Me levanto por la mañana.
Mañana de horizontes.
Voy al retrete.
Hago mis cosas.
Tomo la escobilla
en la que todos nos sentamos.
Y, de pronto, oígo una voz:
"Buenos días.
Has comenzado
tú cotidiano trabajo".
Me quedé asustado.
Pero, ¿quíen me había hablado?
No había nadie en casa.
Miré por todos lados.
Que extraño...
(¿Es que la escobilla
conoce el secreto
que tan bien guardamos?)
Vuelvo a mi mesa de trabajo
y me pongo a escribir,
escobilla en mano,
en mi bitácora de barco varado...
Vamos a ver lo que hoy limpiamos
en ésta taza blanca del retrete civilizado
dónde todos, al comenzar el día
--si es que el extreñimiento
no impide la expulsión
de lo que acumulamos--
tenemos que vaciarnos.
PD:
Aúnque ya --vejez perínclita--
empezamos a cansarnos
de limpiar, no solamente lo nuestro,
sino lo que los demás,
por falta de compromiso ontológico,
dejan en esa taza blanca
que todos manchamos.