A Juan,
amigo desde el nacimiento.
Carta de unos amigos:
Ya estamos en la playa, sobre todo Juan,
que al llevarse allí a su pajarito,
ha empezado oficialmente el veraneo.
Todos tenemos un pajarito con nosotros,
nace con nosotros,
vive y se irá con nosotros.
Dependemos de sus alas,
de sus vuelos,
de sus emigraciones,
de sus sueños,
de sus contornos.
Pero lo tenemos en una jaula,
claro, encerradito,
para que no se nos escape.
(Hay quienes le cortan las alas
y lo dejan suelto por casa,
pero éstos son los mutiladores
de la especie humana)
Ya está acostumbrado a su jaula
lo mismo que nosotros a la nuestra.
El nos indica muchas cosas,
con sus cantos y trinos,
con sus estados de ánimo,
con su visualización de la vida,
de los cielos por dónde cruzó
al ocaso y albas.
Sólo lo llevamos con nosotros
cuándo empezamos nuevas etapas,
mientras tanto él siempre
se queda en casa.
Es como si los dos supieramos
cuándo se inician nuevos caminos,
nuevas atalayas.
(Nuestra relación con él es contradictoria
porque a veces no sabemos compaginar
nuestros musicos con lo que nos canta,
pero siempre llegamos a un acuerdo,
un acuerdo de enjaulados que se hacen falta)
Pero es él el que manda,
el que decide, con sus trinos,
cuándo debemos
emprender la marcha,
cuándo tenemos que movernos
en la dirección deseada.
Lo curioso es que nuestro pajarito
vive libre en nuestro Superyo,
aquí no está en una jaula.
Aquí vuela a su antojo
y hace con nosotros
lo que le dá la gana.
(Pero no queremos admitirlo
porque sería darle un poder
ante el que nosotros
no seríamos nada)
Este es el Gran Misterio
de ese pajarito
que nos canta todas las mañanas
por si tenemos que llevarlo
a empezar nuevas jornadas.
Hoy, por ejemplo,
me ha dictado éstas lineas,
y yo las escribo
aporreando éstas teclas
cuyos sonidos
con sus gorjeos encajan...
