Dedicado a mi hijo Miguel Lenin,
descubridor de las puertas y bisagras
del Cosmos que se abren ante él,
por el tremendo tiempo
que pasamos juntos en Sorata y Cochabamba.
Viajar,
no bajo el "paquete turístico",
sino a la interpérie,
en las calles y a cuerpo límpio,
es engrasar las válvulas,
los émbolos,
los pistones:
es lubrificarse a uno mismo.
Es pensar,
sentir,
interpretar,
comparar,
sobre atalayas y parámetros distintos,
bajo nuevas distancias ópticas,
políticas y epistemológicas,
del cuerpo y el espíritu,
que, en el Sísifo diario,
secuestran la cotidianidad,
la rutina,
la repetición y el hastío
de lo consabido,
de lo repetido.
También, viajar es despertar,
salir del "sueño dogmático"
--como decía Hume--
dónde siempre andamos metidos
para saltar, así, a la crítica y al análisis,
por cotejo y confrontación,
de lo que experimentamos y vivimos.
Es nadar y bucear,
tanto en lo nuevo
como en las grietas,
cavernas y valles
de lo que salimos,
de lo que tenemos que dejar atrás
para poder ser percibido.
Viajar es remontarse,
como el cóndor,
sobre ese polícromo y variopinto
mundo de las culturas e histórias humanas,
que, aquí, en La Tierra,
y, en cada lugar,
han creado, para sobrevivir,
sus inherentes luchas,
respuestas y caminos,
y hasta que no entramos en contacto directo con ellos,
sin intermediarios,
hasta que no lo experimentamos por nosotros mismos,
no podremos, como dijo Joshu,
el antíguo Maestro Zen,
'ajustar correctamente la bisagra
de la puerta que abrimos':
"El Zen es nuestro pensamiento cotidiano,
todo depende del ajuste de la bisagra
para que la puerta abra
hacia adentro o hacia afuera".
Viajar es ajustar la bisagra hacia afuera:
porque sin ese "afuera"
nunca podríamos ver el "adentro".