Al final de su "Crítica de la Razón Pura"
don Manuel Kant cita tres interrogantes
en las que todo el interés de la
razón humana está centrado:
"¿Qué puedo saber?
"¿Qué puedo hacer?
"¿Qué puedo esperar?
Y en la introdución a sus conferencias sobre "Logica", presenta su última y mas abracadabrante pregunta:
"¿Qué es el hombre?
Pero Soren Kierkegaard se reía, llorando, del pensamiento abstracto. Argumentaba que la "razón pura" es lo mismo que viajar por Dinamarca con un mapa de Europa. Y quizás el hombre tenía toda la razón del mundo.
a solas con el mundo,
con su muerte,
con su existencia,
el hombre, solo.
Solus Ipse, I alone, Yo, sólo.
Por lo tanto, esas interrogantes kantianas no le decían mucho. Tal vez la última, aunque, siguiendo su cogito, la única manera de contestarla era viviendo, existiendo, tocandose el pulso a sí mismo. Francisco Umbral le tocó muy bien a K. su pulso. Dejemos ahora a don Francisco que entre en escena:
Kierkegaard, Copenhague, 1813/1855, es en realidad hijo de un rico, pues que su padre, después de haber amenazado a Dios en Jutlandia, se encuentra con que Dios le favorece mucho -los dioses son así- y hace una fortuna. De modo que el creador del existencialismo puede dedicarse a cultivar su angustia y otros primores gracias a la renta de papá. Con un trabajo diario como el de Kafka, o un padre como el de Kafka, habría sido más humilde. Una renta es lo que más daño hace al escritor. Kierkegaard, que escribía muy bien (en su Diario se envanece de ser el que mejor pone las comas en Dinamarca), dijo aquello de que “la angustia es el vértigo de la libertad”, que yo utilicé durante toda la juventud como lema de mi propia vida. Eso es lo que tenía Kierkegaard, miedo a la libertad del existir, y por eso necesita un Dios a quien pagar tributo todos los días, un Dios omnipresente y cruel. Dios es un lujo de rentistas. Dios y Lutero.
En los primeros sesenta ganaba yo un premio de cuentos en Tomelloso. Con el dinero del premio me compré El concepto de la angustia, del danés (en Austral), y allí descubrí que Kierkegaard era el padre de Unamuno, un filósofo sin sistema, un agonista de Dios, sólo que SK, incluso traducido, escribía mucho mejor que el vasco. Sin El concepto de la angustia no habría existido Unamuno, para qué vamos a engañarnos.
Teólogo y filósofo, Kierkegaard se enamora de Regina Olsen, una joven encantadora a quien el muchacho le inspira esa cosa maternal que inspiraban antes a las mujeres los chepuditos y los cojos. Porque Soren era chepudito y cojo, pero él, incluso en sus escritos más íntimos, se lo niega a sí mismo, y dice que cuando se ríen de él por la calle se ríen de sus pantalones: necesitaba un corte especial para la pierna corta.
Aquí está toda la angustia de Kierkegaard. Es un pobre deforme que se propone borrar eso con su poderosa inteligencia, para lo cual monta todo un sistema de culpa ante Dios, de indignidad humana. Quiere hacer sus deformidades extensivas a todo el género humano, que es la manera de que no existan, solubles en la multitud. José Luis Aranguren lo ha visto bien en los Diarios de SK. Parece una explicación muy grosera, pero lo cierto es que el hombre de inteligencia o valor fabrica siempre formidables máquinas mentales para abolir por sublimación lo que no le gusta de sí mismo.
Baudelaire escribe la mejor poesía de la modernidad para sublimar su impotencia y Napoleón monta guerra al mundo entero por olvidar que la tiene corta y que sus amantes, en la cama, le llaman “Napi”. Anthony Burguess lo cuenta bien. A mí me lo contó en el Oliver madrileño.
“Para ella yo era mil años más viejo”, escribe Kierkegaard sobre su desamada Regina Olsen. Sólo era mil años más feo. Jamás se hubiera puesto desnudo delante de ella. Anula su compromiso matrimonial. Tampoco reconocerá nunca que no hay otro motivo de ruptura que su desjunciada hechura. Naturalmente, añora a la imposible Regina, y esto le da ocasión para más angustia, pues la angustia es su manera de entenderse con Dios, el Dios que se ha inventado. Es de los que dicen que el sexo es un camino muy corto. O sea que jamás han recorrido el interminable camino del sexo.
Escribió su Diario de un seductor para ella, para que ella le crea lo que no es. Kierkegaard es el Cyrano de sí mismo, Kierkegaard es un hipócrita metafísico. Jugó vilmente con una buena chica. Quizás ella le habría amado como su pequeño monstruo. Pero la menosprecia ante sí misma escribiendo que nunca podría entenderle. A la muerte del escritor, Regina entrega todos los papeles de éste, incluso los más íntimos, a la Biblioteca de la Universidad de Copenhague. El paquete se abrió en 1904.
Kierkegaard tuvo amistad con Cristian VIII, rey de Dinamarca, y sus notas sobre esto, muy alabanciosas para el rey, están llenas de esnobismo, vanidad y espíritu palatino. Kierkegaard, que sólo comparecía ante Dios, comparece muy gustoso ante el rey, y ahí se detiene su angustia. Toda su metafísica no era sino fracaso mundano y buena prosa, más un poco de Lutero.
Lucha con los correctores de imprenta que le estropean el ritmo de la escritura. Ya hemos dicho que está orgulloso de su estilo. Demasiados amarres humanos como para creerle en una angustia intermitente. El gran hallazgo filosófico de Kierkegaard es la existencia misma. No tenemos más que nuestra existencia y debemos trabajar en ella, profundizarla más y más, darle un sentido. El valor de la existencia él lo refiere a Dios, pero esto ya es su protocolo habitual. Los existencialistas que le siguen, como Heidegger y Sartre, consideran la existencia en sí misma, la desenganchan de lo metafísico, sobre todo Sartre, y la angustia existencial de Kierkegaard la refieren precisamente a la soledad del hombre. “Dios es la soledad de los hombres”, escribe Sartre. “El hombre es una pasión inútil”. “El hombre es un compromiso burgués”. En estos resúmenes y otros está el existencialismo de nuestro siglo, la verdad entera del ser, liberada de la ferralla teológica, que no hace sino complicar inútilmente las cosas. Pero así como decimos que Unamuno no habría sido posible sin Kierkegaard, Sartre y otros tampoco. El existencialismo es el final de la filosofía, el pensamiento del hombre que herboriza su existencia (de ahí lo apasionante de los diarios íntimos) y se queda en lo elemental y fugaz, rechazando toda la joyería literaria e intelectual con que nos hemos adornado desde siempre.
Pues este recurso de la literatura, nada menos que la Literatura, también es una creación humana, una realidad que nos completa o nos abre otro boquete en el costado. Y así siempre, vuelta a empezar.
Si a Kierkegaard le encargamos unos pantalones correctos, le casamos con Regina Olsen, a la que rechazó como Hamlet a Ofelia (cosas de daneses), y sentamos a la pareja ante el rey Cristian VIII, se acabó la angustia y el vértigo, aunque también la libertad. La condición del hombre es agónica y profunda, pero se remedia muy fácilmente con un premio a una mujer. El existencialismo pasó como moda, pero queda ahí como la verdad desnuda a que ha llegado el hombre sólo algunos hombres sobre sí mismo. Regina flota para siempre, en los lagos de Dinamarca, de la mano de Ofelia. El turista cree que son dos cisnes, pero yo he estado allí y las he visto"
“El Cultural”, Los alucinados (13 febrero 1999)
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Ahora vemos como K. nunca podría contestar las preguntas de Kant. Ahora vemos como Umbral, umbral de entrada a la inteligencia de los recursos humanos, tampoco las puede contestar, pero ambos, al carecer de las herramientas de la 'razon pura' para enfrentarse a esas interrogantes, se vuelven cartógrafos y se inventan un nuevo mapa de Europa, adaptado a las particularidades de las tierras por dónde tienen que andar, para viajar por Dinamarca.
Por eso --y como corolario- lo que nos hace saber Umbral (¿sabíendolo?) es cúal es la epigénesis de la inteligencia:
"Si a Kierkegaard le encargamos unos pantalones correctos, le casamos con Regina Olsen.....se acabó la angustia y el vértigo, aunque también la libertad."
Todo inteligente es cojo.
Si no cojeamos de algo nunca alcazaremos la inteligencia para disimularlo, sublimarlo y transcenderlo. Si la entera especie humana no estuviese 'coja de algo' nunca hubiesemos alcanzado los 1.500 centímetros cúbicos de volumen craneal.
"Aquí está toda la angustia de Kierkegaard. Es un pobre deforme que se propone borrar eso con su poderosa inteligencia"
Toda la inteligencia del homo sapiens se desarrolló para no vernos a nosotros mismos cojear.
Esto es también lo que Umbral nos ha dicho sin saberlo.
Porque Umbral (ver su foto) es otro K., 'otro cojo' al que si se le hubiera encargado unos pantalones correctos para disimular su cojera y lo hubieremos casado --desde su génesis-- con su Regina Olsen...nunca hubiera escribido tan bien como lo hizo.
¿Era también 'cojo' Kant?
Si.
Y sus preguntas tratan de cubrir esa pierna mas larga que la otra.
¿Soy yo otro 'cojo'?
Si.
Sino no estaría ahora escribiendo ésto a las dos y media de la madrugada.
¿Hay algún ser humano que no padezca de ninguna clase de 'cojera'?
No.
Todos nacemos con la cojera original.