La casa, el hogar dulce hogar, el santuario, el templo familiar, ahora es una mercancía más en manos de los bancos y las inmobiliarias, mafia y gangstercracia muy bien organizada para especular, engañar y extorsionar, dónde se firma papeles en los que sólo se expresa una voluntad: la del amo del cotarro que posee la propiedad.
La casa ahora constituye una mercancía que se compra, se vende, se revende, se hipoteca, se alquila o se maquilla, para invertir y sacar ganancias en cualquier particular.
Dejó de ser aquel árbol que echaba raíces y llenaba de olores y recuerdos las infancias que por ella transitaban, las generaciones que al pasar llenaban las paredes y los cuartos de un quantum de 'fantasmas' que, en los recovecos del recuerdo, se quedan grabados en las cosas que son testigos de nuestro pasar. Hoy todo son pisos. Jaulas nuevas sin historia. Apartamentos estandars sin alma. Ascensores y escalones para subir y bajar. Lugares por donde pasan docenas de inquilinos que no dejan nada atrás. Mercancias edificadas, una encima de otra, para ahorrar terreno y solar.
(Mi hermana vive en una casa centenaria. Raíces cúbicas de pasados coagulados te asaltan al entrar. Nacieron y murieron aquí abuelos, madres e hijos cuyas ondas y sentimientos incrustaron las paredes, las tapias, el patio, el 'doblao', el corral. Unas veces que allí nos quedamos a dormir, al levantarnos de madrugada para ir al retrete...hemos sentido como todos los personajes que habitaron la casa siguen vivos allí mirándote y observándote,
diluyéndote con sus ojos al pasar. Y sientes miedo, pero 'no un miedo moderno', sino atávico, demiúrgico, ancestral; como si regresaras al mito y los augurios esotéricos de la tribu que, tallada en aquellos cuartos y pasillos, aún deambula por aquella casa con todos sus pulsos y latidos que el tiempo no ha podido borrar)
Desde que llegamos de los USAdores estamos buscando casa, un lugar en el reino de España dónde anclar. Pero aquí, en éste reino reinante, no es fácil. Nada es fácil en España. Aúnque a los nómadas nada les es sencillo en el cosmos gregario con el que tenemos que pactar y asimilar.
Hace año y medio que vamos al garate de aquí para allá, de allá para acullá, y aún no hemos cogido el rumbo necesario para aparcar.
Aúnque recapacitando, hace medio siglo que vamos al garete, pero un garete (garete carece de sinóninos) que no es nuestro, es de las circunstancias, del barco en el que el transcender nos hizo embarcar.
Porque el transcender,
tratar de nacer plenamente,
recorrer el holograma que nos entregan al entrar,
siempre nos hace embarcar...
Es una nave de velas latinas de viejo timonel y sin compás dónde sólo hay un tripulante que, guiándose por las estrellas, navega a merced de las corrientes y los vientos que nos quieren empujar. (Como El empujado me defino cuándo en los momentos claves, esas parcelas anónimas dónde nadie nos puede escuchar, en monologo interno nos acertamos a calificar)
En la nave, eso si, llevamos una especie de casa para protegernos de los huracanes y la tempestad, que si no no podríamos navegar, pero no es una casa de inmobiliaras que tenemos que alquilar o comprar. Es una casa interior, amueblada a nuestro gusto, diseñada por necesidad, edificada sobre el mar, con cuyo arquitecto tenemos que firmar un contrato a riesgo de que no lo podamos pagar. En fín, una odisea marina en la que, eso si, se aprende mucho, pero a un costo, a un precio difícil de evaluar. El precio de ver desde afuera lo que a los de adentro no les está permitido mirar. Una cultura ontológica que hay que callar
Un precio que ahora, después de haber pasado año medio de desembarcar, ésta tierra firme se nos hace terra incognita a la que aún no nos hemos podido acostumbrar tratando de encontrar la casa de marras, el hogar dulce hogar, el santuario, el templo familiar; el lidiar con los anuncios en lo virtual de las pantallas del comercial; el tratar de buscar, ver, sopesar, indagar, viajar , para intentar encontrar una casa, un lugar...un proceso de leche agria que nos impulsa de nuevo a regresar al mar y decir cómo Bazarov, el personaje de la novela "Padres e hijos" de Turginev: