Mi padre nació en 1901, en Trigueros, un pueblo de la provincia de Huelva, Andalucía.
Su padre era maestro zapatero, su madre se ocupaba de las labores de la casa. A los pocos meses de su nacimiento, la familia se trasladó a Huelva en busca de trabajo. Aquí viviría mi padre toda su vida.
Fué el mayor de cinco hermanos; excepto su hermano Juan, todos murieron de tuberculósis cuando él hacía el servicio militar en la base aérea de Tablada, en Madrid.
Cuando marchó a Madrid --me contaba, nostálgias azules en sus pequeños ojos--, todo el barrio fue a despedirlo a la estación del tren, 'Huelva Término'.
Viajar esas distancias, por aquel entónces, era aventura interespacial, y, en la cohesión de la tribu, era algo digno de celebrar.
Sobre los doce años empezó a trabajar de aprendiz de mecánico en los 'Talleres Lima', que estaban ubicados por aquel entónces frente a la estación de Zafra, el ferrocarril que comunicaba a Huelva con Extremadura.
Nunca fué a la escuela, las exigencias de la subsistencia lo impídieron, desde tempranísima edad se tenía que colaborar, militarmente, en las necesidades y deberes de la casa.
Vivía de niño en la Plaza de la Soledad; en medio había un pozo; lo llamaban 'Er Pozo la Calle'.
Yo, en mi juventud, logré vislumbrar aquella plaza un poco parecida a aquella época de principios de siglo.
Poco a poco se fué haciendo un gran mecánico, "ajustador", torno, lima y ajuste de piezas en motores de coches y barcos. Larguísimas horas de trabajo de niño, de adolescente, no conoció otra cosa que el trabajo.
Llegada su entrada en el servicio militar lo destinaron a la base aérea mencionada como mecánico en motores de aviación (motores 'Hispano-Suiza'). Su jefe, un italiano especialista en tales motores, lo quiso llevar a Italia debido a que en aquella época (1924-26) los especialistas al respecto casi ni existían. A mi padre, aquella proposición le pareció como si nos invitaran a visitar la galaxia de Andrómeda.
En Tablada conoció al mecánico Rada que participó en el histórico vuelo del 'Plus Ultra' (No sé si lo 'conoció' o lo vió desde lejos)
La vuelta a casa fue el regreso a un mundo dónde su padre también había fallecido en su ausencia con el hígado destrozado por el vino. A su padre le daba por leer los periódicos, mandar a su mujer, Josefa, a la taberna a que le trajera una botella de vino y cantar zarzuelas.
Un día canto la última.
Más tarde, las zarzuelas y los valses de Strauss formarían en él un substratum afectivomusical dónde lo veía columpiar nostálgicamente sus sueños de juventud cuando los mozos y las mozas de aquella época, dónde aún "la flor no había sido marchitada", entrelazaban cadencias aún no contaminadas.
Pero había que trabajar,
trabajo no había,
había que hallarlo.
Su madre y él.
El y su madre,
relación que permanecería con tremenda intensidad toda su vida.
Los talleres mecánicos no proveían estabilidad económica, tan sólo medieval jornada laboral por poco dinero. Había que buscar algo más más seguro y duradero que incluyera bneficios sociales. Su madre, su adorada madre, con conexiones en el clero, se ocupó de ello; y lo consigió.
Sobre 1927 entra a trabajar en la RENFE, Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles. Su título, "levantador". Cuándo el vagón descarrilaba, con un 'gato' de manivela, entre dos hombres, se tenía que poner de nuevo sobre las vías. Después paso a ser "visitador"; cada vez que se paraba el tren en cada estación había que 'visitar' los vagones para ver si todo marchaba bien. Le llamaban a ésta misión "recorrido" . Una frase se hizo famosa en aquellos años bajo la escacez alimentícia:
"Recorrido zaca gamba".
Huelva era muy reconocida por sus gambas, y el "pescadero", el tren que llevaba el pescado y el marisco a Sevilla, llegaba siempre a su destino 'con menos carga de la que había salido'. Al hacer el "recorrido", naturalmente, se sacaban gambas de las cajas donde íban.
Mas tarde, en su etapa final, paso a ser encargado de talleres. Le dieron una gorra de 'plata' con la que le hacíamos bromas...y él, con esa humildad producto de sus orígenes, corolario de toda una vida de rutina carcelaria que implica la esclavitud asalariada, sonriendo tímidamente cómo disculpándose de su cargo, decía:
"Joío vaína!".
Joio -jodido- vaína -tonto-
Expresiones ancestrales del pueblo cuando la linguística se hace iconoclasta y se escapa de sus guardianes gramaticales.
Al morir su madre, matrimonio.
Conoció a mi madre en la feria de San Juan, un pueblo a diez kilómetros de Huelva. Su hermano Juan, llevando en 'jarilla' (:)a un pájaro y él. Los dos tomaron el tren para San Juan. Mientras Juan 'jarilleaba' al pájaro él se acerco a aquella "buena moza" y se presentó como "representate en cueros". A mi madre le gustó la broma porque se hicieron novios y él empezó a visitarla en un pueblo cercano, Moguer.
Se casaron en la iglesia de Moguer el 19 de Marzo de 1933. En Diciembre de ese mismo año nació mi hermana. Siete años después nací yo.
Corria el año mil novecientos cuarenta.
Corría tambien mucha sangre,
y represión, y hambre, y temor, mucho temor;
y todos éstos afluentes componían un gran río:
el río del miedo.
Un miedo callado, solapado,
pero que, apagado,
brillaba en los ojos de lo omitido;
un alarma, un canguelo,
que, desde los sensores y periscopios infatiles,
se detectaba sin palabras,
áfono, sin conciencia empírica,
pero que quedaba bien escrito
en los palimpsestos de la psíque,
esos pergaminos en los que la infancia,
esa "fábula de fuentes",
como dijo el poeta,
deja de ser 'fábula' para mecerse en las 'fuentes'
de la captacción de algo que estaba alli,
en la atmósfera,
en las miradas,
en los suspiros,
en el perenne luto,
y que nadie se atrevía a mencionar
porque estaba prohíbido,
porque había que continuar viviendo,
trabajando,
llevando el pan a casa,
porque era demasiado pavoroso
hacérselo saber a los niños
que solo jugaban en la calle
a imaginaciones y laberintos
que nada tenían que ver con la realidad,
con lo que estaba pasando.
Y así calló mi padre.
Estuvo callado por cuatro decadas y media.
Fué demasiado espantoso lo que vió y sintió.
Bajo su boina,
con su traje azul,
con el canasto dónde llevaba a casa
carbón de piedra y leña
para la cocina económica,
dónde, también,
cuando acompañaba al tren "pescadero" a Sevilla,
traía mariscos.
"A ver, tú, rojo, ¿qué lleva en ese canasto?!"
No insistian.
Era solo para intimidarlo,
para humillarlo,
para aterrorizar,
para que el río del miedo corriera sin desembocar:
para hacer callar
Y asi calló mi padre.
Así callaron todos.
Debajo de sus boinas,
Con su trajes azules de ferroviarios.
Con sus canastos en sus manos.
Huelva, bajo un espeluznante terrorismo,
fué ocupada rápidamente por las fuerzas fascistas.
El transporte es fundamental en la guerra.
A los ferroviarios le pusieron una estrella amarilla
en el pecho para facilitarles el tránsito hacia sus trabajos,
sobre todo en los turnos nocturnos.
Entre muertos tirados en el suelo
había que llegar a trabajar.
En silencio,
mudos,
sin rechistar,
cabizbajos,
mirando para otro lado
para no ver nada mal:
el cadáver tirado en el suelo,
mañana podría ser el escombro
de tu propia personalidad.
Nada asusta más que la muerte.
Y las palabras se hacen boomerang:
y antes de que salgan de la boca
se las hacen regresar.
Pero, un día,
cuarenta y cinco años después,
salieron sin regresar...
En la Residencia para Pensionista de la Seguridad Social, "Francisco Franco".
Tenía ochenta y cuatro años.
Con lágrima en los ojos,
me dijo señalando a otro viejo
sentado al otro lado de la sala:
"...Hijo...aque...aque...jo de puta mato,
en la calle, a mi primo Benito
y a to lo que iban con él
¡...llo lo bí...llo lo bí...!"
Nunca le había oído decir nada igual.
Las lágrimas no le dejaron contínuar.
Había aguantado demasiado tiempo
para no ser ahora emocional.
Ahora, viejo,
el trascurrir apretando ya,
en mí, sus últimas tuercas,
te escribo éstas líneas,
estés dónde estés,
estés dónde no-estés,
en mi memoria,
en mis recuerdos,
en el viento,
en ésa lámina vacía del tiempo
dónde, cómo fantásmas inútiles,
nos disípamos cómo sombras
sin saber, sin entender,
sin descifrar nunca el por qué.
(:) Tener a un pajaro en 'jarilla' se decía cuándo se le ataba a un palo y se le entrenaba así para que el pájaro, con las alas cortadas, se posara de nuevo en el palo cada vez que éste se le quitaba bruscamente.