Me levanto por lamañana
(Sueños aplazados se desvanecen
en cataratas)
De estar tumbado a bípedo
solo hay dos millones de años
caminando a gatas.
Hasta la cocina,
hasta el cuarto de baño,
los mas importantes recintos de la casa,
comer, excrementar y lavarse,
sólo hay --gateando-- un preludio de cantatas.
No sé como voy a lidiar
con el toro del nuevo día.
Quizás lo toree con la muleta
o con la capa,
no lo sé aún...
también depende
de lo que me pida la plaza.
Mejor sería un par de banderillas
o llamar al picador
para que amanse al bicho
que ahora me mira
directo a la cara...
Tomo el indispensable café
y trato de ordenarme
en éste desordenador
que ya me tiene esclavizado
sin que yo pueda hacer nada.
La roca sisifica está en el mismo lugar
dónde la deje ayer
antes de irme a la cama.
La miro, ella me mira,
y los dos entendemos
que ya empezó la jornada.
¿Por que camino hoy me vas a subir?,
me regunta ella, maciza,
redonda de arenas y playas.
No sé que responder.
No funciono tan temprano por la mañana.
Al fín miro la montaña
(la montaña siempre está lejana),
alta, gigante, con crestas de nieves blancas;
todos los caminos estan trillados
de tanto pasar y pasar
hacia la cima que nos llama.
No sé,
le digo sin fuerzas,
con nostalgias,
refugiandome en la ignoracia
para que arrope y meza
mis escuálidas estrellas
Tal vez por aquel atajo
--le señalo con la mano--
que parece sin mucha pendiente
y que circunvala menos
los ríos y cañadas.
La roca me mira
indiferente como si no creyera mis palabras.
Llevamos mucho tiempo juntos,
toda una eternidad con muchas jornadas,
todas iguales, todas exactas.
El bicho del dia
también espera mi decisión
entre muleta y capa.
Hay que empezar,
me digo a mi mismo
para que nadie escuche mis palabras,
dándome ánimos,
empujándome hacia la balanza.
Los dos, el bicho y la roca,
los ejes fijos
por dónde todo se desborda,
esperan mi decisión
mientras yo trato de ganar tiempo
y posponer la sentencia que se asoma.
¿Podría ordenarme un momento en el ordenador?,
les pregunto tratando de ganar tiempo
con cara de niño obediente.
Hay un silencio.
La roca y el bicho se miran
entre sí en complicidad
con la puerilidad de mi cuestión.
No dicen nada.
Y lo dicen todo.
Me decido por la capa
para torear al toro
y empiezo a empujar la roca
por el mismo sitio por dónde van todos.
Afuera, el día cojunta sentencias,
conjuros y viejas atalayas.
De estar tumbado a bipedo
solo hay dos millones de años
caminando a gatas.