Tres es el número.
La trinidad sin misterio.
Triángulo escaleno
de diferentes lados
a calcular.
Tres ramas del Arbol ancestral:
Timor vitae,
Timor mortis,
y Tedium vitae mortal.
Hojas que, al caer,
nutren las raíces
del Arbol al crecer
Ciclo y reciclo,
repetición y voltaje.
Luciernaga en la noche,
brillo fugaz de escaparete.
Tres injertos
que marginan la tarde.
Asi quedamos imprimidos,
sin tener a nadie que preguntarle,
sólos, en la matrix sin madre.
Empieza en el embrión.
Y al salir de ésta imprenta
empezamos a gatear,
a trastrasbillar,
a caminar,
de allí para acá,
de acá para allá,
y vamos aprendiendo
la domesticación que nos dan.
Y aqui entramos en el lío.
En el laberinto.
Ariadna no existe.
La tenemos que encontrar
para poder escapar.
Y quedamos comprimidos
buscando la salida,
¿dónde está?
Y tenemos que agachar la cabeza
y cumplir las ordenes que nos dan.
Y comprimidos quedamos
marcando el paso
con todos los demás.
Somos muchos.
Nemesis y Mimesis por igual.
Confusión,
espejismos,
páramo de lo trivial.
Y asi entramos
en la nueva hermandad:
'Comprimidos del mundo, uníos;
no tenéis nada que perder
excepto vuestra banalidad'.
Y lo toman por eslogan político.
Pero es pulsión visceral.
Salto de canguro.
Necesidad.
El vertedero de la presa
que quiere desaguar.
Hasta que un día
nos enteramos dónde vivimos.
Y quedamos deprimidos
al ver en el Espejo
lo que no veíamos.
Es fundamental.
Esencial.
Si no no sabríamos dónde estar.
Aqui convergen,
injerto existencial,
las tres ramas
del Arbol ancestral:
Miedo a la vida,
a la muerte,
y el Tedio vitae mortal,
esas fuerzas ígneas
que hunden el Puente
y tenemos que nadar
para llegar a la otra orilla,
esa que sólo el deprimido,
después del Espejo,
puede alcanzar.