que todos absorvemos
de distintas maneras.
Yo, por ejemplo, la absorvo llamándola
por su nombre: traumática
Y de ésta manera, naturalmente,
deja de ser traumática y se convierte
en una experiencia ontica-ontológica
del "ser ahí" heideggeriano.
Y a partir de aquÍ surge la analítica implícita.
El médico corporativo,
tal como lo conocemos hoy en día,
es una invención muy reciente.
Salta a la palestra histórica
cuándo los burgueses se dieron cuenta
de que la "salud" de sus siervos
podría ser también un buen negocio.
Pero, claro, para mantener el negocio
habría, antes, que enfermarlos a todos,
y, ¡oh, dioses y diosas del Olimpo!,
aquí también descubrieron otro negocio.
Porque, en realidad, sólo le tendríamos
que pagar al médico corporativo
cuándo estamos bien y sanos.
Pero pasa al revés (boomerang dialéctico):
tenemos que pagar cuándo estamos enfermos
y tenemos que ir a visitar al galeno.
Así nació el gran negocio de prolongar la vida.
Ahora, la muerte, en éste contexto,
se ve venir con telescopio,
desde lejos.
Al igual que en astronomia vemos venir
el cometa que se aproxima, es decir:
ahora vivimos la muerte muchísimo
mas que antes, es decir:
morimos más que antes cuándo
no se veía llegar
...y..¡plaf!, arribaba de golpe y ya está.
Entónces ir a visitar al médico corporativo
es usar éste telescopio para vivir la muerte
y verla llegar.
Por eso, la experiencia,
se diga lo que se diga,
es traumática,
a pesar de que se trate de trivializarla.
Ahora estoy en la sala de espera.
Esperando.
Otros congéneres pacientes están a mi lado.
Los miro, y encuentro en todos ellos
el mismo telescopio que gira en sus espacios.
Nadie habla.
Todo callado.
Tan sólo el universo de la muerte
con sus galaxias,
planetas y agujeros negros,
en movimiento,
en silencio,
misterios profundos
desde el principio abierto.
El motor del aire acondicionado
condiciona, con su zumbido,
cogitos y presentimientos abortados.
Todos esperamos que nos llamen
desde algún lado.
Parados, sentados,
estatuas ahora sacrificadas
en lo congelado del médico corporativo
que prepara ya sus recetas,
sus píldoras y farmacos recomendados.
Siento en todos sus telescopios ensamblados
de lentes cóncavas
a las que llegan una luz
que trae al presente un pasado,
lo mismo que esa luz de estrellas lejanas
que ahora mismo,
por algún lugar,
viene viajando por el espacio
y que un dia llegará a la Tierra,
a nosotros,
para decirnos que LA HORA ha llegado.
Esa Hora, que, ahora,
en la visita al médico,
queremos retrasar lo posible
porque el seguir vivos
es el deber que todos acarreamos
(es un deber impuesto
que nunca analizamos)
Un instinto que se remonta
a tres mil quinientos millones de años atrás,
cuándo los átomos,
cansados de su soledad,
formaron la primera célula
que aún en nosotros sigue vibrando.
"-¡El siguiente!-"
Y una vieja se levanta
como si le hubieran leído
una sentencia que tiene
que apelar para permanecer
en la "mundanidad" heideggeriana
otro rato.
Anda despacio hacia la puerta
que una enfermera
se la mantiene abierta con la mano.
Ya en la misma puerta,
se vuelve hacia nosotros,
que seguimos esperando,
y nos dice con voz
de rata vieja a punto de morder
el queso que en la trampa está ubicado:
"-Cuándo vengo al médico me pongo peor-"
Y todos la comprendemos sin añadir comentarios.
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