección endógena en la raíz de la biopatía del cáncer, algo inferido de sus experimentos, experiencia clínica y estudios al respecto, pues bien, todo ello nos lleva a ésta pregunta:
¿Sería legítimo si Groddeck recibiera en su consulta
a un paciente con cancer con su consabida
interrogante inicial de Por qué se ha hecho usted ésto asi mismo?
¿Hasta que punto, inconscientemente,
participa el individuo en ésta infección endógena?
Este es el comentario.