Mirénla bien.
Mirénla a sus ojos.
A su expresión.
Todos estamos en ella.
Ella está en todos nosotros.
No podemos evitarlo
por muy lejos que nos vayamos.
Se llama Ebru Timtik.
Murió en el silencio
de un hospital de Estambul.
Después de una huelga de hambre.
Pesaba 30 kilos.
Pero pesaba un Cosmos alado.
Pedía juicio justo
para los prisioneros políticos kurdos.
Y llegó hasta el final.
Un final de principios que vendran,
en cualquier sitio,
en cualquier lugar.
Hoy le abrimos nuestra bitácora
a esas mujeres,
anónimas y lumínicas,
que llegan y pasan
dejando huellas en las noticias
desparramadas en lo incógnito y lo banal.
Hoy le abrimos nuestras ventanas
a esas estrellas lejanas
que, desde lejos, nos alumbran
sobre lo que en otros lugares está pasando
para enterarnos que no todas
las simientes que se plantan
se secan sin fructificar.
Hoy le abrimos nuestras entradas
al Ser Humano, a una Mujer:
Ebru Timtik
Se extinguió en silencio.
Pero en la apoteosis de lo logrado.
Se fue en un hospital, sóla.
Pero acompañada
de los que alli estabamos.
En un cuerpo diezmado.
Pero pesaba un Cosmos alado.
Pedía juicio justo
para los prisioneros políticos kurdos.
Y llegó hasta el final.
Un final de principios que vendran,
en cualquier sitio,
en cualquier lugar.
Mirénla bien.
Mirénla a sus ojos.
A su expresión.
Todos estamos en ella.
Ella está en todos nosotros.
No podemos evitarlo por muy lejos
que nos vayamos...