Hoy no he logrado acoplar
a los músicos de mi orquesta
a que todos juntos toquen algo.
No me han servido ni mi batuta
ni mis manos
Y cada instrumento
se ha ído por su lado
Cuesta acoplar,
en una sola sinfonía,
a los músicos que acarreamos.
La 'ambivalencia' de Freud
está en ese mismo barco:
cuándo la batuta o las manos
ya no nos sirven para unificar
los distintos instrumentos
que manejamos.
Entónces lo que hacemos
--huída hacia adelante--
es irnos al pentagrama ancestral,
ese, como decía Lorca,
"dónde resbalan valles y ecos".
Ese, dónde los músicos
han dejado sus puestos
y se han ido al abismo del silencio,
el que nos 'inclina las frentes
hacia el suelo',
hacia la tierra,
hacia lo que somos
y no queremos escucharlo:
el silencio,
el mismo dónde ensayan
sus demandas
los otros músicos
que portamos...
y que ya no necesitan
ni directores ni aplausos
para entonar sus libres cantos
sin que nadie ni nada
les impongan batutas o manos...