EL BODHIDHARMA FRENTE A LA PARED |
Le hablo a la pared.
Le escribo a la pared.
Polemizo con la pared.
Me confieso con la pared.
Me desnudo frente a la pared.
La pared.
Nuestra fiel compañera.
La frontera de nuestro "solus ipse".
El límite de nuestro cubículo.
El tabique de nuestro aquarium.
El confín de nuestro país.
Las puertas que traspasaremos al morir.
El Bodhidharma que trajo
el Budismo Zen a China
estuvo sentado, meditando,
nueve años delante de una pared
hasta que quedó iluminado
para transmitir su nueva doctrina.
Pero yo no tengo doctrina.
Ni quiero ser iluminado.
Me conformo con mi pared.
A veces me pongo de espalda a ella.
Es cuándo nos peleamos.
Cuándo ella no me habla.
Cuando hay desavenencias.
Y entónces elijo otra pared,
de las cuatro que me rodean.
Pero dura poco tiempo.
Siempre regreso a ella.
Ya no podemos vivir el uno sin el otro.
¿A quíen le podría yo hablar
sino a la pared a la que siempre le hablo?
¿A quíen le podría yo escribir
sino a la pared que siempre le escribo?
¿Quíen podría escuchar mejor mis soliloquios sino la pared que siempre los ha oído?
¿Quíen me podria contestar mejor que ella?
¿Y quíen podría oírla a ella mejor que yo
que llevo ya tantísimo tiempo frente a ella?.
Si, a veces le doy la espalda,
cuándo nos peleamos,
pero dura poco tiempo.
Ya no puedo vivir sin mi pared.
Quizás el Entero Universo del hombre,
en su cuadrícula existencial,
sea una pared, una sóla dimensión,
entre las multiples que deben de haber.
Una tapia frente a la cual nos sientan al nacer y que nunca podemos trapasar porque es el límite de nuestro espacio-tiempo dónde estamos condenados a vivir, el muro vertical que, delante de nosotros, nos cierra el regreso al Árbol de la Vida que guardan dos querubines con espadas de fuego.