"Verrà un giorno che l’uomo si sveglierà dall’oblio
e finalmente comprenderà chi è veramente
e a chi ha ceduto le redini della sua esistenza,
a una mente fallace, menzognera,
che lo rende e lo tiene schiavo…
l’uomo non ha limiti e quando un giorno
se ne renderà conto,
sarà libero anche qui in questo mondo"
Giordano Bruno
Spaccio de la Bestia Trionfante
Hoy existe "la libre expresión", los "derechos humanos", hoy no podría existir "el Nolano", como se hacia llamar Giordano Bruno. ¿Es verdad?
La "libre expresión" va surgiendo, históricamente, en proporción a la ineficacia de su impacto y de su influencia de cambio sobre el status quo dónde se desarrolla: cuánto más las clases sociales dominantes se hacen inmunes a ella, más se la consiente.
Es decir, que podemos extraer de ello un teorema:
la esterilidad e inutilidad de la libre expresión es directamente proporcional al coeficiente de albedrío bajo el que se la hace existir, en inversamente proporcional a como se la reprime. Es síntesis: cuanto mayor autonomía alcanza la "libertad de expresión" menos poder tiene; de lo contrario no se la dejaría existir. En tiempos de "el Nolano" estaba excomulgada.
Giordano Bruno vive en un estadio histórico en el cúal la fragilidad del régimen dominante no se podía permitir ninguna fisura, ninguna clase de perturbación de sus axiomas, ninguna "libre expresión", porque ésta, sobre éstas coyunturas, hubiése tenido una tremenda colisión con lo establecido.
Hoy en día, a los Brunos existentes --que los hay, y por todos lados-- se les permite decir lo que quieran --dentro de los límites de la Inquisición actual, claro--no porque las bondades del sistema nos hayan concedidos derechos y prerrogativas, no, sino porque el régimen ha alcanzado tal tecnología neutralizante que la ha hecho inútil e inoperante porque ha obtenido tal poder asimilativo, digestivo, que todo lo traga, lo digiere y lo excrementa sin que le haga un irreparable daño.
Hoy las hogueras son otras.
Sus fuegos queman y matan de otra manera,
y, mucho peor, sin que nos demos cuenta.
El que se dió cuenta fue éste hombre:
Se hacía llamar "el Nolano", por haber crecido en Nola, una localidad próxima a Nápoles.
A los 15 años Giordano Bruno partió hacia Nápoles, donde intentó encauzar su exaltada religiosidad ingresando en un convento de la orden de los dominicos, pero muy pronto empezó a causar revuelo por su carácter indócil y sus actos de desafío a la autoridad. No estaba predispuesto a obedecer como los demás.
Fue denunciado por ello a la Inquisición. La acusación, sin embargo, no tuvo consecuencia porque no vieron en él lo que verían después. Asi pudo proseguir sus estudios.
A los 24 años fue ordenado sacerdote y a los 28 obtuvo su licenciatura como lector de teología en su convento napolitano.
Bruno parecía destinado a una tranquila carrera como fraile y profesor de teología, pero se atravesó de por medio su insaciable curiosidad, ese cuchillo que abre y corta al hombre y su realidad.
Se las arregló para leer los libros del humanista holandés Erasmo, prohibidos por la Iglesia, que le mostraban que no todos los "herejes" eran ignorantes y malos, que también los había con certezas e inteligencia para penetrar las puertas que el quería traspasar.
También se interesó por la emergente literatura científica de su época, desde los alquimistas hasta la nueva astronomía de Copérnico. Tenía debilidad por él en el que veía una descentripetación del Ego humano.
De éste modo fueron germinando en su mente la subversion de las ideas establecidas. Pero era un riesgo, y él lo sabía. La verdad nos ariesga --se decía--, pero continuaba cuestionando la doctrina filosófica y teológica de la Iglesia que era la que el aparato socio-económico mantenmía.
Rechazaba, como Copérnico, que la Tierra fuera el centro del cosmos; no sólo eso, llegó a sostener que vivimos en un universo infinito repleto de mundos donde seres semejantes a nosotros podrían rendir culto a su propio Dios.
¿Cómo es que ésto no se podía ni pensar cuándo era el centro del principium rationis de todo claro reflexionar?
Tenía también una concepción materialista de la realidad, según la cual todos los objetos se componen de átomos que se mueven por impulsos: no había diferencia, pues, entre materia y espíritu, de modo que la transmutación del pan en carne y el vino en sangre en la Eucaristía católica era, a sus ojos, una falsedad.
Una falsedad
La piel se le estremecía
Porque adivinaba tormentas en lontananza
que avanzaban de noche y de día.
Cada vez que Bruno alcanzaba esta realización parecía temblar, de gozo, de miedo de lo que pudieran conllevar.
Como no dudaba en mantener acaloradas discusiones con sus compañeros de orden sobre estos temas sucedió lo que cabía esperar: en 1575 fue acusado de herejía ante el inquisidor local.
Sin ninguna posibilidad de enfrentarse a una institución tan poderosa, decidió huir de Nápoles.
A partir de ese momento, Bruno se convirtió en un fugitivo que iba de una ciudad a otra con la Inquisición pisándole los talones.
En los siguientes cuatro años pasó por Roma, Génova, Turín, Venecia, Padua y Milán. La vida errante no era fácil, los viajes eran duros, las habitaciones para alguien sin recursos estaban sucias e infestadas de ratas, los asesinatos de viajeros eran frecuentes, y las enfermedades y epidemias constituían una amenaza que se sumaba a la de sus perseguidores.
Empezó a templarse como el acero.
Durante sus viajes, Bruno conoció a pensadores, filósofos y poetas que se sintieron atraídos por sus ideas y se convirtieron en verdaderos amigos, al tiempo que le ayudaron en la publicación de sus obras.
Pero ninguno se asomó al paisaje que él dibujaba. Perfiles de demonios carniceros vigilaban desde las atalayas. Mejor permanecer escondido que recorrer como Bruno el camino.
Tras pasar un tiempo en Ginebra, Lyon y Toulouse, en 1581 llegó a París. Su fama, su valentía, su razón, le precedía como la cola de un cometa que ilumina.
Hasta el propio rey Enrique III se sintió atraído por sus disertaciones y, aunque no podía apoyar de manera abierta sus ideas heréticas, le extendió una carta de recomendación para que se trasladara a Inglaterra.
En Londres, Bruno se alojó en la casa del embajador francés y fue presentado a la reina Isabel. Tras casi tres años en Inglaterra reanudó su vida itinerante, viajando a París, Wittenberg, Praga, Helmstedt, Fráncfort y Zúrich.
Se había convertido en el apóstol de la buena nueva, una estrella que brillaba en un cielo donde el castigo se agazapaba detrás de cada nube negra.
Hallándose en Fráncfort, Bruno recibió una carta de un noble veneciano, Giovanni Mocenigo, quien mostraba un gran interés por sus obras y le invitaba a trasladarse a Venecia para enseñarle sus conocimientos a cambio de grandes recompensas.
(Hoy en dia los Mocenigo's trabajan para la CIA veneciana de Washington)
Sus amigos le advirtieron a Bruno de los riesgos de volver a Italia, pero el filósofo aceptó la oferta y se trasladó a Venecia a finales de 1591.
En mayo de 1592 el filósofo decidió volver a Fráncfort para supervisar la impresión de sus obras. Mocenigo insistió en que se quedara y, tras una larga discusión, Bruno accedió a posponer su viaje hasta el día siguiente. Fueron sus últimos momentos en libertad.
¿Cuántas veces habrá ocurrido en la historia, entre los Bruno's y los Mocenigo's, las mismas escenas dónde el traidor guarda en su maleta la espada y la ingenua y potencial víctima, sin intuición bordada porque sus prioridades son el saber y el conocimiento que desbordan las aguas aladas, acaba siendo convencido por el camuflado inquisidor al que pagan?
El 23 de mayo, al amanecer, el canalla de Mocenigo entró en la habitación de Bruno con algunos gondoleros que sacaron al filósofo de la cama y lo encerraron en un sótano oscuro.
En aquel sotano, Bruno capto la horrible faz de la humanidad que en Mocenigo se reflejaba.
Al día siguiente llegó un capitán con un grupo de soldados y una orden de la Inquisición Veneciana para arrestarlo y confiscar todos sus bienes y libros.
Tres días más tarde dio comienzo el juicio. El primero en hablar fue el acusador, Mocenigo. Tras declarar que, efectivamente, había tendido una trampa a Bruno, proporcionó una larga lista de ideas heréticas que había oído del acusado, muchas distorsionadas y algunas de su propia invención.
Cuando fue interrogado, Bruno explicó que sus obras eran filosóficas y en ellas sólo sostenía que "el pensamiento debería ser libre de investigar con tal de que no dispute la autoridad divina".
Ni ésto lo libro.
Creía que podría convencer al tribunal de Venecia, una ciudad liberal dedicada al comercio dónde la Inquisición no actuaba con tanta dureza como en Roma.
Pero en febrero de 1593 fue puesto en manos de la Inquisición Romana. Si había tenido alguna posibilidad de librarse de la hoguera, ésta acababa de esfumarse.
Lo llevaban a Washington
Sintió que se quedaba sin escapatoria.
Bruno pasó siete años en la cárcel de la Inquisición en Roma, junto al palacio del Vaticano, donde hoy ésta el papa Francisco.
Sus mazmorras eran famosas y temidas.
Se encerraba a los prisioneros en celdas oscuras
y húmedas, desde las cuales se podían oír
los gritos de los prisioneros torturados
y donde el olor a cloaca era insoportable.
Todo junto al Vaticano.
Hoy también llegan allí los mismos gritos
de los torturados del mundo y el olor
a cloaca que se disuelve con el desodorante
del incienso eucarístico.
Cuando compareció ante el tribunal, en enero de 1599, era un hombre delgado y demacrado, un especie de cadáver era su cuerpo, pero su sideral
alma que no había perdido un ápice
de su determinación se negó a retractarse
y los inquisidores le ofrecieron cuarenta días
para reflexionar.
Éstos se convirtieron en nueve meses más
de encarcelamiento.
¿Qué clase de tremenda voluntad y super-humana fortaleza tenía éste hombre que nada le hizo vacilar de sus creencias y principios?
El 21 de diciembre de 1599 fue llamado otra vez ante la Inquisición, pero él se mantuvo firme en su negativa a retractarse.
El 4 de febrero de 1600 se leyó la sentencia.
Giordano Bruno fue declarado hereje y se ordenó que sus libros fueran quemados en la plaza de San Pedro e incluídos en el Índice de Libros Prohibidos.
A Wilhelm Reich, sin hoguera, en los USA,
le hicieron lo mismo.
Esto significaba que debía ser quemado vivo.
Tras oír la sentencia Bruno dijo: "El miedo que sentís al imponerme esta sentencia tal vez sea mayor que el que siento yo al aceptarla".
No, Bruno, sentías con nobleza a tus verdugos. No. Ellos no sintieron miedo.
Estaban con Dios.
Apoyaban las leyes de los que le pagaban para hacer lo que hacían.
Los sostenía la sociedad, la civilización, tenían tras de sí todo el cuadro de valores que les proporcionaba el mundo que los protegía.
No tenían miedo.
Pensaban que hacían lo justo.
Estaban muy bien entrenados para ello.
El 19 de febrero, a las cinco y media de la mañana, Bruno fue llevado al lugar de la ejecución, el Campo dei Fiore.
Los prisioneros eran conducidos en mula, pues muchos no podían mantenerse en pie a causa de las torturas; algunos eran previamente ejecutados para evitarles el sufrimiento de las llamas, pero Bruno no gozó de este privilegio.
Para que no le hablara a los espectadores le paralizaron la lengua con una brida de cuero, o quizá con un clavo.
Era peligroso que el hereje, camino de la hoguera, pudiése hablar con los que lo veían pasar.
Podía ocurrir cualquier cosa.
Podían aprender algo.
Quizás escuchar alguna blasfemia...como la de que el Cosmos es infinito y la Tierra un grano de arena que gira por el espacio entre muchísimos granos mas...y esto infligiría las solidas leyes de sus intereses terráqueos...Mejor paralizar la lengua con un gancho de hierro o una brida de cuero...o una Mordaza como la Ley que hay hoy en la Inquisición española.
Cuándo ya estaba atado al poste, un monje se inclinó y le mostró un crucifijo, pero Bruno volvió la cabeza.
Bruno le volvió la cabeza al Anti-Cristo que aquella raza de víboras le presentaba, no al genuino Cristo que en su espíritu lo acompañaba
Las llamas consumieron su cuerpo y sus cenizas fueron arrojadas al Tíber.
Y por lo ríos de mundo,
Bruno,
por las aguas del Cosmos,
corren tus cenizas.
Y de tus cenizas
surgen a cada hora
más hombres como tú,
más universos infinitos
repleto de mundos
dónde seres semejantes a nosotros
intentan hacer lo que tú hicistes...