Aquella soledad de mi madre
en la tarde de los domingos...
...sin saberlo,
la llevo engachada
en mis sentidos;
es un vestido,
una túnica
que envuelve el naufragio
del hombre desde su inicio,
y que, en cualquier momento,
sale a flote,
de pronto,
sin aviso...
Después de misa,
llegaba al vacío de la casa
y yo la veía entrar,
traje negro,
zapatos altos,
rosario en la mano,
ausencia final,
gesto huído,
nostalgia de tristezas
que cortaba mi velo
de adolescente a ella unido.
Y me decía, queda,
oráculo indefinido:
"Tu padre salió con los amigos, hijo"
Y no decía nada más.
Daba unos pasos
que me quemaban los oídos.
Y se sentaba
como caminante herido.
El mundo era un congelador
de tiempos derretidos.
Cualquier reloj se hubiese hundido.
Es cuando el tiempo se para
y se abre el abismo.
Y, en silencio,
nos envolvia aquella casa
de corral, patio, macetas, gallinas,
cocina de carbon y leña,
geranios, jazmin, dama de noche,
aromas perdidos,
oquedad ya que hiere al sentirlo.
Y yo comprendía,
sin saber por qué,
lo que había dicho,
sin preguntar,
sin decir nada,
callado,
fingiendo no ver
la inundación del río.
No la quería dejar sola
porque, como un rejón,
se me clavaba su soledad
en aquellas tardes de domingo.
"Hijo, ¿y tú, qué haces aquí?;
¿por qué no sales con tus amigos?"
Y me íba a la Librería Pública
a leer lo permitido.
Pero sin sacarme la soledad
de sus jardines marchitos,
aquella que taladraba su cara
la tarde de los domingos.
Y hoy, sólo en casa,
tú nostalgia de tristezas,
madre,
aquellas soledades
que juntos un día vivimos,
ahora está aquí conmigo.
Y te escribo estas líneas,
después de tanto tiempo,
y se las echo al Viento,
ese mismo Viento de soledades
de tantas tardes de domingo
que nos llevan y nos traen
por todos nuestros caminos.