Y el otro día, buscando entre las cosas que vamos acarreando de un lugar para otro, marineros de curso fijo ya --aúnque seguimos achicando agua de la embarcación para flotar--, hallamos estos dos llamadores antiguos de manos y bolas en ellas con las que se llamaban a las puertas con sonidos distintos al teléfono que hoy existe en cada jaula apartamental.
A Luís le gustaban mucho estos llamadores, quizás presintiendo con claridad que pronto serían esas cosas del pasado que pronto tendrían el valor que hoy se les da. Recuerdo que estas dos del video --madre e hija que pasaron a estar juntas para siempre y por casualidad--, un día, una noche de vino y pan, tarde ya, las calles vacías de los años sesenta, cuándo aún Barcelona no estaba invadida por la banda de bárbaros y transfugas de la actualidad, me dijo con voz de complicidad:
"...Tú quédate aqui. Esperame. Y preparate para correr. He visto dos buenas manos en puertas viejas que no se hacen esperar"
Yo en aquellos tiempos sabía correr.
Hoy ya voy con el bastón de la vejez.
Pues si.
Lo esperé.
Salió despacio, como si no llevara prisa ni nada que hacer. Pero en su mente ya estaban clavados los llamadores que llamaban a su ser.
Llegó a las puertas, y, en un giro calculado y eficaz, arrancó las dos manos de hierro fundido que no presentaron mucha resistencia.
"¡Vamos!"
Me gritó.
Y echamos a correr...
(Parece que han pasado mil años.
Parece que fue ayer.
El tiempo es un desbarujuste
que no lo entiende nuestro ser)
Y el otro día, mirando en las cosas que vamos acarreando y entre las cuales, de vez en cuándo,
rebuscando para ver lo que vamos dejando pasar,
nos encontramos estos dos viejos llamadores...
y con ellos los recuerdos, las nostalgias, la recaptura de las estelas, ya borradas, que vamos dejando atrás
Tengo esas dos manos,
Luis, en mi mesa.
Junto a mi.
Y nunca parecen quedarse quietas;
se mueven, imperceptiblemente,
como si se resistieran a detenerse...
es como si el trípode sobre el que van suspendidas
recogiese mis pulsaciones sobre el teclado al escribir
y se las transmitieran a esos llamadores
que creo que ahora, estés dónde estés,
también, al moverse, te estan llamando a ti
como si en aquella madrugada,
cuándo fuístes a por ellas,
ya presintieran que un día,
como ahora,
querían estar con nosotros aqui...
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Montse.
Tere.
Alberto.
Alex.
Lo que habéis leído
(aúnque pueda sonar culebrón-literario)
es la carta a un hermano.
Y es real porque después de tantos años
(ya tenemos 81 tacos y no estamos
para artilugios pretensiosos ni engaños)
y del tiempo que ha pasado,
aún sigue aquí, junto a mi,
moviéndose a mi lado
con esas dos manos...
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Post Data
Nos tenemos que ver.
Lo que pasa es que para mi es una tortura
ir a la Barcelona del 2022.
Seguimos en la del 1964.
(Llevamos el reloj atrasado)
A todos un abrazo.