Helene Demuth |
Freddy Demuth |
Carta Póstuma del Hijo de Helene Demuth
Estimado Padre:
Nunca, en vida, me atreví a decirle nada, pero hace unas semanas falleció usted, y hoy, abrumado por tantos recuerdos y penas, le escribo éstas líneas que nunca recibirá, pero que a mi me sirven de consuelo y desahogo. Después, en lugar de llevarla a correos, la guardaré conmigo como una de mis mejores memorias, pués en ellas, al fín, le echo al viento lo que siempre he sentido.
Ha pasado el tiempo, y ahora, hombe ya, puedo mirar hacia atras con la objetividad que dan los años, y después de leer sus escritos, no comprendo como un hombre como usted, con su alto concepto de la dignidad humana, me pudo dejar fuera de su "lucha de clases", que, según dijo usted, es "el motor de la história".
Para mí, es cómo si usted nunca me hubíese considerado parte de ese "motor", aunque yo también formé parte de esa "história", de su história, la misma que siempre ocultó al darme el vergonzoso reconocimiento de la paternidad de su amigo, Friedrich Engels.
No sé, tampoco, en qué "clase social" me encajó cuándo nací de su propio ser...seguramente en la clase social de los "ilegítimos", un nuevo término sociológico que usted se olvidó de incorporar a su repertorio político...En fín, el tiempo ya pasó, y, en verdad, de lo que le quería hablar es de otra cosa...muchas cosas, como usted supondrá.
Cuando murió mi medio hermano, Edgar, sentí, aún siendo niño, que con la desaparición de su único hijo varon, las cosas cambiarían para mí. Pero fué tan sólo una brisa pasajera, un deseo infantil en busca de una cierta protección paternal, el sueño de que usted me reconociera, y me aceptara, al fín, como su propio hijo, máxime teniendo en cuenta sus ideas y acciones tan progresivas para la época.
Pero el tiempo fué pasando, me hice adolescente, hombre, y ahora, ya con la conciencia exácta de lo que fué su podrida sensibilidad de convivir juntos bajo el mismo techo por tantísimo tiempo sin que usted tuviese el mínimo gesto de...como diría...de amor, si, de amor, o, al menos, de ternura, de compasión para con el que usted sabía muy bien que era su propio hijo, carnes de sus carnes...como le digo, ahora me doy cuenta de su auténtico calibre humano con el cual, desde luego, usted no pasará a la história, por lo que ahora, con éstas palabras, lo quiero subrayar para que algún día se pueda tener de usted la necesaria imagen complementa que desvelan mis sentimientos que fueron testigos de cargo
de sus otras personalidades que nunca constaran en su biografía.
...Al recordar éstas heridas...tengo que dejar de escribir...Un momento...
Ya estoy de vuelta.
También fué el cólmo que usted, al morir, le dejara en su testamento toda su fortuna de 250 libras a su hija menor Eleanor...¡como si yo nunca hubíese existido!
Lo que no entiendo, ni nunca entenderé --y tal vez por ello escribo estas líneas--, es que muchas veces me pregunto que dónde se encuentra, en la fachada de sus libros, en los oropeles de sus proclamas, en los escaparates de sus concéptos, ese hombre que yo conocí, ese hombre que nunca me conoció ni me reconoció, ese padre que siempre me negó...simplemente por ser un "bastardo" producto de sus relaciones amorosas con la sirvienta de su casa...Y nunca he entendido cómo todo ello podía y puede relacionarse con sus llamadas "ideas revolucionarias".
Pero ya usted no está aquí, y todo ésto que le digo nunca lo sabrá de mí; sí, lo sé, tuve que decírselo antes, lo sé, pero a veces las cosas toman tiempo, mucho tiempo, y hoy ha sido ese día...Ese día en el cúal no le puedo entregar ésta carta, pero se la echo al viento, al viento de mi desahogo, al viento de la memoria de mi querida madre que se sacrificó toda su vida por mantener a flote su casa, su vida, su matrimonio, su familia...de la cúal yo nunca fuí un miembro más.
Freddy
Londres, 7 de Abril de 1883
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