Hemos visto la película
de Juan Miguel del Castillo,
Techo y Comida.
Bueno, en realidad,
no es una película
Es un documental...
Tampoco, es una REALIDAD.
Una realidad sin escaparate,
sin windowshow,
sin maquillaje,
sin cosméticos,
sin cremas,
sin arreglos,
sin potingues,
directa,
un directo jab al espectador,
no al régimen.
Y, lo paradojico, el personaje,
la madre soltera con un hijo,
se averguenza de ello:
teme que el régimen le quite a su hijo
porque no lo puede mantener.
Juan Manuel, el director,
optó por la verguenza
en lugar de por la denuncia,
la rebelión,
la acusación,
la condena,
y dejo suelto a los culpables
bajo fianza,
una fianza que pagaron
holgadamente y se quedaron libres.
¿Una fianza de no-molestarlos
para que su película pudiese circular?
Dejó al solipsismo del espectador
(sin compro-meterse)
que hiciera de juez,
que interpretara,
que evaluara.
Está bien.
Lo pasamos.
El hombre nos dió
el documental hecho arte
El arte hecho documental.
Mientras, los canallas
huían a lo abstracto,
a lo invisible,
sin que se pudiesen detectar.
Techo y Comida se salva.
Pero es una narracion apofántica,
declarativa,
expositiva,
dónde los cualpables
se escapan.
No toca a los canallas
que roban los techos
y las comidas.
Todo queda a juicio
y solipsismo del espectador.
Como si los apartarse
de la escana del crimen.
A nosotros, la verdad,
nos costó hacerlo...
era demasiada fuerte
e involucradora
la REALIAD que viviamos.
Quizás Juan Manuel del Castillo,
como el topógrafo en la novela
El Castillo de Kafka,
no quiso llegar al Castillo,
a esa fortaleza inexpugnable
dónde siempre se refugian
los ladrones de Techos y Comidas,
para no correr los riesgos y cuidados
que demandan la industria cinematográfica...