La Biopatía del Cáncer
Wilhelm Reich
Ediciones
Nueva Visión
Buenos Aires, 1985
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Primera Parte.-
Función de Tensión y Carga
La Funcion del Orgasmo
Segunda Parte.-
Definicion Biopática
Y Encogimiento Biopático
Tercera Parte.-
La Anorgonia en la Biopatía
Carcinomatosa del Encogimiento
Cuarta Parte.-
La Muerte en Vida
Quinta Parte y Título.-
El Cáncer Como Problema Sexual Sociológico
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Prefacio
La teoría de Reich, según la cual el cáncer no es primariamente un tumor que aparece de forma misteriosa en un organismo por lo demás sano, sino una enfermedad sistémica provocada por una inanición sexual crónica, sorprenderá al lector medio, para quien los trastornos de la sexualidad, si bien penosos, no son patógenos.
También irritará a muchos que, por prejuicios morales, consideran semejante asociación como algo ofensivo e insostenible. Wilhelm Reich, con su infalible sentido para captarlas elaciones entre todos los fenómenos naturales, dejó de lado esos prejuicios e incluyó el orgasmo entre los temas dignos de seria investigación.
Sus estudios lo llevaron a buscar la verdadera naturaleza de la energía que pone de manifiesto en el orgasmo, y a demostrar que dicha energía no sólo actúa en los organismos vivientes, sino que representa el principio de funcionamiento común a toda la naturaleza.
En La función del orgasmo se describe el camino recorrido por Reich hasta llegar al descubrimiento de esta energía omnipresente, a la cual él denominó orgón. En el presente tomo, La biopatía del cáncer, Reich detalla el proceso en sí del descubrimiento de la energía orgónica y revela importancia práctica en el problema del cáncer. Contribuye así en una medida muy importante a la comprensión de la más grave y desconcertante de las enfermedades que aquejan hoy a la humanidad.
Aparecida por primera vez en 1948, La biopatía del cáncer es una obra prácticamente desconocida hasta ahora. Su difusión fue muy limitada y, por fin, una disposición oficial -según la cual los libros de Reich debían ser retenidos o incinerados por un organismo estatal de los EE.UU., impidió la venta. Por fortuna, esta nueva edición revela una creciente apertura a los enfoques innovadores respecto al problema del cáncer.
La energía orgónica constituye la base de la teoría de Reich sobre el cáncer. Dicha energía puede ser utilizada para el estudio de todos los fenómenos naturales y para la investigación, tratamiento y profilaxis de enfermedades. Lo lógico habría sido que la demostración de la existencia de una energía cósmica -acerca de la cual el hombre ha especulado en el curso de toda su historia- fuera recibida con expectante entusiasmo. Sin embargo, la incapacidad del hombre medio para experimentar o entender sus propias sensaciones corpóreas —que son manifestaciones del movimiento de esa energía— lo llevó a rechazar la realidad de una fuerza específica que gobierna su organismo. Por eso consideró el descubrimiento de Reich, el de la energía orgónica, como una fantasía o una superchería.
Uno de los principales impedimentos para la comprensión de la teoría de Reich acerca del cáncer es el convencional enfoque mecanicista de la enfermedad. Hasta hace relativamente poco —en realidad, menos de cien años—, se atribuían las enfermedades a los efectos de la interacción de muchas variables en el individuo y su medio. Sin embargo, con las investigaciones de Pasteur y de Koch comienza a imponerse la "doctrina dé la etiología específica", según la cual una enfermedad es provocada por un factor específico, por ejemplo, una bacteria o un virus o una deficiencia hormonal.
La medicina moderna se basa en este enfoque mecanicista, respaldado en la actualidad por generosas partidas oficiales destinadas a la investigación del cáncer. Él enfoque mecanicista goza de ese entusiasta apoyo porque ha demostrado que se puede provocar una determinada enfermedad en el animal de laboratorio, mediante un único factor aislado, o que un procedimiento mecánico o una sustancia química —con frecuencia descubierta por azar— pueden resultar efectivos para el tratamiento de una enfermedad. Hay científicos prominentes que rechazan tal enfoque y declaran inútil la búsqueda de un factor causal específico. Con todo, la búsqueda prosigue.
Hoy se investigan varias "causas" del cáncer, entre otras teorías, encontramos la del virus, la psicosomática y la bioquímica. Así algunos investigadores están convencidos de que el cáncer es una enfermedad infecciosa de origen virósico y creen que no tardará en desarrollarse una vacuna. Otros han señalado la posibilidad de una etiología psicosomática interaccional y han especulado acerca de la relación entre la aparición de tumores malignos y la depresión física, la falta de agresión, etc. Otros, por su parte, sugieren que ciertos factores psicológicos perturban el equilibrio hormonal del organismo o deprimen los mecanismos de inmunidad, contribuyendo así a la etiología del cáncer.
Finalmente, en el terreno de la bioquímica -en vista de que la falta de oxígeno parece contribuir al desarrollo del cáncer- se están reconsiderando los olvidados descubrimientos de Ótto Warburg, quien comprobó que los procesos normales de oxidación sufren un daño irreversible en la célula cancerosa y son reemplazados por procesos anaeróbicos.
A pesar del interés estimulado por estas distintas teorías, es evidente que muchos interrogantes respecto de la etiología permanecen aún sin respuesta y que muchos aspectos siguen siendo oscuros y confusos. Por ejemplo: Si es verdad que los virus tienen una participación, ¿cómo y dónde se originan éstos? Si hay algo más fundamental que la acción virósica, algo químico, ¿qué es? Si las emociones intervienen en la etiología, ¿cómo producen concretamente el cáncer? La relación entre el cáncer y los virus, las emociones, la falta de oxígeno, etc., parece indudable; pero ignora por qué medios y de qué manera tales factores producen la transformación maligna de los tejidos.
Ante el desconocimiento de la etiología del cáncer, el tratamiento se orientado en gran parte por los síntomas, y los resultados han sido imprevisibles y, por lo general, desalentadores. En realidad, los sufrimientos del enfermo de cáncer suelen deberse más a los medios empleados para atar los síntomas, que a la enfermedad en sí.
El tumor es la manifestación más visible de la enfermedad y la mayoría de los investigadores lo considera la enfermedad en sí; por eso, el tratamiento consiste en su extirpación quirúrgica o en el intento de destruirlo por medio de radiación de substancias químicas. El valor de éstas es objeto de enconadas controversias. Por ejemplo, no se ha llegado nunca a un acuerdo respecto a la cantidad de tejido que debe ser extirpado para tener la seguridad de que no quedan células de cáncer que puedan invadir y destruir los tejidos vecinos sanos. El doctor George Crile (h.), de la Cleveland Clinic, ha comprobado que muchas intervenciones quirúrgicas son excesivas y se ha lamentado de que "en nuestra prisa por extirpar el cáncer mediante un uso indiscriminado de la cirugía, olvidamos al paciente y hasta difundimos la enfermedad".
A pesar de las evidentes limitaciones que presenta el tratamiento de la enfermedad por medio de una extirpación quirúrgica o una destrucción del tumor, la medicina corriente considera que el tumor es el único blanco de intervención terapéutica. Eso se debe a una premisa mecanicista, según la cual el tumor aparece de novo en un organismo por lo demás sano.
En La biopatía del cáncer, Reich presenta una teoría funcional del cáncer, que explica el origen y desarrollo de la enfermedad y brinda posibilidades de tratamiento y, lo que es más importante, de profilaxis. Al hacerlo, no excluye las especulaciones actuales sobre una relación de esta enfermedad con la infección, con trastornos emocionales, y con daños en el metabolismo celular, ni discute el valor de extirpar simplemente los grandes tumores, etcétera.
El supuesto "virus del cáncer" guarda una indudable relación con los bacilos-T de Reich que producían tumores cancerosos en los animales de experimentación. Esto no haría más que brindar un fundamento a la actual teoría de la infección.
Sin embargo, para conformarse con el punto de vista de Reich, la teoría de la infección debería contemplar el hecho de que el bacilo-T tiene un origen endógeno, puesto que surge de la desintegración bionosa de la sustancia viviente. (Por supuesto, esto no coincide con la teoría metafísica de los "gérmenes del aire", considerados como origen de todas las bacterias.) La depresión psíquica o la falta de agresión señalada por los psicosomaticistas es la "resignación caracterológica" de Reich. Pero para Reich, la "resignación" no es sólo un interesante descubrimiento que interviene de manera poco clara en la génesis de la enfermedad; es la primera fase de un proceso de encogimiento, producto de un trastorno en la descarga de energía sexual.
La actual teoría de la deficiencia de oxígeno a nivel celular, originariamente señalada por Warburg, no es un descubrimiento aislado sin explicación; según Reich, se trata de la expresión bioquímica interna de una insuficiencia en la respiración exterior. En otras palabras, en la teoría del cáncer de Reich estos y otros hechos no son elementos inconexos ni aparecen en un orden arbitrario, sino que se presentan como síntomas de una enfermedad sistémica, cuyo origen se debe a una estasis crónica de la energía biológica del organismo.
Ello significa que estos elementos tienen un origen común y luego adquieren la capacidad de funcionar en forma autónoma y por eso producen la impresión de poseer una importancia etiológica primaria.
A diferencia de las demás explicaciones ofrecidas hasta ahora, la teoría de Reich toma en cuenta todos los aspectos del cáncer. Reich no sólo ha practicado las mismas observaciones que hoy se están encarando en forma individual, sino que ha demostrado la existencia de una relación funcional entre ellas, que la metodología mecanicista no pudo descubrir.
Lo trágico es que los descubrimientos de Reich fueron recibidos con sorna, sin interés y, sobre todo, con indiferencia, cuando los hizo públicos hace más de un cuarto de siglo, y que jamás se intentó examinarlos con imparcialidad. Incluso el interés actual por las primeras obras de Reich —que mantienen su vigencia en el clima social de nuestros días— no se ha hecho extensivo a sus trabajos posteriores, vinculados con el descubrimiento de la energía orgónica. A pesar de todo, quizás ese nuevo interés estimule una recepción más favorable de su teoría del orgón y posibilite la utilización de esa energía en el estudio y tratamiento de enfermedades somáticas, como el cáncer.
Esperamos que la biopatía del cáncer no provoque un entusiasmo místico ni un rechazo ciego. Reich previo estas posibles reacciones irracionales ante su obra e insistió en señalar que la solución del problema del cáncer por él propuesta no significaba haber dado con un medio de curación. Pero pese a sus esfuerzos por evitar malentendidos y por moderar las expectativas exageradas, se lo ha condenado y ridiculizado por afirmaciones que jamás formuló, aunque predijo que se le atribuirían sin fundamento.
(...)
Además, para eliminar cualquier duda subsistente, recomendamos al lector un atento análisis del último capítulo, en el cual Reich subraya, una vez más, que la auténtica solución del problema del cáncer reside más en la profilaxis de la enfermedad que en su curación. Los medios para esta solución se encuentran, en primer lugar, en el terreno social, pues la sociedad coercitiva es la que crea la miseria sexual y el consiguiente estancamiento de energía biológica que da origen al cancer.
Chester M. Raphael, M.D.
Forest Hills, N.Y.
1973
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Función de Tensión y Cargo
1-La Función del Orgasmo
Quienes conocen la economía sexual saben que 1933 fue un año clave en el desarrollo de nuestras investigaciones, porque en ese año se descubrió la función biológica de tensión y carga. Quisiera explicar una vez más, y en forma sucinta, la esencia de éste descubrimiento.
La investigación clínica nos ha demostrado que la función del orgasmo es la clave del problema de la energía. Las neurosis son la consecuencia de un estancamiento, de una estasis de energía sexual. La causa de esta estasis es una perturbación en la descarga de una gran excitación sexual en el organismo, sea ésta percibida o no por el yo.
Tampoco influye el hecho de que el aparato psíquico del hombre interprete los procesos en forma neurótica, ni que el sujeto se forje una idea equivocada acerca de la desarmonía de su sistema energético y la disfrace con ideologías.
La experiencia clínica cotidiana no deja lugar a dudas: la eliminación de la estasis sexual por medio de la descarga orgástica de la excitación biológica hace desaparecer todo tipo de manifestación neurótica. La dificultad que ofrece esta solución es por lo general, de naturaleza social. Es indispensable llamar una y otra vez la atención sobre estos simples hechos básicos.
En economía sexual se sabía, desde hace mucho tiempo, que el orgasmo es un fenómeno biológico fundamental; "fundamental" porque la descarga orgástica de energía tiene lugar en la raíz misma de la función biológica. Esta descarga aparece en forma de una convulsión involuntaria de la totalidad del sistema plasmático. Como la respiración, es una función básica de todo sistema animal.
Desde el punto de vista biofísico no se puede establecer una distinción entre la contracción total de una ameba y la contracción orgástica de un organismo multicelular. Las características más notables son:
Intensa excitación biológica, repetida expansión y contracción, eyaculación de fluidos corporales y rápido descenso de la excitación biológica. Para concebir estas características como funciones biológicas debimos liberamos, por supuesto, de las reacciones emocionales lascivas que provoca en el ser humano la contemplación de las funciones sexuales y, en realidad, de las funciones autónomas en general. Estas reacciones emocionales constituyen, en sí, expresiones neuróticas que representan un problema en nuestra labor psiquiátrica.
Con sus expansiones y contracciones en rápida sucesión, el orgasmo constituye una función compuesta por aumento y disminución de la tensión, por carga y descarga, es decir, pulsación biológica. Una observación más precisa demuestra que estas cuatro funciones no se presentan apareadas, sino más bien en cuatro tiempos, con un ritmo específico y regular.
Al aumento de tensión en la excitación biológica, que se manifiesta precisamente como excitación sexual, sigue una carga de la periferia. Esto ha quedado claramente demostrado por las mediciones de potencial de las zonas erógenas durante la excitación agradable. Una vez que la tensión y la carga bioenergética han alcanzado una determinada intensidad, son seguidas por convulsiones, es decir, contracciones de todo el sistema biológico.
La alta tensión de energía de la periferia se descarga. Esto se manifiesta en un repentino descenso del potencial bioeléctrico de la piel y, subjetivamente, por una brusca disminución de la excitación. El repentino paso de la alta carga a la descarga es lo que se denomina "acmé". A la descarga energética sigue un relajamiento mecánico de los tejidos, resultado del reflujo de líquidos corporales.
La prueba de que se trata de una descarga de energía está en que el organismo no es capaz de una nueva excitación sexual inmediatamente después de la descarga. En lenguaje psicológico, este estado se denomina "gratificación". La necesidad de gratificación o, para expresado en terminus biofísicos, la necesidad de descargar el exceso de energía por medio de la fusión con otro organismo, se presenta a, intervalos más o menos regulares, según el individuo y la especie. Los intervalos se abrevian, por lo general, en la primavera.
Entre los animales existe el fenómeno del celo, que es una concentración de estas necesidades biológicas en una determinada época del año, predominantemente en la primavera. Este hecho nos revela una estrecha relación entre la función del orgasmo y una función energética de naturaleza cósmica.
Junto con los conocidos efectos del sol sobre el organismo viviente, la función del orgasmo es uno de los fenómenos que nos llevan a considerar al organismo viviente como una parte de la naturaleza no viviente, estado de un funcionamiento peculiar.
De modo que la función del orgasmo se puede definir como un ritmo de cuatro tiempos: tensión → carga → descarga → relajación. Para abreviar, llamaremos a este ciclo "función T-C".
Por investigaciones anteriores sabemos que la función T-C no sólo es característica del orgasmo, sino que se aplica también a todas las funciones del aparato biológico autónomo. El corazón, los intestinos, la vejiga y los pulmones (respiración) funcionan con este ritmo. Incluso la división celular se cumple en cuatro tiempos. Otro tanto puede decirse del movimiento de los protozoarios y metazoarios de todo tipo.
Los gusanos y las víboras exhiben claramente el funcionamiento rítmico definido por la formula T-C, tanto en el movimiento de sus partes como en el del organismo completo. Eso hace pensar en la existencia de una ley básica que gobierna el organismo como totalidad y también sus órganos autónomos.
El organismo en su totalidad se contrae en el orgasmo como el corazón en cada pulsación. Con nuestra fórmula biológica básica abarcamos la esencia misma de las funciones vivientes. La fórmula del orgasmo resulta ser la fórmula de la vida misma. Esto coincide por completo con nuestra primitiva formulación: "El proceso sexual es el proceso biológico productivo per se" en la procreación, en el trabajo, en el placer de vivir, en la productividad intelectual, etc. La aceptación o el rechazo de esta fórmula es la que define a los partidarios o a los opositores de la biofísica orgónica.
La tensión mecánica de los órganos por tumescencia es fácil de entender: los tejidos acumulan humores y las partículas individuales del coloide biológico se separan. La relajación mecánica, en cambio, se produce por detumescencia: los humores son expulsados de los tejidos y, así, las partículas vuelven á acercarse entre sí. El problema de la naturaleza de la carga y la descarga ya no es tan accesible.
El hecho de que podamos medir el potencial eléctrico podría inducimos a dar por resuelto este enorme problema rotulándolo como "carga eléctrica" y "descarga eléctrica"; porque, después de todo, se han medido cantidades de energía eléctrica en las contracciones musculares y en los llamados "peces eléctricos". ¿Y acaso no se han llegado a medir ondas eléctricas en el cerebro? En mis experimentos bioeléctricos (1934-36) registré los cambios de potencial que se producen en el placer y en la ansiedad.
2- El postulado de una energía biológica específica.
¿Son la energía biológica específica y la electricidad una misma cosa? No podemos conformarnos con una respuesta demasiado simple. No cabe duda de que sería muy cómodo expresar el funcionamiento del organismo en conceptos físicos muy familiares.
De esa manera, el organismo se nos aparecería como una "máquina eléctrica particularmente compleja". Sería muy fácil y muy práctico explicar la reacción de los reumáticos a los cambios climáticos señalando que su "electricidad corporal" está sujeta a la influencia de las cargas "eléctricas" de la atmósfera. Se ha intentado también aplicar las leyes del magnetismo del hierro a los organismos vivientes. ¿Acaso no se dice que uno experimenta el "magnetismo" de la persona amada, o que uno está "electrizado" de excitación?
Muy pronto nos convenceremos de que estas analogías tienen una base errónea. En publicaciones anteriores yo hablaba de "bioelectricidad", utilizando la terminología habitual. Es indudable que el organismo contiene electricidad, en forma de partículas coloidales cargadas eléctricamente y de iones. Toda la química coloidal opera con ella; otro tanto ocurre con la fisiología neuromuscular.
Por medio de aplicaciones de corriente eléctrica pueden provocarse contracciones musculares. Al peinarse, suelen surgir chispas "eléctricas" del cabello. Y sin embargo: hay una serie de fenómenos que no coinciden de ninguna manera con la teoría de la energía electromagnética.
En primer lugar están los efectos del "magnetismo" corporal. Muchos médicos y terapeutas legos hacen uso práctico de estas fuerzas magnéticas. Pero nosotros no podemos convencemos de que esas fuerzas magnéticas que conocemos surjan de una sustancia orgánica coloidal, no metálica. En las páginas que siguen aportaremos pruebas experimentales de que la energía del organismo viviente no es lo mismo que el electromagnetismo.
El cuerpo experimenta los efectos eléctricos de una corriente galvánica como algo extraño, "inorgánico". La energía eléctrica -incluso en cantidades mínimas- siempre provoca trastornos en nuestro funcionamiento normal. Los músculos, por ejemplo, se contraen de manera antinatural, inadecuada, "sin sentido". Jamás se ha visto que una carga eléctrica aplicada al cuerpo produzca movimientos que guarden el más remoto parecido con los movimientos normales de sistemas musculares enteros, o de grupos funcionales de músculos. La corriente eléctrica genera un movimiento en el cual faltan las características esenciales de la energía biológica: el movimiento de un grupo de órganos en forma coordinada y con un sentido funcional.
Los trastornos del funcionamiento biológico provocados por una corriente eléctrica poseen, en cambio, el carácter de la energía eléctrica: son rápidos, bruscos, angulares, como los movimientos que se observan en un oscilógrafo cuando se frota un electrodo contra un metal (cf. Die Eunktion des Orgasmus, Colonia, 1969).
En un preparado neuromuscular, el estímulo eléctrico no se manifiesta directamente en el movimiento; de lo contrario, los músculos lisos deberían contraerse con la misma velocidad que los estriados. La contracción del músculo liso sigue el ritmo lento y ondulatorio que le es característico. De modo que entre el impulso eléctrico y la acción muscular se interpone un "algo" desconocido que sólo es activado por la corriente eléctrica y se manifiesta como movimiento acompañado por una corriente de acción. Pero ese "algo" en sí no es electricidad.
Nuestras sensaciones orgánicas nos demuestran con toda claridad que las emociones (que indudablemente son manifestaciones de nuestra energía biológica) difieren por completo de las sensaciones experimentadas como resultado de una descarga eléctrica. Nuestros órganos sensoriales no son capaces de registrar las ondas electromagnéticas que colman la atmósfera.
No experimentamos nada en la proximidad de una emisora radial. Un receptor de radio reacciona en las proximidades de un cable de alta tensión; nosotros no. Si nuestra energía vital estuviera constituida por electricidad, sería incomprensible que sólo la longitud de ondas de la luz visible sea accesible al ojo, y que por lo demás seamos insensibles cuando nuestras sensaciones orgánicas son expresión de nuestra energía vital.
No percibimos ni los electrones de un aparato de rayos X, ni las radiaciones del radium. La energía eléctrica no es capaz de proporcionar-nos una carga biológica. Por eso ha resultado hasta ahora imposible determinar la potencia de las vitaminas por medio de mediciones eléctricas, aun cuando es indudable que éstas contienen energía biológica.
Y así podríamos seguir enumerando ejemplos en forma indefinida. Otro de los problemas es cómo se las arregla nuestro organismo para no ser destruido por los infinitos campos electromagnéticos que lo rodean.
Si bien es cierto que los voltímetros sensibles reaccionan al tacto de un organismo vivo, las magnitudes de esta reacción son tan ínfimas, comparadas con la cantidad de energía producida por nuestro organismo, que no parece existir relación alguna.
Todas éstas son contradicciones muy importantes que no pueden resolverse dentro del marco de ras formas de energía conocidas hasta ahora. La biología y la filosofía de la Naturaleza las tenían en cuenta desde hace ya mucho tiempo. Se ha procurado superar esta brecha mediante conceptos destinados a hacer comprensibles las funciones específicas de la vida.
La mayoría de estos intentos fueron comprendidos por los vitalistas que se oponían al materialismo mecanicista. Driesch procuró contribuir al esclarecimiento de la situación con su idea de "entelequia", fuerza vital inmanente a toda materia viviente, que gobernaba la vida. Pero fue mera metafísica.
El élan vital de Bergson también procuraba tener en cuenta la incompatibilidad entre las formas conocidas de energía y las funciones vitales. Su force créatrice representa una explosiva función de la materia, que se manifiesta con particular claridad en la materia viva. La hipótesis de Bergson estaba dirigida contra el materialismo mecanicista, pero también contra el finalismo teológico.
Desde el punto de vista teórico, captaba bien el carácter básicamente funcional del proceso de la vida, pero carecía de fundamento empírico. La fuerza en cuestión no era mensurable, tangible ni controlable.
(...)
Si he de señalar, finalmente, lo que a mí me parece más probable --sobrepasando los límites de lo permisible al sentar un credo científico no demostrado y, por el momento, indemostrable--: que creo en la existencia de una ¡fuerza vital específica!.
En una palabra, una energía que no es calor, ni electricidad, ni magnetismo, ni movimiento (incluyendo la oscilación y la radiación), como tampoco energía química, ni un mosaico de todas ellas, sino una energía que corresponde específicamente a todos esos procesos naturales que denominamos 'vida'.
Eso no significa que sólo esté presente en los cuerpos naturales que nosotros llamamos 'seres vivientes'; también lo está, por lo menos, en el proceso formativo de los cristales. Por esa razón, y para evitar malentendidos, sería mejor denominarla 'energía formativa' en lugar de 'energía vital'. No posee propiedades suprafísicas, a pesar de que no tiene nada en común con las energías físicas conocidas. No se trata de una misteriosa 'entelequia' (Aristóteles, Driesch), sino de una auténtica 'energía' natural; sólo que, así como la energía eléctrica está vinculada con fenómenos eléctricos y la energía química con transformaciones químicas, esta 'energía formativa' está vinculada con los fenómenos de la vida y con la gestación y cambio de las formas.
Está sujeta, sobre todo, a la ley de la conservación de la energía y puede convertirse en otras formas de energía, así como, por ejemplo, el calor puede convertirse en energía cinética y viceversa. (P. Kammerer, Allgemeine Biologie, p. 8.). Kammerer había tropezado con el problema de una "fuerza vital" formativa en el curso de sus experiencias sobre la herencia de los caracteres adquiridos en las salamandras.
Las "sustancias hereditarias" y los "genes" postulados por los teóricos de la herencia confundían la comprensión de los procesos vivientes y parecían haber sido concebidos solo para bloquear todo acceso a éstos. Eran teorías comparables con una pirámide invertida, una verdadera masa de afirmaciones hipotéticas que se balanceaba sobre la base mínima de un contado número de hechos dudosos.
Recuérdense, por ejemplo, las conclusiones anticientíficas, injustificadas y moralizantes que se sacaron del célebre estudio de la "familia Kalikak". Al leer las hipótesis sobre la herencia, siempre se tiene la impresión de que hay en ellas más fanatismos seudo éticos que ciencia. El proceso de la vida queda asfixiado por una montaña de hipótesis mecanicistas. Esas teorías acabaron por desembocar en la perniciosa teoría racial de Hitler.
En la obra de los vitalistas, la fuerza vital se convirtió en un vago espectro; en la de los mecanicistas, en una máquina inanimada. Los bacteriólogos postularon la existencia de un germen especial -nunca visto-"'en el aire". En la segunda mitad del siglo XIX, Pouchet se dedicó a la agotadora tarea de poner a prueba la exactitud de la teoría de los gérmenes del aire.
Pasteur demostró en forma experimental que los líquidos llevados a cierta temperatura no contenían gérmenes, Si se encontraba algún organismo viviente, lo atribuía a la contaminación del aire. Friedrich Albert Lange, en su Geschichte des Materialismus, critica las conclusiones de Pasteur y cita los experimentos de Pouchet. Pouchet hizo pasar cientos de metros cúbicos de aire por agua y examinó el agua. Inventó un instrumento para su propio uso, que impulsaba aire contra unas planchas de vidrio sobre las cuales quedaban adheridas partículas de polvo.
Luego analizaba el polvo así recogido. Efectuó estos experimentos en los glaciares de los Pirineos, en las catacumbas de Tebas, en el campo y en alta mar, en Egipto y en la torre más alta de la catedral de Ruán. Si bien dio con todo tipo de cosas, sólo muy de tanto en tanto encontró algún esporo de hongo y, en casos más excepcionales aún, un infusorio muerto.
La refutación de Pasteur a las primitivas teorías de la generación espontánea fue mal entendida. Pesaba una verdadera prohibición sobre toda indagación relativa al origen de los primeros gérmenes de la vida. Para no entrar en conflicto con la doctrina de la "creación divina", se apeló a la idea de una sustancia plasmática que descendió a nuestro planeta desde el espacio exterior.
Ninguna de estas escuelas logró penetrar en los problemas funcionales de la vida ni encontrar un nexo con la física experimental. El proceso de la vida aparecía como un misterio insondable, intangible, reservado a la divina providencia, en medio del vasto campo de las ciencias naturales experimentales.
Y sin embargo, cada planta que brotaba, cada embrión que se desarrollaba, el movimiento espontáneo de los músculos y la productividad de todo organismo biológico demostraba diariamente la existencia de incalculables energías que gobernaban el trabajo de la sustancia viviente. La "energía" es la capacidad de trabajo.
Ninguna de las formas de energía conocidas puede competir con la capacidad de trabajo de la totalidad de los organismos vivientes en nuestro planeta. Las energías que realizan este trabajo deben tener su origen en la materia no viviente. Pero eso ha sido ignorado por la ciencia desde hace milenios.
¿Qué impedía a los seres humanos comprender esta energía? Con el descubrimiento de la función de la represión sexual, hecho por Freud, se abrió la primera brecha en el muro que nos separaba de la comprensión del proceso de la vida.
Primero fue necesario entender las manifestaciones del inconsciente y de la vida sexual reprimida. El segundo paso importante consistió en la corrección de la teoría freudiana del inconsciente: la represión de la vida instintiva no es natural; más bien es un resultado patológico de la supresión de los instintos naturales, sobre todo de la sexualidad genital, y un organismo (el hombre) que emplea la mayor parte de su energía en ocultar dentro de sí mismo el proceso natural de la vida, no puede estar en condiciones de comprender el proceso de la vida fuera de él.
La manifestación central de la vida es la función sexual genital. A ella le debe su existencia y perduración. Una sociedad de seres vivos que ha proscrito y ha relegado al inconsciente la manifestación esencial de esa función no puede manejar las funciones vitales en forma racional y éstas aparecen como manifestaciones distorsionadas en la pornografía.
Sólo los místicos mantuvieron siempre contacto -en un plano muy distante de la intelección científica- con el proceso de la vida. Y como el proceso de la vida se había convertido en dominio de la mística, las ciencias naturales serias se mantuvieron alejadas de él.
En la literatura biológica y fisiológica, no se encuentra el menor atisbo de comprensión del movimiento autónomo, tal como, por ejemplo, se manifiesta en el gusano. Ese movimiento recuerda demasiado los despreciados actos sexuales del reino animal.
De esa manera, la mística y la biología mecanicista quedaron enfrentadas. Y, sin embargo, la fuerza del sentimiento religioso en sí revelaba la existencia de un algo poderoso que los hombres sentían, pero que no podían definir con palabras ni controlar. También la religión había mistificado el proceso de la vida.
El problema sólo entraría en el terreno de las ciencias naturales cuando se postulara la existencia de una función energética mensurable y controlable, que hiciera comprensible la función básica de lo vivo y no entrara en conflicto con la física.
Se deduce que esa energía biológica específica debería reunir las siguientes propiedades:
l. Debería ser fundamentalmente distinta de la energía electromagnética y, sin embargo, tener relación con ella.
2. Debería existir -al margen de los organismos vivos- en la Naturaleza no viviente, si nos atenemos al principio según el cual la materia orgánica tiene su origen en la inorgánica.
3. Debería dilucidar de manera satisfactoria la relación entre los seres vivientes y la Naturaleza no viviente (respiración, orgasmo, nutrición, etc.)
4. A diferencia de la electricidad galvánica, debería funcionar en la sustancia orgánica, no conductora de la electricidad, y en los tejidos animales.
5. Su función no podría limitarse a células nerviosas aisladas o a grupos de células, sino que debería penetrar y gobernar todo el organismo.
6. Debería explicar con simplicidad la función pulsatoria básica (contracción y expansión) de la vida, tal cual se manifiesta en la respiración y en el orgasmo.
7. Debería manifestarse de manera comprensible en la producción de calor, que es una característica de la mayoría de los organismos vivientes.
8. Debería poder aclarar definitivamente la función sexual, es decir que debería explicar la atracción sexual.
9. Su naturaleza nos revelaría por qué los organismos vivientes no han desarrollado un órgano sensible al electromagnetismo.
10. Debería contribuir a la comprensión de la diferencia entre proteína viva y proteína muerta, y explicar qué se incorpora a la proteína –tan compleja desde el punto de vista químico- para darle vida. Debería tener la propiedad de cargar a la materia viviente y por lo tanto su efecto debería ser positivo para la vida.
11. Debería revelamos los procesos que llevan a la simetría en el desarrollo de las formas, y cuál es la auténtica función de dicho desarrollo.
12. Finalmente, nos explicaría por qué la materia viviente sólo existe en la superficie de la Tierra.
Con la enumeración de estos problemas sólo se pretende fijar el marco necesario dentro del cual ha de desarrollarse cualquier discusión sobre biofísica o biognésis.