Decia la clarividente Simone de Beauvoir
que el marido es siempre un sustituto.
Pero, claro, no solamente el marido,
también la esposa es una sustituta.
(sustituta hemos dicho; no otra cosa...)
En realidad: todos somos sustitutos de alguíen o de algo que no se pudo alcanzar, y, empujados por la impaciente y demandante necesidad, tuvimos que recurrir --sin darnos cuenta, en sublimación experimental-- a sustituirlo por algo parecido para satisfacer como sea la inaplazable pulsión instintual.
(En verdad, todos estamos hipostasiados en una virtual realidad con la que tenemos --falsamente-- que comulgar para ir obteniendo nuestras migajas de pan)
Claro, el axis mundi del asunto, como fácilmente se podrá adivinar, es que no somos consciente de ésta transcendental transferencia de "suplencias" y hacemos pasar al sucedáneo por el original que no pudimos lograr para, prácticamente, no tener que angustiarnos con frustaciones y demás desengaños del humano berenjenal.
Todos somos sucedáneos de alguíen o de algo en cualquier circunstancias o lugar. Todo lo que tenemos --o decimos tener-- es, simplemente, una copia del original, un ser o una entidad interina que ocupa el puesto de quíen --o de qué-- no pudimos poner en su lugar.
¿Es trágico?
No lo sabemos
Habría que pensar.
O tal vez sea todo muy distinto a como nos hacen pensar...
O tal vez sea que, en verdad, de profundis,
no sabemos lo que queremos y nos dá igual
la copia que el original,
el suplente que el titular,
porque la cuestión, la pulsión instintual,
que es el viento que mueve nuestras velas
para poder existir y navegar,
lo que necesita, en un momento dado,
es complacer el hambre y comer del plato
que nos han puesto las circunstancias
en el contingente y eventual restaurant...
aunque el menú no sea de nuestro agrado
ni cumpla los requisitos de la comida ideal
...porque, que más dá...cuándo,
satisfechos y contentos,
pagamos la cuenta y salimos, llenos,
del restaurant...
no sabemos lo que queremos y nos da igual
la copia que el original,
el suplente que el titular,
porque la cuestión es satisfacer,
adecuadamente, la pulsión instintual,
que es la única receta para la felicidad.