-"Entónces: ¿dónde existe el pasado, si es que existe?
-En los documentos, en las constancias escritas
-En los documentos; y ¿dónde más?
-En el entendimiento, en la memoria de los hombres.
-En la memoria. Perfectamente. Pero nosotros,
el Partido, ejercemos el dominio sobre todas
las constancias escritas y sobre la memoria
de los hombres. Por consiguiente, también
dominamos el pasado, ¿no es así?
-Pero ¿cómo pueden ustedes impedír
que los hombres recuerden las cosas?
(exclamó Winston, olvidandose por un momento
de la esfera) Lo que se recuerda es espontaneo,
algo que se escapa a la voluntad. ¿Cómo es posible
que ustedes dominen la memoria del hombre?
¿Acaso han dominado la mía?
Volvió O'Brien a asumir una expresión de severidad
y pusó la mano en la manija de la esfera"
"1984", George Orwell
(La esfera aqui es el instrumento de tortura
con el que era interrogado Winston)
................................
La capacidad para hacer
que las cosas no existan.
Por Manuel Blanco Chivite
27 de septiembre de 2014
Introducción
¿Realmente fueron acciones armadas? ¿Realmente aquéllos jóvenes que acabaron sus días frente a los últimos pelotones de fusilamiento del general Franco, con el voto unánime de todos los componentes de su gobierno, realmente empuñaron y dispararon alguna suerte de arma de fuego?
De hecho, sometidos a sumarísimos consejos de guerra, sus abogados, ante la afirmación de los fiscales militares de que habían empuñado tal pistola, tal revólver o tal escopeta, solicitaron, con el mayor de los respetos, que dicho armamento, importantísima prueba de cargo como cualquiera puede colegir, se presentase ante el correspondiente consejo de guerra y, además, no menos importantes, se presentasen, igualmente, las pruebas periciales referentes a temas como huellas dactilares, balística, y otras prácticas probatorias elementales.
Además, la policía afirmaba que, en efecto, se habían capturado las armas de las se hablaba en el apuntamiento preparado por la instrucción.
Y, ¡oh, sorpresa!, no había pistola, ni revólver, ni escopeta, ni proyectiles, ni pruebas balísticas, ni huellas dactilares y, por no haber, tampoco había testigos, pese a que la propia policía, una vez más, había dicho que sí, que los había, pero no, no los hubo. En realidad, no hubo nada.
Ninguna prueba. Nada. Las armas no existían más que en los papeles y en las palabras de los fiscales. No estaban en ningún sitio. Nadie vio ni oyó a los supuestos testigos que jamás se supo nada de ellos. Toro eran palabras y supuestas declaraciones, más palabras, conseguidas a palos y bajo tortura. Nada mas.
Sin embargo, sí hubo condenas a muerte. Hubo “enterado” por parte del gobierno en pleno. Y hubo, una vez mas, una mañana de sangre. Fue el 27 de septiembre de 1.975. Los últimos asesinados de aquel gran asesino de su propio pueblo, el general Franco. No tuvo tiempo de más; murió cincuenta y cuatro días después.
¿Inverosímil? ¿Me lo estoy inventando? ¿De verdad sucedió algo así?
Ciertamente, no es fácil,
transcurridos los años, hacerse una idea de aquella España dictatorial e
ilegítima en la que los tribunales especiales, militares y de Orden Público,
hacían y deshacían en función de los intereses políticos del régimen del que
formaban parte. Todo ello, en perfecta sintonía represiva con los poderosos
servicios de seguridad, desde la Brigada Político Social (BPS), pasando por la
Guardia Civil (cuerpo de carácter militar, pese a su curioso nombre) hasta los
numerosos servicios de información militares o de presidencia del Gobierno,
amén de las diferentes y cambiantes estructuras de las bandas terroristas de
Estado.
Todo un entramado con licencia para matar al servicio de los intereses
económicos, políticos y sociales de un régimen no por agonizante menos
sangriento. Y más que agonizante, en vías, por entonces, de articular su
transformación par la mejor defensa y continuidad de los citados intereses.
Se ha dicho que el
tardo-franquismo fue aperturista y, ciertamente, algo de eso hubo. Los
contactos de diversas personalidades del régimen con sectores de la llamada
oposición (PCE, PSOE, nacionalismos varios) y cierta manga ancha bien calculada
según para quién, auguraban los pactos de gran calado a que el franquismo ya
evolucionado llevó a la citada oposición al objeto de fundamentar la transición
democrática basada en la Monarquía pergeñada por el dictador.
Pero esto fue tan solo una de
las caras de la moneda. Durante los años 70-75 la represión (y vamos a atenernos
exclusivamente a la represión sangrienta) vivió un nuevo auge. Un siniestro
goteo de muertes y agresiones sembró el escenario de las luchas antifascistas.
UN ESCENARIO SANGRIENTO
En los años de referencia, y sin
contar los cinco fusilamientos de septiembre del 75, la represión política
asesinó a unas cincuenta (50) personas.
En esta cifra no incluimos, por no existir una
información contrastada debido a la censura de la época, algunas de las
personas asesinadas en los controles policiales, de los que raramente se
informaba, ni de algunas de las muertes producidas por las malas condiciones y
los apaleamientos en las cárceles.
Las incluidas en nuestro recuento, a
excepción de las que en el mismo así se señalan, aparecieron en la prensa
contemporánea a los hechos; quiere esto decir que se trataba de informaciones
que transcribían, sin apenas alteración, las notas oficiales de los propios
cuerpos de seguridad del Estado, por lo que las circunstancias reales de los
asesinatos sólo podían llegar a saberse a través de las publicaciones
clandestinas que recogían, cuando esto era posible, el testimonio de testigos
presenciales o de personas involucradas en los hechos.
Y un dato previo: entre 1.967 y
1.975 se decretaron seis estados de excepción. Los de enero del 69 y diciembre
del 70, de tres meses de duración, afectaron a todo el territorio del Estado;
los restantes “sólo” a las provincias que, tras la victoria franquista, fueron
declaradas oficialmente, “provincias traidoras”, Vizcaya y Guipúzcoa. (Vaya
entre paréntesis que quien esto escribe es natural de una de estas “provincias
traidoras”, Guipúzcoa, denominación que siempre me ha parecido magnífica).
En 1.969, durante una
manifestación de vecinos de la localidad vizcaína de Erandio, la Policía Armada
cargó y disparó a mansalva. Resultado, dos manifestantes muertos. Se llamaban
Fernando Elorriaga y Jesús Murueta. También en 1.969 fue asesinado por la
Brigada Político-Social de Madrid el estudiante Enrique Ruano. Lo arrojaron por
una ventana. Versión oficial: se arrojó él mismo.
Pocos meses después, ya en
1.970, durante una huelga de la construcción, en Granada, fueron ametrallados y
muertos por la policía tres trabajadores: Manuel Sánchez, Antonio Cristóbal y
Antonio Huertas.
En septiembre de 1.971, en
Madrid, un miembro de CCOO de la construcción reparte pacíficamente octavillas
llamando al paro. Le descubre una pareja de la Guardia Civil, le da el alto,
uno de los miembros de la pareja le dispara por la espalda y lo mata. Así de sencillo.
No pasa nada. Nunca pasa nada.
Recuerdo particularmente este hecho porque la
misma mañana, todos los militantes de todas las organizaciones clandestinas
recibimos la noticia conmocionados. Todos tuvimos el tan vulgar como dramático
pensamiento de que podía habernos pasado a cualquiera y de que, cualquier día o
a cualquier hora, también podía pasarnos a cualquiera.
Apenas transcurre un mes,
estamos en octubre del 71 y, en efecto, le sucede lo mismo a cualquiera; esta
vez a Antonio Ruiz Villalba trabajador de la SEAT. Formaba parte de una
manifestación con sus compañeros de plantilla, cuando la Policía Armada recibió
la orden de disparar. Además del muerto, hubo varios heridos de bala y
numerosas detenciones.
En marzo del 72 se desencadena
una huelga general en Ferrol. En la
Bazán, el día 10, se producen varias cargas policiales especialmente duras. Se
acorrala a un numeroso grupo de obreros, se les apalea y se les ametralla sin
piedad. Esta vez los muertos son dos, Daniel Niebla y Amador Rey. Dieciséis
heridos de bala y cinco apaleados tuvieron que ser hospitalizados. La policía
detuvo e interrogó con sus métodos habituales a ciento una personas. Por estos
hechos hubo 23 procesados, todos obreros; diez fueron condenados, en juicio
celebrado en julio de 1.975, a penas de uno a siete años de prisión. Ningún
policía fue ni siquiera amonestado; se daban ordenes y se obedecían.
El 16 de marzo del mismo año
muere ametrallado en Elizondo (Navarra) Juan Goikoetxea; el 12 de septiembre
son abatidos a tiros Mikel Hernández, en la casa donde dormía, y Benito Múgica
Zumeta, cuando se entregaba sin ofrecer resistencia.
El 4 de diciembre, otros dos
muertos: José María Fuentes, estudiante, en Santiago de Compostela a manos de
la BPS y José Luis Aranguren, a manos de la Guardia Civil, en Urdax.
En 1.973, el goteo mortal
continúa. El 3 de abril un obrero de Sant Adrià del Besòs, Manuel Fernández
Márquez cae muerto al ametrallar la Guardia Civil una manifestación de
trabajadores; otro, Serafín Villegas Jiménez cae herido grave con una bala en
la clavícula. Son trabajadores de la Central térmica del Besós: 56 horas de
trabajo semanal y contratos firmados en blanco.
El 19 del mismo mes, la BPS
acribilla, en una emboscada en Algorta a Eustakio Mendizábal, “Txikía”,
dirigente de ETA. Se cuenta que el tiro de gracia lo recibió esposado.
El 17 de septiembre es detenido
en Reus por la Guardia Civil un joven obrero de la construcción llamado
Cipriano Martos. Morirá bajo la tortura. Los agentes le hicieron beber dos
veces consecutivas el contenido de varios cócteles molotov. La prensa española
ocultó por completo el hecho. Una nota del diario francés “Le Monde” lo dio a
conocer.
También en septiembre, el 25,
fue detenido Salvador Puig Antich. En la detención se produjo un enfrentamiento
cuerpo a cuerpo y se hicieron varios disparos a consecuencia de los cuales un
miembro de la BPS resultó muerto. Según la policía, los disparos que en tal
confusión acabaron con el policía fueron hechos por Puig Antich. Sin más
pruebas que la versión policial, claramente falsa en maás de un extremo, Puig
Antich fue condenado a muerte.
El 28 de noviembre fueron
acribillados a balazos por la Guardia Civil, en las calles de Bilbao, José
Etxebarria y José Pagazaurtundua.
El 6 de diciembre, cae bajo las
balas policiales Josu Arteche, en San Sebastián.
El 20 de diciembre voló en
dirección al cielo, como corresponde a un buen católico, Carrero Blanco. El
mismo día, por la noche, unos policías de la Brigada Política dispararon en
Madrid contra un muchacho que, vaya usted a saber por qué, les resultó
sospechoso. El joven resultó muerto. Se llamaba Pedro Barrios, era camarero y
jamás supo por qué le dispararon. Ni él ni nadie. Jamás hubo ni siquiera una
“versión oficial”.
En el proceso 1.001 contra los
dirigentes de CCOO que se desarrolló por las mismas fechas, se dictaron 162
años de cárcel.
El 4 de enero de 1.974 presta
juramento un nuevo gobierno, presidido por Arias Navarro, un especialista en la
represión, fiscal militar de Málaga durante la guerra y tras la caída de dicha
ciudad en manos de los fascistas. Allí se ganó el sobrenombre de “El
Carnicero”. De 1.957 a 1.965 fue Director General de Seguridad y con el
gobierno de Carrero Blanco llegó a Ministro de la Gobernación. Un hombre, pues,
con las manos llenas de sangre.
El 12 de febrero en un sonado discurso, el
personaje con tal historial promete apertura.
El 19 del mismo mes se reanuda
la cuenta de sangre. Francisco Madrigal, joven trabajador, distribuye
octavillas en San Sebastián de los Reyes (Madrid). La Guardia Civil le da el
alto y le conmina a que recoja la propaganda que ha dejado en el suelo. Se
niega y la negativa le cuesta la vida. Varios disparos acaban con el muchacho.
El dos de marzo es ejecutado en
el patio de la cárcel Modelo de Barcelona, mediante garrote vil, el anarquista
Puig Antich. Eran las 9,45. Poco antes, en la prisión de Tarragona, moría por
el mismo procedimiento Heinz Chez, acusado de haber dado muerte, en un
enfrentamiento, a un miembro de la Guardia Civil.
Guardo un recuerdo particular de
las movilizaciones de aquéllos días, muy minoritarias en Madrid, por desgracia,
y de la sorda indignación que nos embargaba a todos. Por entonces, yo era el
responsable del Comité de Madrid del PCE (m-l) y me tocó escribir el texto de
condena del asesinato de Puig Antich, una breve octavilla de la que se
distribuyeron varios millares.
Fueron las primeras piedras del
llamado “espíritu del doce de febrero” y un adelanto de lo que vendría. Se
deseaba y se pretendía la apertura, pero se la deseaba a la medida de los
intereses y del talante evolucionista del propio franquismo. Para ello, se
hacía preciso eliminar de la escena política a quienes podían hacer peligrar la
integridad de sus intereses y el diseño transicional que se estaba fraguando a
través de los contactos ya iniciados con el pactismo del PCE, PSOE y grupos
nacionalistas de Euskadi y Cataluña.
Escarmentar a sangre y fuego a los sectores organizados más combativos de la izquierda y a los
sectores sociales más susceptibles de apoyarles era la consigna represiva del
momento y lo seguiría siendo aun tras la muerte de Franco y a lo largo de toda
la transición.
Se trataba de ir despejando el terreno para el asentamiento y
consolidación de las instituciones que sucederían al dictador, la Monarquía y
la Constitución monárquica del 78.
El 26 de marzo un estudiante
donostiarra, Francisco Lozano López muere a manos de la BPS. El 20 de mayo
mueren por disparos de la Guardia Civil en Fuenterrabía, Roque Méndez Villalba
y José Luis Mondragón.
El verano del 74 fue, así lo
recuerdo, particularmente caluroso, sobre todo en Madrid, y en las
organizaciones antifascistas no tuvimos vacaciones: la temperatura política no
se quedó atrás. Franco cae enfermo, el príncipe Juan Carlos se ensaya como jefe
del Estado en funciones y se crea la Junta Democrática con el PCE y algunos
amigos circunstanciales.
El 11 de julio la Guardia Civil
mata a tiros en Las Palmas de Gran Canaria a María Dolores Rodríguez
Betancourt. El 19 de agosto, el mismo cuerpo mata a una turista en un control
de carreteras. La noticia no aparece en la prensa.
Uno de agosto. Carmona, pueblo
de la provincia de Sevilla, se ha quedado sin agua. Una manifestación de
vecinos sale a la calle e invade la carretera. Pide agua, claro está. Pero la
Guardia Civil tiene una monocorde respuesta para todo: la manifestación es
tiroteada y muere un vecino, Miguel Roldán Zafra. Nunca nadie recibió tanto por
pedir tan poco.
El 11 de septiembre Urcelay Imaz
muere igualmente a manos de la Guardia Civil en Bilbao.
El 13 de septiembre un oscuro
atentado revienta la cafetería Rolando, de Madrid, junto a la Dirección General
de seguridad. La policía había alertado a
los suyos de no frecuentarla por esas fechas. Tras varios días de
confusas informaciones por parte de la BPS, se tira por el camino más fácil: ha
sido ETA. El 20 de octubre, ETA lo desmiente. A saber... El saldo, 11 muertos.
El 30 de octubre la Guardia
Civil continua su andadura y mata a tiros en San Sebastián a Ignacio
Iparraguirre Aseguinolaza. El 18 de diciembre muere igualmente a tiros e
igualmente a manos de la Guardia Civil Mikel Salegui; lugar, Rekalde.
1.974 se despide bien servido.
Durante el último trimestre fueron detenidas 1.309 personas: 478 en octubre;
197 en noviembre y 634 en diciembre. El Tribunal de Orden Público (TOP) incoó
durante este año 2.382 causas, 217 mas que en el 73.
Y una pincelada más: en 1.974
han emigrado de España, por motivos de sobrevivencia económica, 141.6651
personas. odo augura un 1.975
extremadamente complicado.
El 20 de enero La Guardia Civil
mata a tiros a Víctor Pérez Elexpe, militante del PCE(i). Su delito: repartir
propaganda de su partido en Santurce.
En enero se detuvieron en toda
España 600 personas, de ellas, 120 en Cataluña. (Manejamos, a no ser que
indiquemos otra cosa, cifras oficiales y la contabilidad de los hechos
reseñados por la prensa; ambas fuentes pueden considerarse poco fiables, en el
sentido de que ocultaban en unos casos y reducían en otros gran parte de los
hechos relacionados con la represión).
En febrero, los detenidos superan los 400,
entre ellos, el comandante de estado Mayor Julio Busquets. Se atacan a tiros y
con cócteles molotov librerías de Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia,
Granada,... Participan en los ataques los consabidos grupos de extrema derecha
así como miembros de las fuerzas de seguridad del Estado vestidos de civiles.
El 1 de febrero fue herido de
gravedad por los disparos de un policía de la BPS el joven Carlos Urritz Geli,
del PCE(m-l), junto al metro de Santa Eulalia, de Barcelona. Su delito, el
mismo que Pérez Elexpe: repartía el periódico de su organización.
El 5 de febrero muere en un
hospital de Barcelona, a consecuencia de las torturas infringidas por la BPS,
Pedro Mora León, militante independentista.
Tras el consejo de ministros del
8 de marzo, el titular de Información, León Herrera Esteban declara que, por el
momento no se cree necesario acudir al estado de excepción”. Al parecer, las
fuerzas de seguridad del estado ya mataban lo suficiente.
Sin embargo, poco más de un mes
después, los hechos desmienten al ministro. Con fecha del 25 de abril, un
decreto firmado por Franco y el ministro de la Gobernación, José García
Hernández, establece el estado de excepción durante tres meses en Vizcaya y
Guipúzcoa.
Justo la víspera de la firma del
decreto la Guardia Civil dio muerte a tiros a Mikel Gardoqui Azpiroz.
Durante estos días, en Galicia, están en
huelga los trabajadores de FENOSA. El 1 de mayo, dos organizaciones de
izquierda, el FRAP y la LCR convocan una manifestación en las cercanías de los
bloques donde viven muchos de los obreros de la citada empresa. Unas cien
personas recorren la zona repartiendo propaganda y lanzando consignas de apoyo
a los huelguistas. Entre ellas, está José Humberto Baena, uno de los jóvenes
que cinco meses después sería fusilado en Madrid. Se había unido al FRAP a
principios de 1.974. José Luis Sánchez Bravo, otro de los fusilados, también de
Vigo, al igual que Baena, no pudo asistir a la manifestación por encontrarse
huido. La persecución policial le había hecho refugiarse primero en Santiago de
Compostela y luego en Madrid.
Mientras la manifestación se
desarrollaba sin incidentes, aunque en estado de alerta a la espera de la
aparición de las fuerzas de seguridad, desde un balcón, un guardia civil
apellidado Sanfiz se dedicó a hacer puntería y disparar sobre los
manifestantes. Un obrero de FENOSA, Manuel Montenegro, que contemplaba la
manifestación desde la acera, fue alcanzado por las balas. Murió en el acto.
Minutos después, una dotación de inapreciable cuerpo al mando de un capitán
rescató a Sanfiz de las iras de manifestantes y vecinos. Se dijo, para calmar
los ánimos, que había sido detenido, lo que resultó descaradamente falso. De
hecho, la policía desató una fuerte ofensiva contra el FRAP, lo que obligó a
Baena a abandonar Vigo y marchar a Madrid.
El 20 de mayo, la Guardia Civil
perpetra una masacre en Guernica, asesinando a tiros a tres personas: Jesús
Markiegi, de veinte años, y el matrimonio formado por Blanca Saralegui Allende,
de cuarenta y dos e Ignacio Garay Lejarreta, de cincuenta y tres.
Como dato adicional a esta
tenebrosa lista de sangre señalemos que, entre octubre del 74 y mayo del 75 se
produjeron 80 secuestros de periódicos y revistas de todo tipo.
El 9 de mayo, el ministro de
Información León Herrera se reunió con nueve directores de periódico de ámbito
nacional para dictarles una serie de normas de comportamiento informativo en la
situación de estado de excepción, entre otras: “no criticar al Jefe del Estado,
al Príncipe Juan Carlos o al Presidente del Gobierno”. Se restringió igualmente
la información sobre la actividad de las Fuerzas de Seguridad del Estado.
En poco mas de un mes, de marzo
a primeros de mayo, los detenidos en todo el país sumaron, si nos guiamos por
las informaciones periodísticas, siempre muy parciales, unos 700. Un cálculo
más pormenorizado podría elevar la cifra a, más o menos, 1.300, para superar
los 2.000 en los siguientes cuarenta y
cinco días. En junio-julio fueron internados en la plaza de toros de Bilbao 125
detenidos, al no haber espacio en las comisarías.
Desde el final de la guerra
con la victoria fascista y los primeros años cuarenta, no se habían utilizado las plazas de toros
para encerrar a los detenidos.
Euskadi tuvo el privilegio de reverdecer las
nostalgias criminales de un régimen más igual a sí mismo treinta y seis años
después de haberse establecido de lo que muchos pretendían. Pero es que lo que
se jugaba en el 75 ya no era quién, cómo y en qué condiciones ganaría una
guerra, sino quién, cómo y en qué condiciones ganaría la transición
El 24 de mayo el estudiante Luis
Arriola, de diecisiete años, fue detenido en Ondarroa y conducido al cuartel de
la Guardia Civil. Motivo: formaba parte de un grupo de muchachos que se
paseaban cantando en vasco. En el cuartel le pegaron un tiro y murió. La prensa
guardó el más absoluto silencio.
El 28 del mismo mes, una
ciudadana alemana, Felicitas Mara Alesandra murió en un control de carreteras a
manos de la Guardia Civil. El mismo cuerpo de Seguridad mató a un niño de trece
años en otro control de carreteras. La prensa, en silencio. El estado de
excepción era para algo. Alfredo San Sebastián, de veinticuatro años fue
asesinado en Guipúzcoa el 15 de junio, igualmente por la Guardia Civil
IMPUNIDAD BLINDADA PARA LOS ASESINOS
Pues señor, tal era el panorama
que se sufría en aquélla España de agonizante dictadura.En un régimen ilegítimo
e ilegal, los asesinatos de Estado no son asesinatos legales, son, simplemente,
asesinatos. Y los asesinos, pueden ser cualquier miembro de cualquier cuerpo de
Seguridad del Estado que, simplemente, obedece órdenes de sus superiores sin
cuestionarse absolutamente nada mas.
En consecuencia, en todos los
casos consignados hasta aquí, por no hablar de las torturas y apaleamientos
callejeros, jamas los responsables directos de los crímenes, ni quienes
impartieron las ordenes, tuvieron que comparecer ante un juez.
Si alguno lo
hizo, la magistratura española de la época estaba lo suficientemente corrompida
y sometida al gobierno y a los poderes policiales, como para que nunca llegase
a aclararse nada. La impunidad era completa, blindada, garantizada.
Cualquier policía
o guardia civil, cualquier miembro de la BPS, cualquiera que para ganarse la
vida elegía vestirse un uniforme y colocarse un arma al cinto, se sentía
plenamente respaldado para disparar y matar o para apalear y torturar a sus
conciudadanos.
Este tipo de hechos, además, solía ser motivo de promoción
profesional.
Para cualquier persona honesta y
políticamente lúcida, para cualquier militante de una organización
antifascista, cuando un miembro de los cuerpos de Seguridad del Estado
torturaba o mataba, eran todos los que torturaban o mataban, ya que ninguno se
rebeló a tales ordenes, todos obedecieron y cobraron sus salarios y sus primas
por obedecer. De la misma manera, cuando un joven o un trabajador era asesinado
o torturado, todos nos sentíamos concernidos, porque sabíamos que, en un
momento u otro, podía tocarnos el turno.
FRAP: ACCIONES ARMADAS Y
FUSILAMIENTOS EN 1.975
Todo lo anterior explica, entre
otras consideraciones de mayor o menor alcance político, que una organización
como el FRAP acosada por detenciones, torturas heridos de bala, algunos muertos
y largas condenas de cárcel, decidiese, pese a su estremecedora escasez de
medios adecuados, decidiese responder violentamente a tanto desmán.
Así fue que, mal que bien, se
articularon varios grupos que, en algún momento, se denominaron de “defensa y
combate”, aunque nunca llegaron a estabilizarse con estructuras propias, ni a
recibir nombre específico.
Tales grupos aparecieron en
Madrid, Valencia y Barcelona; en las tres ciudades llevaron a cabo la mayor
parte de las acciones violentas atribuidas al FRAP: desde atentados personales
contra policías hasta ataques a alguna comisaría o cuartel.
Los objetivos específicos
importaban poco. Para el FRAP, como para muchas personas y como la realidad
cotidiana nos mostraba, un miembro de las fuerzas de Seguridad del Estado era o
podía ser en cualquier momento, ante una manifestación, ante una huelga, ante
un simple reparto de octavillas o una pintada, un asesino.
Así se pensaba, creo
que con toda la corrección que nos brindaba la experiencia cotidiana, y así se
llegó a actuar.
El carácter incipiente de estos
grupos, su inexperiencia, su carencia de medios y armamento y su inclusión
orgánica confusa, pues las células de actividad puramente política o sindical y
tales grupos aparecían todavía entremezclados de alguna manera, facilitaron las
detenciones de buen número de activistas, además, como puede suponerse, de los
resultados conseguidos mediante torturas y palizas.
Las ejecuciones de un policía
armado y de un teniente de la Guardia Civil en Madrid, provocaron, en varias
oleadas, la detención de medio centenar de personas. Todas ellas fueron
acusadas de pertenecer, en un grado u otro, al FRAP e, incluso, de haber participado
en las muertes mencionadas.
La ofensiva contra el FRAP se
extendió a toda España y se simultaneó con otra dirigida contra el
independentismo vasco de ETA
Las detenciones fueron numerosas
y las muertes producidas por la policía se sucedieron implacablemente.
Tras la ejecución mediante
atentado de un miembro de la policía armada en Madrid, el 14 de julio, fueron
detenidos en la misma ciudad doce personas acusadas de pertenecer al FRAP,
entre las cuales se encontraba quien suscribe. Fuimos seleccionados cinco de
los que consideraron más significativos
y acusados, en uno u otro grado, de la ejecución del policía franquista.
Algunos de los detenidos nada tenían que ver con el FRAP. Los acusados fuimos:
Vladimiro Fernández Tovar, Humberto Baena Alonso, que apenas llevaba dos meses
en Madrid, Fernando Sierra Marco, Pablo Mayoral Rueda y Manuel Blanco Chivite.
Todo fuimos interrogados por los
miembros de la Brigada Central de la BPS, encabezada por el comisario Roberto
Conesa.
Creo que este patético y siniestro
personaje merece algunas apreciaciones. Lo recuerdo bien. Su historial como
policía y torturador al servicio de Franco ( y posteriormente de la Monarquía)
esta en la memoria de muchos.
Era un hombre que se exaltaba de
manera muy peculiar en las palizas a los detenidos. La saña de su actuación y
la evidente excitación que le producía me llamaron la atención. Los gestos de
ira le demudaban la cara, le despeinaban la escasa cabellera. Aparecía en su
frente una sudoración que constantemente me hacía pensar en una sexualidad
sádica satisfecha entre las cuatro paredes en que se desarrollaban las
torturas. Sus gafas ahumadas apenas ocultaban el brillo de su mirada acuosa. Le
palpitaban las aletas de la nariz, los labios le temblaban ligeramente, la boca
se le ensanchaba en un rictus de rabia desatada. Lo que en otro policía,
también tristemente famoso, Melitón Manzanas, era psicopatía, en Conesa era
sadismo y, quizás, homosexualidad reprimida.
Creo que era un policía capaz de
cualquier crimen al servicio del Estado y, al mismo tiempo, un ser
profundamente patético: un pobre hombre.
Los detenidos permanecimos en la
Dirección General de Seguridad ocho días. En la cárcel de Carabanchel, fuimos
incomunicados en la galería especial de celdas bajas, de nombre oficial: Celdas
de Prevención Bajas, el CPB, tal como se conocían en la cárcel.
Aislados en celdas
individuales, incomunicados, sin derecho a patio, ni a visitas, ni a visita del
abogado. En tales condiciones, y durante varias noches consecutivas, fuimos
interrogados por varios miembros de los Servicios de Información de la Guardia
Civil, al mando de un coronel, en las mismas dependencias de la cárcel
El coronel era alto, gordo,
bigote entrecano, bien afeitado, con cierto aire de señorito otoñal y bien
alimentado. El y sus acólitos llegaban a la galería de servicios hacia las doce
o la una de la madrugada, se instalaban en una de las oficinas y hasta allí nos
conducían a los detenidos de uno en uno, sin permitir que nos viésemos entre nosotros. Los
interrogatorios se prolongaban hasta casi el amanecer. Buscaban a los autores
de un atentado realizado en los alrededores del canódromo madrileño y en el que
había sido ejecutado un guardia civil. Su despiste era mayúsculo, ya que ni
siquiera había sido el FRAP el autor de la acción.
Recuerdo que el coronel estaba
acompañado de un joven teniente de aspecto deportivo, pelo castaño claro, ancho
de hombros y con ganas de castigar. En una de esas noches, en un momento dado,
se inclinó sobre la oreja de su superior y le preguntó a media voz: “¿Podemos
tortu…?” Tortu…, tal cual. El coronel
negó con la cabeza y dijo: “Tienen que llegar presentables a los consejos de
guerra”.
Lo que habíamos recibido en la DGS, al parecer, no era suficiente para
su “investigaciones”, pero nuevas sesiones podían marcarnos de nuevo y no dar
tiempo, dada la celeridad con la que se estaba desarrollando la instrucción, a
que desapareciesen las nuevas posibles marcas en nuestros cuerpos.
Sin embargo, hubo amenazas; no
contra nosotros, sino contra nuestras familias. Aun recuerdo la frase exacta de
aquel valiente coronel: “Tu, aquí, en la cárcel, estas seguro, ¿comprendes?, tu
aquí estas seguro; otros, fuera, no. Comprendes?”. Un hombre sutil.
Después, los acontecimientos se
precipitaron.
Tras aquellos alucinantes
interrogatorios, pudimos comunicar con nuestros abogados, aun cuando
continuamos en la galería de CPB, de la que no saldríamos hasta pocos días
antes del consejo de guerra.
El juez instructor se llamaba
Mariano Martín Benavides, era coronel del ejército y nos tomó declaración
también en el interior de la cárcel.
Recuerdo que cuando le hablé de las
torturas y palizas, se limitó a mirar distraídamente por la ventana: lucía un
sol espléndido, desde luego. El mismo delincuente uniformado denegó la petición
de nuestros abogados pidiendo que se practicasen 134 pruebas de diferente tipo,
desde las balísticas, huellas dactilares, comprobación de coartadas... hasta
interrogatorio de testigos. A Martín Benavides le bastó veinte minutos para
rechazarlas todas. No había nada que comprobar.
Sin embargo, la petición fiscal
para los cinco encausados en este primer consejo de guerra era de tres penas de
muerte, para Humberto Baena, Vladimiro Fernández y Manuel Blanco, y dos de
treinta años de prisión, para Pablo Mayoral Y Fernando Sierra Marco.
En la calle, las muertes se
sucedían.
El 30 de julio, la policía
política (BPS) mata a tiros en Madrid a Jesús Munguía Ayestarán. Diego Navarro
Rico, obrero de la construcción en Tarragona, de cuarenta años fue herido de bala
en una manifestación y detenido. El 9 de agosto apareció ahorcado en la cárcel
de dicha ciudad. El 12 de agosto, en Ferrol cae por los disparos del mismo
cuerpo José Ramón Reboiras Noya , de veinticinco años, militante de la Unión do
Pobo Galego (UPG). Jesús García Ripalda , de veintitrés años , fue asesinado a
tiros por la policía cuando participaba, en San Sebastián, en una
manifestación, el 31 de agosto.
El 16 de agosto, otro grupo del
FRAP ejecutaría a un teniente de la Guardia Civil en Madrid. De las
consiguientes detenciones, la represión se centró en Ramón García Sanz, José
Luis Sánchez Bravo, María Jesús Dasca, Concepción Tristán (torturada
personalmente por Roberto Conesa) y Manuel Cañaveras y José Fonfría.
El
27 de agosto entra en vigor un nuevo decreto-ley “anti-terrorista” elaborado
por Eleuterio González Zapatero, fiscal del Supremo, a petición del Gobierno
Arias. El decreto fue aplicado, de manera retroactiva, al segundo grupo de
acusados del FRAP, que fueron sometidos a un consejo de guerra sumarísimo.
La implicación del ejército fue
total, completa.
Los dos consejos de guerra
contra el FRAP se celebraron, significativamente, en el acuartelamiento de la
División Acorazada Brunete (DAC), espina dorsal del ejército español, en El
Goloso, a pocos kilómetros de Madrid. Pese a las excepciones honrosas de los
miembros de la UMD, el ejército español seguía teniendo el mismo carácter
político y delincuencial que le imprimieron sus jefes y mandos el 18 de julio
del 36. Tan es así que la DAC, por entonces, estaba bajo las órdenes del mas
tarde tristemente célebre criminal golpista Milán del Bosch.
El primer consejo de guerra de
El Goloso tuvo lugar los días 11 y 12 de septiembre. De los cinco encausados,
Humberto Baena, Vladimiro Fernández y quien esto escribe fuimos condenados a
muerte sin pruebas, sin testigos, sin que pudiesen siquiera presentarse ante el
Consejo de Guerra ni armas, ni municiones, ni informes de huellas
dactilares...
Los delincuentes uniformados que
dictaron tan arbitrarias y brutales condenas, componentes del Consejo de
Guerra, fueron: Francisco Carbonell Cadenas de Llano, coronel de infantería y
presidente del consejo; Jesús Cejas Mohedano, capitán auditor y vocal ponente;
los capitanes José Rey Mora, Angel Urquijo Quiroga y Juan García Saro, ponentes
y el teniente coronel Ramón González Arnao,.gordo, con su buena papada, fiscal
que no consiguió dar una sola muestra de inteligencia a lo largo de todo el
consejo.
En la sala estuvo presente
Christian Grobet, abogado de Ginebra y Zurich, observador de la Liga
Internacional de los Derechos del Hombre. Su informe respecto a lo que vio no
se ha publicado en España. Algunas frases nos pueden dar una idea de como se
desarrollaron las cosas:
“El que suscribe no puede por menos que comprobar una vez mas que los
derechos elementales de la defensa, es decir, el derecho que tiene el acusado a
ser juzgado con equidad ... ha sido menospreciado en España de la manera más
grosera.
El proceso de los cinco militantes del FRAP ha constituido un simulacro...
Es evidente que el régimen franquista no podía dejar impune el
asesinato de un policía, sobre todo en el clima actual de represión que ha
alcanzado su paroxismo con la promulgación de la ley antiterrorista, cuya
finalidad es amordazar cualquier forma de oposición.
Era preciso encontrar culpables para infringirles el castigo ejemplar
exigido por ciertos sectores del régimen...¿Pero son realmente culpables
los miembros del FRAP que estan siendo
juzgados? ¿No pagarán estos por
otros?...
El que suscribe nunca ha tenido, desde que asiste a procesos políticos
en España, un sentimiento tan acusado de asistir a tal simulacro de proceso, en
definitiva una farsa siniestra, sobre todo si pensamos en la suerte que reserva
a los acusados”.
El segundo Consejo de Guerra de El Goloso,
sumarísimo, celebrado el 17de septiembre, se desarrolló en condiciones aun
peores, con la expulsión de los abogados de la sala e, igualmente, sin
admitirse la práctica de ninguna prueba.
La cuadrilla que formó el
Consejo fue la siguiente: Presidente: Ricardo Oñate de Pedro, coronel de
caballería; vocal ponente, Carlos Rodríguez Devesa, comandante auditor;
vocales: capitán de caballería José García Guerrero, capitán de artillería
Pedro Sánchez Castro y capitán de ingenieros José Miguel de la Cale; suplentes,
capitanes Julio Nieto González y Fernando Redondo Díaz; Fiscal: coronel Agustín
Puebla Fernández.
Los condenados a muerte esta vez fueron: Ramón García Sanz, José Luis
Sánchez Bravo, Manuel Cañaveras. María Jesús Dasca y Concepción Tristán, que se
encontraba embarazada.
Celebrados al mismo tiempo en
Burgos y Barcelona los consejos de guerra contra los militantes de ETA Angel
Otaegui, José Antonio Garmendia y Juan Paredes Manot, “Txiki”, dieron por
resultado tres nuevas condenas a muerte. En total, once.
Tras los consejos, el capitán general de la I Región
Militar (Madrid) Angel AmpanoLópez; el capitán general de Burgos
general Mateo Prada Canillas y el capitán general de Cataluña Salvador Bañuls
Navarro confirmaron las once penas de muerte.
Posteriormente, el 26 de
septiembre, el gobierno de Arias Navarro en pleno, dio el enterado a cinco de
las condenas, las correspondientes a Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo,
Ramón García Sanz, Angel Otaegui y Juan Paredes Manot.
El 27, diferentes piquetes
formados por miembros voluntarios de la Guardia Civil y de la Policía Armada,
daban cumplimiento mediante fusilamiento a las sentencias.
RECUERDOS, RECUERDOS...
No son pocos los recuerdos y las
pequeñas anécdotas que conservo de aquellos dramáticos días.
Tras los consejos de guerra, los
condenados a muerte fuimos encerrados de nuevo en la galería de Celdas Bajas
hasta el desenlace final.
Pudimos escribir algunas cartas,
que eran cuidadosamente censuradas y en algunos casos no llegaron a su destino.
Tal ocurrió con una de Humberto Baena. Comentaba en ella que en la galería
había un gato y una mujer rubia (se trataba de un travestí que llevaron en una
ocasión para barrer los pasillos). Supongo, escribió, que a la mujer la
llevarán pronto a una cárcel de mujeres y al gato a una cárcel para gatos. Fue
suficiente, como me comentaría más tarde un funcionario que leyó la carta, para
que el escrito no llegase nunca a su familia y destruido por orden del director
de la cárcel.
Durante esos días de espera, nos
permitían pasear por un pequeño patio durante diez o quince minutos. Las
ventanas enrejadas de la Sexta Galería, donde estaba una buena parte de los
otros presos políticos daban a tal patio. Un día, a modo de entrañable gesto de
apoyo y ánimo, oímos cómo los compañeros, al unísono comenzaron a silbar la
Internacional. Fueron unos momentos de tensión y alarma entre los funcionarios
que corrieron a la galería para reprimir el gesto: o se callaban o no nos
volvería a permitir los diez minutos diarios de patio.
Poco a poco, se hizo el
silencio, pero lo que había sucedido ya había sucedido. Suficiente.
Pues bien, así fue, así sucedió.
Fue una lucha dramáticamente desigual entre un régimen dictatorial y asesino y
un puñado de hombres y mujeres que se la jugaron para que las cosas cambiasen.
Y cambiaron. Quizás no demasiado, pero indudablemente cambiaron. Lo que, dadas
las circunstancias en que se llevó a cabo la llamada transición, no pudo
conseguirse es llevar ante unos tribunales democráticos a aquella cuadrilla de
facinerosos uniformados que sentenciaron arbitrariamente y asesinaron con toda
impunidad. Lástima, pero aquí estamos para recordarlo y dar sus nombres.
MUCHOS AÑOS DESPUES
Hace tiempo que ya no existe la
cárcel de Carabanchel. Ahora, es un especie de museo y cualquier ciudadano, sin
hacer ningún mérito, puede visitarla acompañado de un amable guía encargado de
exorcizar los fantasmas más horrorosos de tan cercano pasado.
Hace unos años, una amiga mía
visitó el tenebroso recinto y preguntó al amable guía por la ubicación de las
llamadas celdas bajas. El amable guía
le dijo que tales ergástulas jamás habían existido. Cuando me lo contó, me
palpé el cuerpo, el costillar, las piernas, la cabeza y comprobé que,
indudablemente, yo seguía estando ahí.
La duda sobre mi propia materialidad
surgió del exacto recuerdo que conservo de los 45 días que pasé en la galería
subterránea denominada, ya lo he dicho más arriba, CPB - Celdas de Prevención
Bajas-.
¿Estuve, quizás, en un lugar
inexistente? ¿Existió realmente aquélla mañana del 27 de septiembre del 75?
¿Existió el franquismo o fue tan solo una larga siesta de un pueblo dócil bajo
la mano paternal de un general con alguna querencia autoritaria?
No es un tema frecuente en mis
conversaciones, pero cuando alguna vez se tercia hablar de todo aquello con
personas de menos de treinta años, les resulta difícil creerlo. ¿No sucedería
todo eso en algún lugar inexistente? Sin embargo, ocurrió y duró sus buenos
cuarenta años. Y no hubo ni paternalismo ni docilidad...
En fin,
para terminar, no tengo sino que disculparme por haber estado en una galería de
la muerte inexistente y haber sobrevivido para contar ciertas inconveniencias.
Seguramente, no capté, en el momento debido, el espíritu de la transición y de su peculiar capacidad para
hacer que las cosas no existan.
http://www.frap.es/FRAP/frap%20juicios%20farsa.pdf