La enfermedad es un estado,
la salud no es sino otro,
más desagraciado,
quiero decir más cobarde y más mezquino.
No hay enfermo que no se haya agigantado,
no hay sano que un buen día
no haya caído en la traición,
por no haber querido estar enfermo,
como algunos médicos que soporté.
He estado enfermo toda mi vida
y no pido más que continuar estándolo,
pues los estados de privación de la vida
me han dado siempre mejores indicios
sobre la plétora de mi poder
que las creencias pequeño burguesas
de que: BASTA LA SALUD.
Pues mi ser es bello pero espantoso.
Y sólo es bello porque es espantoso.
Espantoso, espanto, formado de espantoso.
Curar una enfermedad es criminal.
Significa aplastar la cabeza
de un (torcido para desdoblarlo al nivel oficial) pillete
mucho menos codicioso que la vida
Lo feo con-suena .
Lo bello se pudre.
Pero, enfermo,
no significa estar dopado con opio,
cocaína o morfina.
Y es necesario amar el espanto de las fiebres,
la ictericia y su perfidia
mucho más que toda euforia.
Entonces la fiebre,
la fiebre ardiente de mi cabeza,
--pues estoy en estado de fiebre ardiente
desde hace cincuenta años que tengo de vida--
me dará mi opio,
-este ser-
éste,
cabeza ardiente que llegaré a ser,
opio de la cabeza a los pies.
Pues,
la cocaína es un hueso,
la heroína, un superhombre de hueso.
Ca itrá la sará cafena
Ca itrá la sará cafá.
Y el opio es esta cueva
esta momificación de sangre cava ,
este residuo de esperma de cueva,
esta excrementación de viejo pillete,
esta desintegración de un viejo agujero,
esta excrementación de un pillete,
minúsculo pillete de ano sepultado,
cuyo nombre es:
mierda, pipí.
Con-ciencia de las enfermedades.
Y, opio de padre a higa,
higa, que a su vez, va de padre a hijo.
Y se hace necesario que su polvillo
vuelva a ti cuando tu sufrir sin lecho sea suficiente.
Por eso considero
que es a mí, enfermo perenne,
a quien corresponde curar a todos los médicos
--que han nacido médicos
por insuficiencia de enfermedad--,
y no a médicos ignorantes
de mis estados espantosos de enfermo,
imponerme a su insulinoterapia,
a su salvación de un mundo postrado.
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Descripción de un estado físico
Una sensación de quemadura ácida
en los miembros,
músculos retorcidos e incendiados,
el sentimiento de ser un vidrio frágil,
un miedo,
una retracción ante el movimiento y el ruido.
Un inconsciente desarreglo al andar,
en los gestos,
en los movimientos.
Una voluntad tendida en perpetuidad
para los más simples gestos,
la renuncia al gesto simple,
una fatiga sorprendente y central,
una suerte de fatiga aspirante.
Los movimientos a rehacer,
una suerte de fatiga mortal,
de fatiga espiritual
en la más simple tensión muscular,
el gesto de tomar,
de prenderse inconscientemente
a cualquier cosa sostenida
por una voluntad aplicada.
Una fatiga de principio del mundo,
la sensación de estar cargando el cuerpo,
un sentimiento de increíble fragilidad,
que se transforma en rompiente dolor,
un estado de entorpecimiento doloroso,
de entorpecimiento localizado en la piel,
que no prohíbe ningún movimiento,
pero que cambia el sentimiento interno
de un miembro,
y a la simple posición vertical
le otorga el premio de un esfuerzo victorioso.
Localizado probablemente en la piel,
pero sentido como la supresión radical
de un miembro y presentando al cerebro
sólo imágenes de miembros
filiformes y algodonosos,
lejanas imágenes de miembros
nunca en su sitio.
La suerte de ruptura interna de la correspondencia de todos los nervios.
Un vértigo en movimiento,
una especie de caída oblicua
acompañando cualquier esfuerzo,
una coagulación de calor
que encierra toda la extensión del cráneo,
o se rompe a pedazos,
placas de calor nunca quietas.
Una exacerbación dolorosa del cráneo,
una cortante presión de los nervios,
la nuca empeñada en sufrir,
las sienes que se cristalizan o se petrifican,
una cabeza hollada por caballos.
Ahora tendría que hablar
de la descorporización de la realidad,
de esa especie de ruptura aplicada,
que parece multiplicarse ella misma
entre las cosas y el sentimiento
que producen en nuestro espíritu,
el sitio que se toman.
Esta clasificación instantánea de las cosas
en las células del espíritu,
existe no tanto como un orden lógico,
sino como un orden sentimental, afectivo.
Que ya no se hace:
las cosas no tienen ya olor,
no tienen sexo.
Pero su orden lógico a veces se rompe
por su falta de aliento afectivo.
Las palabras se pudren
en el llamado inconsciente del cerebro,
todas las palabras por no importar
qué operación mental,
y sobre todo aquellas que tocan los resortes
más habituales, los más activos del espíritu.
Un vientre aplanado.
Un vientre de polvo fino y como en foco.
Debajo del vientre una granada reventada.
La granada expande un flujo de copos
que se eleva como lenguas de fuego,
un fuego helado.
El flujo se agarra del vientre y lo hace girar.
Pero el vientre no da más vueltas.
Son venas de sangre como vino,
de sangre combinada con azufre y azafrán
pero con un azufre endulzado con agua.
Sobre el vientre sobresalen los senos.
Y más hacia arriba y en profundidad,
pero en otro plano del espíritu
un sol enardecido de manera
que se podría pensar
que es el seno el que arde.
Y un pájaro al pie de la granada.
El sol parece que tuviera una mirada.
Pero una mirada que estaría mirando el sol.
Y el aire todo es una como una melodía gélida
pero una extensa,
honda melodía bien compuesta y secreta
y colmada de ramificaciones congeladas.
Y todo construido con columnas,
y con una especie de aguada arquitectónica
que une el vientre con la realidad.
La tela está ahuecada y estratificada.
La pintura está muy prensada a la tela.
Es como un círculo que se cierra sobre sí mismo,
una suerte de abismo
en movimiento que se parte por el medio.
Es como un espíritu que se ve y se ahueca,
está modelado y trabajado
sin cesar por las manos crispadas del espíritu.
Mientras tanto el espíritu siembra su fósforo.
El espíritu está seguro.
Tiene un pie bien apoyado en este mundo.
El vientre, los senos, la granada,
son como evidencias testimoniales de la realidad.
Hay un pájaro muerto y hay un abundante surgimiento de columnas.
El aire está plagado de golpes de lápices
como de golpes de cuchillos,
como de esquirlas de uña mágica.
El aire está suficientemente alterado.
Así donde germina una semilla de irrealidad
se dispone en células.
Las células se colocan cada una en su lugar,
en abanico, rodeando el vientre,
delante del sol más lejos del pájaro
y sobre ese flujo de agua sulfurosa.
Pero la arquitectura que sostiene
y no dice nada es indiferente a las células.
Cada célula contiene un huevo
donde se destaca el germen.
Repentinamente nace un huevo en cada célula.
En cada uno hay un hormigueo inhumano
pero límpido,
las diversificaciones de un universo detenido.
Cada célula contiene bien su huevo
y nos lo ofrece; pero al huevo no le importa demasiado ser elegido o rechazado.
Algunas células no llevan huevo.
En algunas crece una espiral.
Y en el aire cuelga una espiral más grande
pero como azufrada,
de fósforo todavía y cubierta de irrealidad.
Y esta espiral tiene toda la relevancia
del pensamiento más potente.
El vientre lleva a recordar la cirugía y la Morgue,
la bodega, la plaza pública
y la mesa de operaciones.
El cuerpo del vientre parece tallado en granito
o en mármol o en yeso,
pero un yeso endurecido.
Hay un casillero para una montaña.
Las burbujas del cielo dibuja sobre la montaña
una aureola fresca y translúcida.
Alrededor de la montaña el aire es sonoro, compasivo, antiguo, prohibido.
La entrada a la montaña está prohibida.
La montaña tiene su lugar en el alma.
Ella es el horizonte de algo
que no deja de retroceder.
Produce la impresión del horizonte infinito.
Y yo describo con lágrimas esta pintura
porque esta pintura me toca el corazón.
En ella siento desplegarse mi pensamiento
como en un espacio ideal, absoluto,
pero un espacio que tendría
una forma posible de ser insertada en la realidad.
Caigo en ella del cielo.
Y alguna de mis fibras se desata
y encuentra un lugar en determinados casilleros.
A ella regreso como a mi fuente,
allí siento el lugar
y la disposición de mi espíritu....
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Desde nuestra "gramatica oficial",
las palabras de Artaud se congujan
en diabólos esotéricos de soterraños pasadizos
dónde anida el temor de lo prohibido,
de lo que se nos impide ser percibido,
pero que se vuelve portavoz de lo presentido
plasmado en un léxico de canales abiertos
por dónde corre un visceral y abierto flujo,
caída del trapecio al vacío,
única pluma, como dice León Felipe,
con la que los poemas pueden ser escritos:
Y los poemas solo pueden escribirse:
a) De vuelta de una pesadilla,
con un rítmo de sombras
b) A la puerta cerrada de nuestra casa,
borrachos, y con un rítmo de hipo
c) Desde el trapecio aereo de la locura,
cayendo en el abismo, sin cuerdas y sin red
d) Ante el portón abierto der la Muerte,
bajo el último aldabonazo de la sangre.
Lo cual es "divinizado" por Feuerbach:
Un ser sin sufrimiento
es un ser sin fundamento.
Solo el ser doloroso
es un ser divino.
Divinio Antonin:
He estado enfermo toda mi vida
y no pido más que continuar estándolo. Son estos enfermos los que nos traen salud.