Ya todo había quedado difuminado en el fantasma
de lo que ya-no-es, cuándo, de pronto, aparece
un testigo del pasado: una fotografía, y el recuerdo,
la remembranza, que es como una esperanza boca-abajo porque se vislumbra que lo anterior es mejor que el presente al que vamos amarrados lo que, según Marcuse, redime al pasado porque quizás lo absorve para digerirlo y purificarlo.
Pero, ¿de qué lo ha de redimir?,
¿del olvido?,
¿de la ausencia?,
¿de su inexistencia?,
¿o del palimpsesto dónde todo
quedó enterrado?
La cuestión fue que, por lo menos, esa fotografía
nos trajo todo ésto que escribimos y sentimos,
y, eso si, ahora lo percibimos como si el Tiempo
perdiera parte de su poder porque se hace
como un portal misterioso por dónde podemos
pasar a visitarlo, por dónde podemos llegar
a encontrarnos con nosotros mismos...
¿Con nosotros mismos o con ese otro
que ya no somos, que ya no cabalga
a nuestro lado, y visto asi hasta
nos parece extraño, ajeno, lejano?.
Decía Francisco Umbral:
"El hombre es una sucesión de hombres; yo soy una sucesión de 'yoes', pero ésta sucesión se agrava y se vuelve alucinante por el hecho de que todos los 'yoes' están presentes en cada cosa que hace el 'yo' (vivimos sobre el fondo de lo que hemos vivido y nada más), y el agravamiento final del proceso es que tantos 'yoes', si bien presentes, están muertos. Somos presentes sucesiones de difuntos. Lo que portamos con nosotros no es una alegre excursión de personalidades sucesivas y simultáneas: lo que portamos por la vida es un carro de muertos, de los 'yoes' que se nos han ido muríendo y que nadie entierra, sino que van tirándo de nosotros o nosotros tirándo de ellos. Unas veces mandan los vivos, y otras veces los muertos."
¿Será verdad que unas veces
-en nosotros mismos- mandan
los vivos y otras veces los muertos?
Pues podría ser...
Porque nos parece que ahora
nos estan mandando Rafael y Luis,
que ya estan en la otra orilla,
y, desde allí, nos estan mandando
que escribamos éstas líneas.
Pues para vosotros van.
Estéis dónde estéis.