Lo que si recuerdo es que dentro de la casa no habían puertas. Por eso le pusimos el nombre de Sin Puertas. De todas formas a mi nunca me han gustado las puertas, por eso me sentía tan bien cuándo lograba entrar en ella.
Porque las puertas son pestañas que un día, al desvanecerse la luz, se cerraron sobre los ojos que dejaron atrás los dos ángeles que, con espadas de fuego, nos cierran el paso al árbol de la vida. Y éste fue el castigo: todo tiene puertas. Unas se abren hacia adentro, otras hacia afuera. Unas estan tabicadas a cal y canto y otras estan entreabiertas. Unas giran sobre goznes. Otras sobre sueños y velas. Unas las empujan las brisas. Otras las tormenta. Y éste fue el castigo: que todo tiene puertas, ésta fue la sentencia.
Todo ésto iba pensando en aquella casa de ausencias, cuándo escucho una voz como si de otro mundo viniera: --Eh, quíen anda ahi?-- Me asusté. No estaba sólo. Había alguíen allí. Tuve que afinar mis cuerdas vocales antes de contestar temblorosamente: --Soy yo--
Me pareció que no era mi voz. Sentí que había hablado otro por mi. --Ven, acercate--, retumbó de nuevo la voz. Andé unos metros, y a la izquierda, en un cuarto con viejos muebles, sentado en un alto sillón, había un hombre viejo como en una alucinante aparición. Tuve miedo. Quise dar la vuelta y salir corriendo. Pero la voz grave y persuasiva del viejo me clavó al suelo. Quedé mudo. --Acercate. Siéntate. Hace frío. Ven-- Nos miramos por unos segundos.
Su mansedumbre aplacó mi colapsado estado de ánimos. Estaba paralizado. --Yo también le llamo a ésta casa Sin Puertas. Por eso nos hemos encontrado aquí. Seguro que a ti te pasa lo mismo--
Sólo pude asentir con la cabeza. No podía pensar. Sólo aguantar el momento. Sea quíen fuera aquel anciano había un fulgor en sus ojos, en su rostro, que me insuflaba confianza. ¿Cómo sabia él que yo llamaba a aquella desolada vivienda Sin Puertas?
Fuí a preguntarselo, pero él se antepuso a mis palabras con un gesto de disculpa --¿Sabes por qué ésta casa no tiene puertas?-- Lo miré incrédulo y con una curiosidad que ya empezaba a sobrepasar mis temores. Y ahora si pude hablar: --¿Por qué?--, dije como si mis sílabas taladrasen un misterioso espacio que me acercaba al viejo.
Hizo una pausa como si quisiera dejarme adivinar lo que iba a decirme, y dijo suavemente: --Porque las puertas nos cierran el paso y nos separan, nos aíslan los unos de los otros y terminan apoderandose de nuestras vidas. Asi la mandé a construír. Asi viví aquí. Y ahora ya puedo morir, sólo, sin puertas, y para eso te esperaba a ti--
Me fuí corriendo de aquel insólito lugar tratando de escaparme de allí. Pero no pude. Todas las puertas se cerraron sobre mi. Desde entónces vivo, como todos, en un sitio con puertas que no nos dejan salir.