Thursday, August 8, 2013
LA MUERTE EN UN "MAÍTRE DE LA PENSÉE: Michel Foucault
"Una persona no es más que su relación con la verdad".
Michel Foucault
El dos de Junio de 1984, Foucault perdió el conocimiento
en la cocina de su apartamento de Paris.
Los médicos le habían advertido que le quedaba poca vida.
Trabajaba febrilmente en completar
su 'Historia de la Sexualidad'.
Luchaba contra el dolor y la fatiga.
Había terminado dos volumenes y casi tenía concluido
el tercero. Fue entónces cuándo le vino el colapso.
Pero el "peor golpe" fue que "su mente empezaba a escapársele", escribió, a él, precisamente a él,
a un "maître de la pensée".
Fue llevado al hospital. Ya no volvería a casa.
A medida que pasaban los días, F. fue anclando su barco
en "el estado de debilidad y entrega que libera la bestia interior" , como escribió su amigo y compañero Guibert.
Su 'dramatis personae' evolucionó sobre uno de los aspectos mas paradójicos del ethos del filósofo:
su intrincado planteamiento personal para decir la verdad.
F. hizo entónces algo que en rarísimas ocasiones había hecho: evocó su infancia, sus sueños, sus vicisitudes,
y pasó a palabras lo que parecían las verdades más profundas de sí mismo. Hervé Guibert fue el depositario de todo ello.
Al igual que su obra, que fue el ejemplo de una "actitud límite" que se traslucia en una "crítica permanente de nosotros mismos", sus confesiones a Guibert tomaron éste mismo camino.
En las últimas conferencias que había dictado en el Collége de France --pocos meses antes-- ya se había planteado la pregunta: ¿por qué contar o decir la verdad?; ¿cómo es que llegamos a sentirnos obligados a decir la verdad, especialmente la verdad sobre nosotros mismos?
(Indudablemente, sin una crítica permanente de nosotros mismos, ésto sería imposible)
"Si sé la verdad, voy a ser cambiado", dijo en 1982 en una entrevista. "Y quizás será salvado, o quizás moriré".
Y empezó a reírse.
"Pero me parece que en cualquier caso es lo mismo para mi". Pero no fue lo mismo, según atestiguó Gilbert.
Vislumbrar su final lo indujo a confesar, claro,
no sus pecados al confesor, sino a sacar a flote el iceberg dónde había navegado. Era la hora.
Y era la hora porque F. había llegado a ser una especie de moderno cínico arquetípico situado en la huella de Diogenes y sus seguidores. Estos héroes, míticos o reales, eran símbolos de una "concepción extremadamente radical" según la cual "una persona no es más que su relación con la verdad".
Esta era la relación que F. está ahora dispuesto a realizar.
"¿Por qué nos ocupamos de nosotros mismos?", se preguntaba F. en una de sus últimas entrevistas; "solo a través de la peocupación por la verdad".
F. culturaliza e historioriza éste tema, pero, al mismo tiempo, lo introduce en su ontología final como un corolario operativo que lo quiere aprovechar para responder y salvarse en la recta que ha entrado dónde ya no se puede volver atrás.
Era como una metología de auxilio al termino del viaje de testimoniar la verdad de su propia alma inundada de cárceles dónde estaban secuestrados los instintos animales que daban orígen --para tratar de escapar-- a una especie de chocante cinismo como si se sintiera condenado a crear belleza a partir tan sólo de la soledad, y no por amor y libertad.
Una noche, escribió Guibert, F. describió el placer que sentía imaginándose en una institución dónde la gente no va a morir, sino dónde sólo parece morir. "Todo sería espléndido" --manifestó Guibert que decía su amigo-- "con pinturas suntuosas y música suave". El lugar semejaría un hospital, pero oculta detrás de uno de los cuadros en la pared, al fondo de cada habitación, habría una puerta pequeña, un agujero para escapar. En el momento oportuno, el paciente, drogado con algúna sustancia placentera, se deslizaría detrás del cuadro y ¡presto!..."Y te irías fuera, desaparecerías, morirías a los ojos del mundo, y reaparecerías sin que nadie te viera al otro lado de la pared, en un patio trasero, sin valijas, sin nada en las manos, sin nombre, listo para inventarte tu nueva identidad"
Nunca dicen los amigos, pareció Foucault tan sereno como en las últimas semanas de su vida. Y nunca, informa Gilbert, había reído el filósofo de más buena gana y más auténticamente divertido que cuándo estaba muríendo, y contemplando, se podría imaginar, "la puerta que se abre en mi história"
Fue, realmente, la muerte de un genuino "Maítre de la Pensée,
un radical y objetivo entusiasta de la verdad
que terminó su travesía testimoniando
su auténtico status en el barco existencial.
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