Alba.
Fecha hundida.
Sobre bordes de silencios,
a lo lejos,
cantan los pájaros.
Rompe la luz sus espejos.
Resiste la noche salir sin tiempo.
Un cuervo recita un verso.
(¿Dónde está el camino abierto?
¿Se fué la luna o la llevo por dentro?
¿Hay un ataud sin muerto
o es un espejismo lo que veo?)
Todo está en su lugar
en el amanecer compuesto.
Todo es un empiezo.
Después será todo igual,
como en los entierros.
Caballitos de madera
juegan a verlo,
y una infancia sin azucenas
desgrana sus recuerdos.
El día abre unas compuertas
sobre un gris cielo,
¿qué pasará, qué pasará
en éste incipiente destello?
Una música de trenzas
reclina la cabeza al suelo,
mientras caimanes muertos
son comidos por los carroñeros.
Una canción de diáspora
compone el gorrión en vuelo:
"Dónde deje lo mío
que mirarlo no puedo/
quedó atrás sin mapas
en el fondo del recuerdo".
Cada vez hay mas luz,
cada vez la noche pierde su velero;
todo lo que una obtiene
la otra lo pierde sin saberlo.
En el naranjal de mi abuelo,
un regador de azahar
hizo mi primer amanecer,
mi primer consuelo,
fué en Moguer,
aquel blanco pueblo,
yo era un niño
de libretas y pañuelos,
una mariposa en mi cabeza
guiaba mis deseos,
y un lazarillo ciego
me guiaba por dentro,
aún me acuerdo,
era muy temprano,
pero el día, poco a poco,
fue retorciendo el cielo,
era muy temprano,
mi madre me levantó de la cama
y los dos, en una camioneta,
viajamos al pueblo,
al pasar por el río Tinto
--tinto de minerales y romanos muertos--,
se bajaron los pasajeros,
un viejo puente de madera
no resistia el peso,
y fuimos, muy temprano,
al naranjal de su padre, mi abuelo,
todo estaba encendido,
y un regador de azahar
me tomó de la mano
y me enseñó un amanecer
que, entre perfumes,
penetró conciencias y fuegos,
yo era muy niño,
sin libretas y pañuelos,
y fué la primera vez que salí al mundo,
a un campo de albas
dónde se rasgaban los sueños,
y mi madre me dejó sólo
en el naranjal de mi abuelo...
con aquel regador de azahar
que me abrió mis velos.