JEAN-GUY ALLARD
El difunto agente de la CIA Philip Agee, quien luego de su renuncia a la Agencia se dedicó a identificar y denunciar sus crímenes, lo hubiera diagnosticado hace rato. Roberto Micheletti, actual capo de la junta militar-empresarial de Tegucigalpa, tiene todas las características del agentazo de la inteligencia yanki reclutado, en un momento determinado, por algún funcionario de Langley, asignado a la Embajada de Honduras.
Hacía falta ver con qué emoción, el 16 de julio del 2008, el futuro dictador hondureño, entonces presidente del Congreso Nacional, entregó La Gran Cruz con Placa de Oro, la máxima distinción del país centroamericano, a Charles Ford, entonces embajador de los Estados Unidos en Honduras.
Este mismo Ford, quien meses antes había propuesto, groseramente, al nuevo Presidente del país, Manuel Zelaya, acoger al terrorista internacional Luis Posada Carriles.
Para este acto de servilismo, Micheletti reunió a miembros de esa misma cúpula golpista que, durante once meses, conspiraron para expulsar del país al mandatario legítimo.
Estaban presentes la presidenta de la Corte Suprema de Justicia, Vilma Morales, el general Romeo Vásquez Velásquez y varios de sus oficiales; el Fiscal General y el Fiscal Adjunto: el comisionado de los Derechos Humanos, el subprocurador de la República y el presidente del Tribunal Supremo Electoral.
La mafia completa de los jefes de la docena de familias que dominan el país y que se encargaron de secuestrar y expulsar hacia Costa Rica a Zelaya.
Cuando en este mismo periodo, el entonces subsecretario de Estado de EE.UU., el agente CIA disfrazado de diplomático, John Negroponte, realizó una visita a Honduras, tuvo una atención particular para Micheletti.
El ex embajador bushista en Bagdad terminaba un recorrido, que lo había llevado sucesiva y sospechosamente a Guatemala y El Salvador.
En Tegucigalpa visitó al presidente Zelaya, con quien discutió la decisión del gobernante de convertir en aeropuerto civil la base de Palmerola, ocupada por Estados Unidos, lo que, comentó, "no se podía hacer de la noche a la mañana".
Negroponte se reunió luego en privado con Micheletti, pero nada se supo del contenido del extenso encuentro. "No se informó sobre los temas que centraron su conversación", dijo textualmente un diario local.
Pero sí se conoció que Negroponte —el oficial CIA fundador del sanguinario Batallón 316— sostuvo después conciliábulos con la presidenta de la Corte Suprema de Justicia, Vilma Morales, eminente cómplice de Micheletti; con los ex presidentes Ricardo Maduro y Carlos Flores, golpistas de primera fila, y el patético Comisionado de los "Derechos Humanos", Ramón Custodio.
Pero hay mucho más en el expediente Micheletti.
En 1985, cuando Honduras seguía sofocado por la bota imperial y —gracias a Ronald Reagan y George Bush padre— el país era convertido en portaaviones yanki para derrocar al gobierno revolucionario sandinista de Managua, el diputado Micheletti fue cómplice de un verdadero intento de golpe parlamentario cuando se pretendió convertir el Congreso en Asamblea constituyente.
El propósito del complot: garantizar la permanencia en el poder del presidente pronorteamericano Roberto Suazo Córdova, implicado hasta el cuello, como su amo Negroponte, en el escándalo Irán-Contra de tráfico de drogas por armas.
Suazo Córdova fue el mandatario pitiyanki, que encubrió un periodo de represión salvaje de la cual, hasta hoy, los hondureños hablan con miedo.
Se cuenta que, en los años 60, el actual dictador golpista fue suboficial de la Guardia Presidencial bajo Ramón Villeda Morales, cuyo derrocamiento marcó el comienzo de una interminable dictadura militar.
La carrera política de Micheletti, hijo de inmigrante italiano, es verdaderamente inexplicable a no ser que tenga alguna conexión "milagrosa", en este caso con la embajada norteamericana en Tegucigalpa.
¿Será Micheletti un producto de la maquinaria diabólica, cuyo funcionamiento tan detalladamente describió Philip Agee?
De las relaciones ocultas del presidente postizo se pudiera contar mucho más: desde su debilidad por el asesino y torturador Billy Joya hasta su afiliación con la red del contrabandista Yehuda Leitner, sin olvidar los narcos del ejército ni a la congresista yanki Ileana Ros-Lehtinen, premiada el otro día por una sucursal de la compañía.
Del agentazo a Micheletti, no le falta nada. Ni siquiera la prepotencia de quien cree que, más allá de los titulares, tiene la confianza de sus amos.