Paseamos por la playa.
Enjuaga el cielo azul
arrozales de nubes blancas.
Mientras, las olas hablan.
¿Qué nos dicen?
¿Qué nos cantan?
¿Qué sugieren
al borrar en la arena
lo grabado que se derrama?
¿Desde cuándo el mar
nos acompaña?
¿Desde cuándo
paseamos por sus playas
nuestra soledad callada?
Solos.
Unicidad plasmada.
(El Universo es silencio
y el monólo su angustia reciclada)
Sin que nadie
cuente nuestros pasos,
sin que nadie sepa
que el mar es redondo
como la tierra
que lo abraza.
De vez en cuándo
nos sentamos
y en el horizonte fijamos
las lejanías
que llevamos guardadas;
y asi se proyectan
en la curvatura
que el mar y el cielo
(siempre juntos)
ensamblan.
Y todo lo sentimos
al otro lado,
lejano,
como si ya no fuesemos
nosotros
sino otro que mirase
desde diferente ventana.
Y nos llega
la paloma mensajera
de la Nada,
¿la conocéis?,
porque junto al mar
parece cobrar alas
y volar --precisamente--
sobre el horizonte
donde pusimos la mirada.
(¿El Ser y la Nada, de Sartre,
¿lo habéis leído?)
De la nada al ser,
del ser a la nada,
leemos en el horizonte
cuándo por él cruza
un barco que lo escribe
y se marcha...
Y nos asalta el pensamiento
(debe ser la brisa
que lo levanta)
de que somos
el inventor inventado:
todo ha sido un invento
sobre los dados
que ha tirado el azar
desde el Principio
que formó la gran danza.
(Dios si juega a los dados,
Señor Einstein)
Por inventar
nos hemos inventado
a nosotros mismos:
porque la paloma mensajera
de la Nada
que junto al mar
parece cobrar alas,
también la hemos inventado nosotros
un día paseando por la playa
nuestra soledad callada...