Thursday, October 20, 2022
AYER, TEMPS RETROUVE, FUIMOS A BARCELONA, QUERIDA BARCELONA, YA BARCO DE NAUFRAGOS, DIASPORA DE TURISTAS Y DESPLAZADOS . Y TODO EN EL BUSINESS BUSINESSADO
Si.
Temps Retrouvé.
Barcelona.
Querida Barcelona.
Ya barco de naúfragos.
Diáspora de desplazados.
Turistas corrompedores
de espejos y de encantos.
Calidad rota hecha pedazos.
Lo cuantitativo canibalizando
a lo cualitativo a más velocidad
con la que se expande el Cosmos,
que ya es decir, camaradas,
en un proceso ad infinitum
dónde ya no es que sea difícil
ver la luz al final del túnel,
es que ya no tenemos ni túnel.
Llegamos a ti en el verano del 63.
Tomamos el catalan en la estación de Plazas de Armas
de Sevilla, catedral de entradas y salidas. Había estudiado facultativo de minas y no se encontraba trabajo ni horizontes de salida, y la sopa boba del dame pan y dime tonto, como me decía mi padre, se terminaba en casa...
Asi que, naturalmente, por ley evolutiva,
fuímos expulsados del hogar familiar.
Aquella casa con la que siempre soñamos
y dónde tenía un pájaro azul
y un patio oasis de murmullos
de fuentes y macetas...
y un gallinero en el corral
dónde las gallinas llevaban
olor a campos y libertades
ya prohíbidas.
Para quella infinita infancia y juventud
no se concebia ningún mundo,
ninguna forma de vivir,
afuera de aquel lugar,
de aquel regazo que nos protegía
y defendía de cualquier eventualidad.
Pero todos somos expulsados
del paraíso terrenal.
Y eso llega a pasar
cuándo se acaba la sopa boba,
cuándo el Ananké asalta
aquel dame pan y dime tonto
que mi padre tan bien sabía
expresar y hacer llegar...
Y un día fue expulsado de la casa familiar
en la Carretera de Sevilla, nº 16,
junto a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús,
dónde su párroco, don Litro, formaba parte
de los pelotones de fusilamiento
de la cuenca minera de Nerva (Huelva),
y cuándo nos confesabamos con él
de las consuetudinarias mansturbaciones,
nos preguntaba: hijo, ¿con qué mano,
con qué mano?, como si -después supimos-
tratase de preguntarse él mismo
qué mano levantaba para decir, ¡fuego!,
cuándo dirigía los escuadrones
de la muerte en Nerva.
La España de la que venimos la conocímos
mucho más tarde cuándo la casa familiar,
con su pájaro azul y su patio de macetas,
ya estaba tragada por los bloques de pisos
Asi, Barcelona querida,
llegamos a ti un día.
Nos hemos tenido que presentar
de entrada para que sepas
quíen arribó desde aquella
catedral de entradas y salidas,
tomando el catalan en Sevilla.
No recordamos la mano
por la que nos preguntaba don Litro,
pero si recordamos la cabeza
y el corazón que llevabamos
camino de un viaje sin retorno
al hogar familiar,
a la tribu que nos parió.
Por eso llevamos clavado el rejón.
(No somos el arquetipo del nómada,
soy autóctono, aborigen, indígena,
pilón en agua y tierra,
porque nunca he podido quitarme
de encima aquel pájaro azul
y aquel oasis de murmullos
de fuentes y macetas)
Mi primera casa fue en la calle Alta de San Pedro, nº 51, quinto piso, balcón a la calle, seis cientas pesetas al mes, un cuarto, ducha fría, la mastresa, de luto y gorda, la escalera barroca, de litúrgicas subidas y bajadas a una jaula alquilada.
Mi casa social, Bar Luis, Baja de San Pedro nº 11, esquina Verdaguer. Luís y Montse, hermanos de siempre. Eres más guarro que la Maína, que se limpiaba el culo con la bajera y decía que se le había quemao con la plancha. Y Luis -ya en el más allá desde dónde siempre se regresa, como ahora- se tronchaba de risa. Yo estaba recien llegado de Al Andulus y arrastraba los chascarrillos vernáculos sin represión ni cacofonías.
¡El Bar Luis!, ¡ay, cuántos recuerdos en melodías de aquella época que nos la robaron como todos los tesoros que van desapareciendo cada hora, cada día. Ayer, al pasar por allí, me encontré un negocio donde se arreglan los pies y las uñas; entré, y, soñando lo mismo que Jesús cuándo a latigazos sacó a los mercaderes del Templo, les dijes: ¿Sabíais que hace sesenta años esto era el Bar Luis? (Salid de aqui inmediatamente y no profanar este lugar) Me miraron con curiosidad de uñas pintadas e intuímos que cambiaron el deseo de llamar a la polícia para sacar de alli aquel viejo descarriado por una sonrisa compasiva y hueca.
El Churry, y su banda de migos del gremio, era uno de los personajes del Bar Luís. Un maricón con gracia y jaleo que sabía llevar sus libres desvíos con un duende y soltura que hacían las delicias de la concurrencia. Trabajaba en la llamada Jefatura de Polícia, la Brigada Político-Social, en Vía Layetana. El Churry era el encargado de llevarles de comer a los prisioneros alli detenidos. La comida la compraba en el Bar, y cuándo llegaba de regreso le preguntabamos, qué, ¿cómo va allí la colmena de prisioneros?, y él, con su kinésico lenguage corporal: "ay, hijo to er mundo alli e prisionero politico". Y era verdad. Desde la calle, muchos días, los tortazos se podían escuchar. España, abarrotada de tortazos y castañas al fuego que cada vez era más difícil sacar, sigue blanqueando tortazos y castañas al fuego.
Luego nos tiramos para mi antigua vivienda y su gran entrada por la Alta de San Pedro: Pasaje Sert. Pasado este portalón, a la derecha, había unas barrocas y magníficas escaleras para subir hasta el 5º. Hoy hay un ascensor y unas escaleras ridículas que insultan a las desaparecidas.
El Pasaje comunica la Alta de San Pedro con Trafalgar. De noche, cuándo llegabamos tarde teníamos que llamar al sereno para que nos abriera el gran portalón para poder entrar. ¡Sereno! Y el hombre aparecía, sabe dios de que misterios de la noche, y con grandes llaves nos abría. Era un hombre circunspecto e inaccesible, como la noche, que, al aceptar la consabida propina, agachaba la cabeza como si se avergonzara del pecado cometido.
Era el verano de 1963.
El mundo era otro.
El otro era el mundo.
Había luz al final del túnel.
Hoy no tenemos ni túnel.
Y allí fuímos a ver.
Temps retrouvé.
Como si quisiéramos descubrir lo ya no existente.
Como si guiados por una pulsión atávica fuesemos conducidos por una fuerza esotérica a reencotrarnos con una plancenta que sabíamos en qué lugar hallar.
Todo es Historia.
La Historia nos llama.
Esas huellas, esos fósiles
que vamos dejando
por el mundo,
que, como arqueólogos,
vamos reuniendo
con cuidado para tratar
de componer el eslabón perdido
de nuestras vidas
y poder encontrarnos
a nosotros mismos.
La amistad con Luis
perduró siempre.
Al final el Bar cerró.
Los tiempos iban cambiando
y las olas de descomposición
del progreso comenzaron
a comerse Barcelona,
y nuevos business,
nuevas demandas,
inversiones de capitales
y sus cangrejos caníbales,
iban abriendo caminos
devorando vientos y coplas
y llevando naúfragos
a las corrientes del río.
Después nos fuímos al mercado de Santa Catalina. Abajo está la foto del de antes, antes de que llegara
Entro en un bar.
(Nos habíamos hecho un renograma isotópico
y teníamos que orinar por demandas superiores
-todo sea dicho que animales somos-
dado que servicios en las calles no existen)
Y pido un café.
Y ya veníamos con el ánimo nostálgico
de recuerdos, cansino del tiempo
que nos va llevando
y elaborando palimpsestos
dónde se escribe sobre lo escrito
a ver si la última lectura corrije
y mejora a la primera,
pero siempre llegamos
a lo mismo.
Y a todo esto entablamos una conversación
con el hombre que, detrás de la barra,
parecía ser el dueño.
Mire usted -me dice-,
no es que se está apagando
la luz al final del túnel:
es que ya no hay túnel.
Esta es la misma impresión que he sacado
hablando con las gentes. Una apatia fatalista,
una desesperanza curva y sin alas,
como un viento que desmorona,
grano a grano,
todos los castillos
que han levantado en sus playas.
Paseo por el mercado.
Salgo afuera y me siento en un banco.
Han pasado seís decadas.
¿Qué se ha logrado?
¿Estan contentas las gentes?
¿Que piensan?
¿Como se encuentran?
¿Mejor que antes?
¿Y tú, mi querida Barcelona,
qué tienes que decir?
...Se me acerca con paso lento,
alta, egregia, como una pirámide faraónica,
y se sienta a mi lado, humilde y estóica,
su silencio me conmueve,
la miro a los ojos y veo que está llorando.
La consuelo:
Vaja, vaja, no n'hi ha per tant.
Això sempre passa, el desenvolupament,
el creixement, no es pot aturar.
Le digo en mi mal catalan.
No para de llorar.
Me quedo en silencio.
Nos quedamos en silencio
On anirà a parar tot això...
on,
on...,
dice con voz de siglos
que acampan en su garganta
que lo ha visto todo pasar.
Ya no la puedo consolar.
No le puedo mentir.
De lo alto de las agujas de la catedral
se ha desprendido un ángel
que, pañuelo en mano,
le seca las lágrimas
y se la lleva volando a su altar.
¿Es esto lo que pasa en todo el mundo
y no lo queremos admitir,
no lo queremos enfrentar
porque sabemos
que no hay marcha atrás?
¿Es esto lo que está ocurriendo
en todas las ciudades del mundo
y se está extendiendo
a toda la humanidad
y no queremos ver esta verdad
porque tenemos que vivir
y sobrevivir en ella
y sabemos que esto ya
no se puede parar?
Y me viene a la testa
lo que me dijo
el dueño del bar:
es que ya no hay túnel.
Y me voy despacio a la estación
de Francia a tomar el tren
y deseando que la Barcelona
que conocimos se quede,
eternamente,
en el altar del ángel
que le secó sus lágrimas.
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