A Antonio,
que nos regaló
éste divino cuadro
Un día de cielos despejados y nubes negras,
bajo un sol de esperanzas,
cuándo los pájaros volaban en arcana dirección,
se reunió el rebaño para ver qué se hacía
con el pastor,
como devolverle todo lo que hacía por ellos,
el cuidado, su abnegada atención,
y todo sin pedir nada a cambio,
tan sólo la leche, la lana,
y, de vez en cuándo,
llevar a los más inservibles al matadero
como extremo caso de compasión,
total, nada, para lo que les ofrecía el pastor.
Y asi se decidió.
Un día de cielos despejados y nubes negras,
bajo un sol de esperanzas,
en el redil,
al anochecer,
se hizo el mitin esperado
para ver como se homenajeaba al pastor.
Y todos, al unísono,
llegaron a una unánime conclusión:
pintarle un cuadro al pastor
y colocarlo en el lugar más importante
para que presidiera siempre
el paso del agradecido rebaño
camino de valles y montes
dónde la hierba y el pasto
era siempre el mejor.
El cuadro resultó una maravilla.
El pastor, al verlo,
se le saltaron las lágrimas de emoción.
Toda su expresión,
su larga cara,
su boina de plato ceñido,
su gran bastón,
todo, todo, reflejaba excelsamente,
las bondades de aquel gran pastor.
Y aquel día hubo fiesta,
regocijo y felicitación,
como si hubiésen desaparecido
aquellas nubes negras
y el cielo hubiéra recobrado
su total resplandor.
Aquel día el pastor decidió
no llevar a ninguno al matadero;
hasta les prohibió a sus perros mastines
que ni ladraran ni mordieran
a aquel rebaño que había terminado
amando tanto a su pastor.