Hoy, como ayer y anteayer,
he seguido oyéndo
a los contadores de cuentos
contar una,
dos,
tres,
cuatro,
diez,
cien,
mil fábulas...
y no entiendo por qué las gentes
--adultas ya--
siguen escuchándolas embelesadamente
con tanta atención y devoción universal.
No lo comprendo, la verdad.
Es como si nos hubiésemos negado a crecer
y hubiéramos preferido seguir sentados
en el regazo maternal
sin querer cortar el cordón umbilical.
No sé si es simple regresión autista
o jindama a caminar sin muletas
por los caminos que tenemos que pasar.
O tal vez sea la horfandad,
ese desamparo con el que nacemos
que a veces tiende a ser perpetuado
como un anzuelo dónde pique
el pez que nos protegerá.
O quizás se la busqueda de un refugio
que arrope nuestra frágil infantilidad
en las tempestades y el vendaval.
No lo sé, la verdad.
Pero si sé que en éste caldo de cultivo
nacen y crecen las leyendas,
las alegorías,
las parábolas,
las patrañas que van formando
nuestra personalidad,
y, sin darnos cuenta,
despacio, poco a poco,
vamos ingresando a ellas
y ellas en nosotros
en unas alianzas conjuntadas
de las que no nos separaremos jamás,
en un macizo ígneo de continuidad
dónde ya nunca sabremos
lo que es cuento y lo que es realidad.
Y asi nos vamos injertando en ellas,
dulcemente,
sin abandoner la bolsa marsupial,
como en aquella niñez de duendes,
sombras y temor,
cuándo llegaba nuestra madre
a mecernos con las sombras
de la Cueva de Platón.
Escuchad.
Este es otro cuento:
"Yo sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
Que la cuna del hombre
la mecen con cuentos...
Que los gritos de angustia del hombre
los ahogan con cuentos...
Que el llanto del hombre
lo taponan con cuentos...
Que los huesos del hombre
lo entierran con cuentos...
Y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad.
Pero me han dormido
con todos los cuentos...
Y sé todos los cuentos.
Leon Felipe
Y es que hoy, como ayer y anteayer
he seguido oyéndo
a los contadores de cuentos...
y no lo he podido evitar
porque yo también
me he ido quedando dormido,
y, sin darme cuenta,
despacio, poco a poco,
he ido entendiendo
porque a todos,
al final,
nos pasa igual
cuándo llega a la cama mamá
y el cuento de turno
comienza a volar...
y sus alas tiernas y blancas
extiende sobre nuestras infantiles almas
esa angelical seguridad...