21/03/2022
Ucrania, chivo expiatorio de Occidente
Derramar sangre para expiar la culpa por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante cinco siglos, ha sido la forma como Occidente soluciona recurrentemente sus crisis. Una razón cultural nacida de la unión de la religión judeocristiana y la tradición del pensamiento grecorromano impone sobre el planeta su cosmovisión. Un orden maniqueo emerge de sus entrañas.
Civilización o barbarie. Sólo existe una representación del mundo que ha extendido su razón cultural con la finalidad de dominar el mundo. Oriente, las culturas milenarias, Asia, África y América Latina, nunca han existido, salvo para proclamar la sed de conquista, saciada con la sangre de esclavos y pueblos llevados a la extinción. Países a los cuales se han usurpado sus riquezas, sus territorios, contaminado sus ríos, mares, e impuesto gobiernos títeres. Sobre ellos cae la noche.
El Dios castigador omnipresente y todo poder administra justicia. Inquisidor y castrador da luz a quienes abrazan su verdad, la única, aquella emanada del verbo divino. Occidente se expande, arrasando civilizaciones enteras. Así ha sido parida la modernidad. Han sido y son millones los seres humanos víctimas de su prepotencia, sus ansias de dominación totalitaria encubierta bajo la idea de progreso, el principio del derecho de propiedad y libertad individual.
Occidente se desvanece en las tecnologías de muerte. Las armas de destrucción masiva, sean cámaras de gas, atómicas, químicas, biológicas o apoyadas en la cibernética y la inteligencia artificial, son el argumento disuasorio para imponer su voluntad. Para Occidente no habrá paz mientras sus ansias de dominio no se hayan saciado. De nada sirve apelar a la sensatez, a la dignidad, en definitiva a lo que nos hace humanos: la vida en el respeto mutuo. Occidente sólo conoce una razón: la guerra de conquista para someter a toda la población mundial. Así alumbra el holocausto y el exterminio del otro, del extranjero. No tiene compasión.
Zygmunt Bauman, en su obra cumbre Modernidad y holocausto, subraya: “La civilización moderna no fue condición suficiente del holocausto, pero si fue, con seguridad, condición necesaria. Sin ella, el holocausto sería impensable. Fue el mundo racional de la civilización moderna el que hizo que el holocausto pudiese concebirse (…) El holocausto no fue un arranque irracional de aquellos residuos –todavía no erradicados– de la barbarie premoderna. Fue el inquilino legítimo de la casa de la modernidad; un inquilino que no se hubiese sentido cómodo en ningún otro edificio”.
Hoy Occidente y su portavoz, EEUU, se sienten cómodos. Los acontecimientos sobrevenidos en Ucrania le permiten sobrellevar sus fracasos. Elevar a rango de chivo expiatorio la tragedia que vive la población ucrania. El sufrimiento de unos es la justificación de la violencia sobre los otros.
Ucrania lanza un SOS. Su voz se escucha. Occidente acude al rescate, aunque sus instituciones internacionales, Unión Europea, OTAN, empresas privadas, bancos, trasnacionales, medios de comunicación, etc..., sean los responsables de la actual crisis planetaria. Los ucranios merecen atención. Pero no nos engañemos, su sangre lava la ignominia de las otras guerras, las civilizatorias. Así se construye el discurso del chivo expiatorio. Una víctima y victimario.
Las sanciones a Rusia, la política de brazos abiertos a los ucranios desplazados de la guerra, la solidaridad de ciudadanos del mundo se hacen eco del llamado. Son solidarios, envían comida, mantas, se desplazan. Las ONG despliegan todos sus medios y redoblan los esfuerzos, mientras los gobiernos mandan armamento y promueven el odio hacia Rusia y los rusos. No hay que buscar más explicaciones. Ucrania es la excusa para el patrocinio de una guerra que tapa sus vergüenzas. Los ucranios, es triste decirlo, importan poco. Víctimas propicias para visibilizar el comportamiento católico de buen samaritano. Mientras tanto, desde el poder, se ejerce la llamada necropolítica.
Un conflicto creado en los despachos de la OTAN, la Casa Blanca y el Pentágono, destapa la barbarie de Occidente. Hipocresía, cinismo, los adjetivos sobran. Occidente vocifera, clama por un Dios castigador y justiciero. Matar rusos. Ellos son los invasores, hay que expulsarlos de cuanta organización internacional sea posible. Llevarlos al exterminio si es necesario. Jóvenes estudiantes rusos son conminados a dejar las universidades europeas. Ciudadanos rusos son vilipendiados y los medios de comunicación atizan y fomentan el odio. Deportistas, actores, no importa, mientras sean rusos, se estigmatizan. Son criminales, bárbaros, escoria, oligarcas, violadores, asesinos.
No hay distinción, Putin es ruso, los rusos son Putin, todos juntos son enemigos de Occidente, sus vidas no tienen valor. Así procede Occidente.
Mientras recibe a los desplazados ucranios concediendo tarjetas de residencia, permisos de trabajo, estatuto de refugiado, cierra las puertas a quienes durante años claman una posibilidad de trabajo en sus países. Son los muertos, ahogados en las pateras en el Mediterráneo, los cientos que ven peligrar sus vidas cuando se les niega al asilo.
Pero también son las mujeres esclavizadas y prostituidas en Holanda, Alemania, España, Francia, y la Europa casta y pura. Son, igualmente, los muros de la vergüenza. Los centros de internamiento, las falsas declamaciones de neutralidad. La irresponsabilidad de Occidente, su prepotencia, sus ansias de dominar el mundo nos sitúa al borde del abismo. Pero mientras tanto, nos llaman a exterminar a los rusos.
La Jornada
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La desinformación en la guerra ruso-ucraniana
Veamos un ejemplo. España es un país perteneciente a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En su territorio cohabitan fuerzas armadas estadounidenses y sus gobiernos se hayan atados a sus designios. Como parte de los acuerdos, tuvo a Javier Solana, socialista anti-OTAN en los años 80 del siglo pasado, como su secretario general. Hoy ocupa el cargo de comandante en jefe del Estado Mayor de la Unión Europea. Por otro lado, Josep Borrell, otro anti-OTAN en su juventud, funge como representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.
En esta dinámica, la capacidad de crítica, la soberanía de España en temas de seguridad estratégica y defensa está hipotecada. Sólo cabe una dirección en los análisis, una visión de los conflictos y un enemigo, aquel que la OTAN y EEUU señalen como tal: en este caso, Rusia. Pero no es sólo España la que asume el relato hegemónico de la OTAN y EEUU: son todos los países aliados.
El encuadre político, las imágenes, los relatos de enviados especiales, las agencias de prensa de la guerra ruso-ucraniana están sometidos a un férreo control de la OTAN y sus mandos, tanto políticos como militares. En su interior se despliega una estrategia: la opinión pública debe ser manipulada. Hay que ocultar hechos, borrar la historia, resaltar la crueldad de los invasores y la muerte de civiles haciendo hincapié en los desplazados, el llanto de las mujeres y los niños desorientados y con miradas perdidas. Todo sirve para justificar a unos y descalificar a otros.
En este caso, Vladimir Putin, encarnación del mal, es un sicópata, un ser despreciable, ávido de sangre y muerte. Enfrente tiene a un hombre de bien, un demócrata, defensor de las libertades, un héroe de su patria que llama a resistir, tomar las armas y protegerse del invasor. El mal y el bien, confrontados. Europa, Occidente y la OTAN se identifican con el bien, toman partido. Imponen sanciones, llaman a boicotear actos deportivos, claman no a la guerra y piden solidaridad bajo el atento mirar de la OTAN, cuyo papel se presenta como mediador, no como parte de la guerra creada por sus estrategas.
Todo es poco para combatir al lado de Ucrania y convertirla en víctima del imperialismo ruso, que busca reditar la guerra fría. El miedo de una amenaza rusa se pone sobre el tapete. El enemigo ha resurgido de sus cenizas.
Ni tanto ni tan poco. Ni Putin es un diablo ni Zelensky un santo. Ucrania ha sido utilizada por Occidente para sus espurios intereses: alterar la balanza de poder en la región. Lo que está en juego sobrepasa a Ucrania y destapa la farsa de Occidente: el coste en vidas humanas es irrelevante, son rusos y ucranianos. Ni españoles ni alemanes ni británicos, franceses o belgas, tampoco estadounidenses. El gobierno de Joe Biden no tiene problemas para lanzar a Europa al campo de batalla.
Es la comparsa que pone la cara, mientras Biden cubre sus vergüenzas. Bravuconería cuyas consecuencias las pagan, como de costumbre, los pueblos y las clases populares, mientras el complejo financiero militar tecnológico se frota las manos. Más fondos para armamentos y comisiones que irán a parar a los de siempre.
Los países occidentales y EEUU han dejado que Ucrania se desangre. Han financiado grupos neofascistas, han puesto 5.000 millones de dólares para un golpe de Estado en 2014, han incumplido acuerdos de dotar de autonomía a las regiones rusoparlantes, han masacrado a su población. En un lustro, las cifras hablan de 15 mil asesinados a manos de las fuerzas de choque neofascistas y el ejército ucraniano.
El poder está en manos de una plutocracia sin escrúpulos. El hambre, la miseria y la desigualdad han aumentado exponencialmente. La OTAN ha surtido de armamento a las fuerzas de choque y, de paso, Ucrania se ha convertido en territorio de formación y adiestramiento paramilitar de los grupos de extrema derecha de la Unión Europea.
Pero todo eso ha desaparecido del análisis político. En esta guerra, como en todas, donde somos parte de uno de los bandos, se busca desinformar, manipular, mentir y poner todos los medios de propaganda al servicio de la desinformación de inteligencia en manos del estado mayor de guerra. Periodistas, políticos, académicos, sicólogos, militares, especialistas en relaciones internacionales y publicistas son una piña. No hay fisuras en el discurso. En esta lógica no aparece la historia, se desvanece en proclamas y en bloquear la información que ponga en duda el discurso oficial. Censura acompañada de presiones, emociones cerriles y descalificaciones. No hay espacio para reflexionar, para pensar y dudar de quienes fomentan la guerra.
Durante estos días, es posible saber que Ucrania ha sido invadida. Sin embargo, la explicación no se halla en el hecho, una verdad particularmente evidente; se encuentra en el devenir de acontecimientos que tienen larga data, décadas. Por ello no se puede caer en el maniqueísmo. El tiempo de la guerra debe ser ralentizado. Los acontecimientos fraguados por la OTAN, EEUU y sus aliados europeos han supuesto una guerra que tendrá enormes consecuencias. Para revertir la deriva, hay que escuchar las propuestas de paz de Rusia. Las mismas que no se tuvieron en cuenta y podrían haber evitado la guerra. Cualquier intento de obviar esta realidad es un acto de hipocresía.
La Jornada
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Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Marcos Roitman es profesor titular de Estructura Social de América Latina, Estructura Social Contemporánea y Estructura Social de España en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de más de un centenar de artículos publicados en revistas especializadas de América Latina y España, así como referente indiscutible, dentro del mundo académico, en áreas como los procesos sociales y revolucionarios latinoamericanos, el neozapatismo y demás temáticas relacionadas. Tuvo una destacada participación en la preparación, con la coordinación del abogado Joan Garcés, de la estrategia legal tendiente al juzgamiento de Augusto Pinochet luego de su detención en Londres, a pedido del juez español Baltasar Garzón.
Como profesor invitado, ha dictado cursos, seminarios y conferencias en diferentes universidades de América Latina, incluyendo países como México, Chile, Ecuador, Venezuela, Argentina, Brasil, Perú, Cuba, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, Panamá, Costa Rica y Bolivia. Es colaborador habitual de La Jornada de México, Clarín de Chile, El Correo del Orinoco de Venezuela, Le Monde Diplomatique (edición España) y miembro del consejo editorial de Crónica Popular de España. Así mismo, fue coordinador para España del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y miembro del consejo científico de ATTAC España.