El Nobel Nobilísimo de la Paz que bombardeó 7 países en menos seis años de presidencia, manchado de sangre de pies na cabeza, visitó las bases militares de la Maquinaria de Guerra Washingtoniana en España, la fiel y castrada España desde que el Terrorista del Ferrol se la vendió como el que comercia con ganado.
El colmo de los colmos (si es que ya queda algun colmo suelto en la patria de Antonio Machado que no nos hiele el corazón) fue el que los dígnisimos líderes de la oposición se tuvieron que trasladar de manera rastrera y lacayuna a una de las bases militares del imperio para esperar que el Nobel Nobilísimo les concediera unos minutos de atención atendida.
Todos ellos quedaron encantados con tal honor y el país impresionado por el hombre mas poderoso del mundo
Don Pablo Iglesias, jacobino maniquí y camaleon oportunista, le obsequió al Nobel Nobilísimo un libro sobre la participación de cerca de tres mil norteamericanos en la famosoa Brigada Abraham Lincoln que luchó contra el fascismo en la Guerra Internacional española
Hubiese sido mucho mejor si le hubiese regalado al Nobel Nobilísimo el libro "Masquerade in Spain", de Charles Foltz Jr, el cúal, siendo ya, en 1945, jefe de la Associated Press en Madrid, entrevistó a José Mª Doussinague, Sub-Secretario del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, que le manifestó:
"Sin el petróleo americano, sin los créditos americanos, y sin los camiones americanos, nunca hubíesemos podido ganar la guerra"
(A don José Mª se le olvidaron las bombas que el imperio exportaba al Axis, Berlin-Roma. Ni que decir tiene que los aviones nazis e italiamos que bombardeaban los pueblos y ciudades de la II Republica española utilizaban esas bombas norteamericanas)
Y para que el pueblo español deje de Estar en Babia y en otras localidades parecidas y homónimas, veamos un poco de historia:
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Inmediatamente después de subir al trono, el primer viaje oficial del monarca le lleva a Estados Unidos, donde recibe el espaldarazo del Imperio. |
Los hombres de la CIA (Central Intelligence Agency) están detrás de casi todos los principales acontecimientos políticos y militares de nuestra historia reciente.
La sede central de la Agencia, en Langley, tiene poco que ver con el edificio donde entra y sale a su antojo Faye Dunaway en la película Los tres días del Cóndor. Es un gigantesco bunker desde donde se han diseñado cientos de operaciones desarrolladas en España por los servicios de inteligencia norteamericanos desde la posguerra mundial hasta hoy.
Las recientes escalas en aeropuertos españoles de aviones de la CIA, con prisioneros que son trasladados a centros de tortura distribuidos por varios países de la órbita norteamericana, constituyen sólo un eslabón más de la cadena de actuaciones clandestinas que la Agencia inició en nuestro país durante la Guerra Fría.
La sólida infraestructura que hoy permite continuar trabajando a sus hombres aquí comenzó a construirse a principios de los años cuarenta.
La CIA interviene en la instalación de las bases militares estadounidenses en nuestro suelo, la transición del franquismo a la Monarquía, el golpe de Estado del 23-F
o la definitiva integración del Estado español en la estructura de la OTAN.
La permanencia de la dictadura franquista, durante casi cuatro décadas, y la evolución controlada hacia un sistema parlamentario están condicionadas por la actividad de los
espías norteamericanos.
En esa oscura tarea de mover los hilos desde la sombra colaboran con los servicios estadounidenses miembros del Ejército español, destacados políticos y diplomáticos, empresarios, hombres de la banca y personajes del mundo de la cultura y el periodismo. La mayor parte de los colaboradores de la CIA tienen poco que ver con la imagen tópica, peliculera y novelesca de los espías: son individuos «normales», perfectamente integrados en su entorno social.
Muy distintos son los oficiales de operaciones, situados en los puntos neurálgicos de la red.
En España, durante todo este tiempo, han dirigido el espionaje norteamericano curtidos oficiales de la Agencia,
expertos en acciones encubiertas, como los sucesivos jefes de la estación de la CIA en Madrid, situada en la embajada de la madrileña calle de Serrano, Robert E. Gahagen,
Néstor Sánchez, Ronald Edward Estes, Richard Kinsman o Leonard Therry.
Todos ellos arrastran ya un largo historial operativo cuando llegan aquí. Han desarrollado la mayor parte de sus carreras en Latinoamérica y su biografía profesional está marcada por una sucesión de golpes de Estado y de operaciones desestabilizadoras en Bolivia, Brasil, Uruguay...
Uno de los más eficaces agentes norteamericanos en España es Ronald E. Estes. Aparece en Checoslovaquia poco antes de la Primavera de Praga; en Beirut, financia y
organiza la Falange Libanesa, que más adelante provocará las terribles matanzas de Sabrá y Chatila; después actúa en Grecia, para apoyar la «solución Karamanlis», como salida a la dictadura de los coroneles... Hasta que llega a España y se produce el golpe de Tejero y Milans.
Con los hitos profesionales de estos acreditados «especialistas» se puede reconstruir la política exterior norteamericana desde los años de la Guerra Fría.
Aparte de ellos, trabaja para la Agencia una legión de colaboradores de mayor o menor rango, introducidos en todos los ámbitos sociales y políticos del país: el Ejército,
los partidos, la educación, la cultura, los bancos y las grandes empresas, los sindicatos...
El New York Times publica en 1975, poco antes de la muerte de Franco, que la CIA mantiene importantes relaciones con todos los partidos políticos españoles para buscar una
salida al régimen, incluido el PCE (Partido Comunista de España) de Santiago Carrillo. Dos años más tarde, el secretario general de esta formación será invitado a viajar a
Estados Unidos, caso único en la historia de los partidos comunistas, cuyos dirigentes han tenido prohibida la entrada en Estados Unidos desde siempre.
Este libro desvela los mecanismos de penetración de los servicios estadounidenses en España desde la Segunda Guerra Mundial. Los propios documentos desclasificados por la Administración de Estados Unidos arrojan luz sobre
determinados aspectos de esta historia. Quienes los redactan escriben para que se les entienda, sin pudor político ni circunloquios literarios.
A través de esos materiales se puede comprobar que la principal preocupación de los norteamericanos es mantener
bien amarrado al régimen de Franco con el menor coste político para ellos en el plano internacional.
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En 1947, cuando se crea la Agencia, con el mundo dividido en dos bloques antagónicos, el asunto ya está muy claro: los norteamericanos deciden mantener al Caudillo bajo palio y utilizar sin trabas el suelo español como plataforma militar.
Comienza la captación de oficiales del Ejército franquista para servir al poderoso aliado estadounidense. Por otra parte, los norteamericanos mantienen hilo directo con Laureano López Rodó y apoyan también la Operación Lolita, que prepara a Juan Carlos de Borbón para suceder al Generalísimo.
Inmediatamente después de subir al trono, el primer viaje
oficial del monarca le lleva a Estados Unidos, donde recibe el espaldarazo del Imperio.
El rey mantiene siempre excelentes relaciones con sus mentores del otro lado del Atlántico. Colabora con ellos en la entrega del Sahara a Marruecos, cuando todavía es el
«heredero» designado por Franco, y después presiona desde La Zarzuela a los sucesivos gobiernos de la Transición para que España se acomode definitivamente en el seno de la OTAN. A cambio, obtiene respaldo político y prebendas personales.
A finales de los cincuenta, los servicios de Estados Unidos «tocan» a jóvenes socialistas para tenerlos como permanente fuente de información sobre las actividades
de la oposición comunista. Carlos Zayas. Joan Raventós o José Federico de Carvajal son algunos de ellos. Otro socialista de postín que mantiene relaciones con los servicios norteamericanos es el actual Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, quien, por su ascendencia judía, también goza de buenos contactos con el Mossad israelí.
Múgica y Raventós participan en la reunión que se celebra en 1980 en casa de Antoni Ciurana, alcalde de Lérida, en la que Armada tantea la opinión del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) sobre la «reconducción» que desembocará en el 23-F. Y sólo dos días antes del asalto de Tejero al Congreso, el comandante Cortina, del CESID (Centro Superior de Información de la Defensa), muy vinculado a los servicios norteamericanos y uno de los principales coordinadores del golpe, visita al embajador de Washington en Madrid, Terence Todman, para que dé su visto bueno a la operación.
La misma mañana del 23 de febrero, el sistema de control aéreo norteamericano, a través de la estación central de Torrejón, anula el Control de Emisiones Radioeléctricas
español, mientras los pilotos de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos permanecen alerta en las cuatro bases «de utilización conjunta».
El secretario de Estado, Alexander Haig, declara que el golpe «es una cuestión interna» española, cuando aún no está claro el desenlace de la historia.
Una anécdota hasta ahora inédita resulta muy ilustrativa para entender algunos aspectos de la trama del 23-F. Pocos días después de que se resuelva momentáneamente el asunto, con la liberación de los diputados y el encarcelamiento de Milans, Tejero y unos cuantos militares más, tiene lugar una reunión de oficiales de los servicios
españoles de inteligencia para tratar algunos aspectos relacionados con el intento del golpe. La preside Javier Calderón, en ese momento secretario general del CESID. Todo parece indicar que se quiere dar carpetazo al tema sin rebuscar más de la cuenta ni apretar las clavijas a nadie. Cuando va a disolverse la sesión, el teniente coronel Guitián
enseña un telegrama y pregunta: «Entonces, ¿qué hago con esto?». El sistema de comunicaciones que está a cargo de Guitián ha captado ese envío a última hora del día 23 de febrero. Lo abre y lee: «Jaime, ahora vas contra la Corona». Es una reunión con numerosos testigos. Entonces, visiblemente cabreado, Javier Calderón le dice, delante de todos: «Joder, Guitián, no tienes sensibilidad informativa».
Otro aspecto clave para entender el diseño de la política española realizado por los servicios norteamericanos es la toma del poder, dentro del PSOE, de Felipe González y los suyos en Suresnes, en 1974. El político sevillano acude a esta pequeña localidad francesa situada cerca de París escoltado por oficiales del SECED, el servicio de información creado por el almirante Carrero Blanco. Ellos son también quienes le proporcionan el pasaporte.
A la hora de garantizar la transición sin sorpresas desde el franquismo a un régimen más homologable internacionalmente, una pieza fundamental es el Ejército. El
propio general Vernon Walters, que llega a ser director adjunto de la CIA, es el encargado de tantear a relevantes mandos militares españoles a principios de los setenta, para tener bien amarrado el proceso de cambio. Franco está ya al final del camino y el príncipe
heredero, preparado para ocupar el trono. Pero antes de que desaparezca Franco, se produce el atentado de ETA contra Carrero, muy cerca de la embajada norteamericana.
Nadie duda de que los autores materiales del asesinato son miembros de la organización vasca, pero en la trastienda quedan muchas cosas sin aclarar. Hay demasiadas piezas
que no encajan.
Los socialistas de Suresnes aguantan su «OTAN, de entrada», como reclamo electoral, hasta que llegan al poder, en 1982. Después del referéndum de 1986, por fin, España ya es demócrata y de la OTAN. Veinte años más tarde, los aeropuertos españoles continúan siendo una base segura para las acciones encubiertas de la CIA.
La transición de Langley
La Transición española se diseñó en Langley (Virginia), junto al río Potomac, en la sede central de la CIA. La fase final de esa compleja operación, que culmina con la restauración monárquica en la persona de Juan Carlos I de Borbón, se comienza a fraguar en 1971, tras la visita del general Vernon Walters a España para entrevistarse con Franco. La avanzada edad del dictador turba los sueños de Richard Nixon, cuyo insomnio pronto se va a agudizar mucho más, con el caso Watergate.
Pero en ese momento, una de las mayores preocupaciones del presidente norteamericano, dentro del área internacional, es tener bien controlado el proceso de sucesión en España cuando se produzca la desaparición física de quien ha sido fiel y subordinado aliado de Estados Unidos desde el comienzo de la Guerra Fría.
Walters, que poco después será nombrado director adjunto de la CIA, comunica al entonces vicepresidente de Gobierno, Luis Carrero Blanco, la necesidad de coordinar la actuación de los servicios de información norteamericanos y españoles para tener todo previsto ante el eventual fallecimiento del Caudillo. Y unos meses después, los hombres del Servicio Central de Documentación, creado en marzo de 1972, bajo la dirección del teniente coronel José Ignacio San Martín, entran en acción.
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Para leer todo el libro no hay que ir a una biblioteca: esta aqui, en la internet:
http://frontcivictgn.org/images/PDF/La_CIA_en_Espana.pdf
Y ya veréis, con claridad, que la masacrada dignidad del pueblo español esta garantizada en la objetividad historica de este impresionante trabajo de Grimaldos