El monumento de Colón al fondo
siempre receptivo
a éstas histórias de antaño,
cuando la calle
era todo el escenario.
Antoñita La Tonta
que --decía ella--
vivía en un palacio,
con un cochino
que lo llamaba Anastasio
y familiares y desconocidos
que andaban de chiripa
empujados por el viento
de anónimos colapsos.
(Nubes sin color
y miedos sepultados
hacían oídos sordos
a los silencios
de naufragios)
Antoñita llevaba
una falda larga y negra
hasta los pies
que nunca se lavaba
y una cesta al brazo
dónde recogía
por las calles
papeles y chatarras
y desperdicios de comidas
para engordar a Anastasio.
El palacio
era una chabola de cartón
que habían apañado
en el barrio de Valbueno (Huelva),
cruzada la gabia
de aguas negras
dónde una palmera tendida
hacía de puente colgante
dónde más de uno se caía
para olímpicamente nadar
en sus aguas.
Lo recuerdo muy bien
porque frente al 'palacio'
estaba la miga (*) de Las del Boa,
dos hermanas de eterno luto
donde, especie de 'guardería',
atendían a los niños
hasta los tres años.
Era la época
del Caudillo de España
por la Gracia de Dios
cuando llovía del cielo
fuego y palos
y una resignación negra
de cruces y llantos apagados
--que la infancia presentía
en los adultos sin entender
qué estaba pasando--
envolvía con sus cadalsos
al mundo infantil ajeno
de geranios y blancos.
Y un dia,
un día de desencantos
cuándo ya nadie sabía
qué valía la vida
porque la derretían
a mazazos
mientas el crimen
nos iba rozando,
Antoñita apareció
con una gran barrriga
bajo su larga falda negra
que la había disimulado.
Y cuándo los chiquillos
descubrimos aquel bulto,
le gritabamos
que cómo había pasado,
y Antoñita,
con su cesta al brazo,
como si para ella
todo fuese un juego
de inocencias y tragedias
pintadas de amargos,
jilocha y risueña,
bamboleando su cuerpo
dónde ya el alma
se había esfumado,
dando un saltito a un lado,
decía casi cantando:
"Asi fue...!"
Y los chiquillos reíamos
acompasándola en el salto...
Quizás fue uno de sus compañeros
de palacio,
o su padre,
o su hermano,
porque todos vivían y dormían
'dando saltitos a un lado',
o tal vez fue Anastasio,
o acaso fue el Espíritu Santo,
ese que a los pobres y desahuciados
le hace tantos milagros
para iluminar torcidas noches
de redención consanguínea
y perpetuación a retazos
dónde la libertad
engendra a sus vástagos
"El padre es el cochino",
decían las malas lenguas
que siempre se lanzan
contra los polizontes del barco
"El padre es Anastasio",
decíamos los chiquillos
con la maldad
de los pocos años.
Pero a Antoñita,
vuelo ingrávido
de dónde ya el alma
se había esfumado,
se la veía más contenta,
como si por tanto tiempo
lo hubiéra esperado,
y cuándo le gritabamos
que cómo había pasado,
al repetir el saltito a un lado,
éste parecía más alado,
como, si por un momento,
el alma --su alma--
volviéra a retornar al lugar
de dónde se había escapado.
(Nubes sin color
y miedos sepultados
hacían oídos sordos
a los silencios
de naufragios)
(*) A la 'miga' se la conocía
como la guardería
dónde se atendían,
antes de la escuela,
a los niños pequeños
para que sus madres
descansaran un rato.
Las del Boa eran dos hermanas
de riguroso y perenne luto,
hijas del Luto que asolaba España.
Allí, si no te daba tiempo
para ir al retrete
te lo hacías en el banco
que había que traerlo de casa.
(A mi me ocurrió un día
de memoria nefasta
y el camino casa
fue una verguenza
que aún la llevo clavada)
....................
PD:
Había muchas Antoñitas
dando un saltito a un lado
acarreando un equipaje impuesto
que ellos y ellas nunca quisieron acarrearlo.
La Villaplana, --Novia del Chavea--,
Paquito el del Barrio,
El Breva,
Eugenio,
Don Manuel,
Arturito,
El Quiqui,
Matías,
El Tirantiti...
Habría que hacer un libro
para describirlos a todos
y se conociéra
que un día existieron
y formaron parte del barrio;
personajes queridos
de los primeros años y la infancia
y de los cúales,
aúnque parezca extraño,
aprendimos tanto,
aprendimos a ver que la diferencia
entre nosotros y ellos
era un azar coyuntural
tan sólo definido por el medio
y separado por un hilo muy fino
que podía ser cortado.
Hoy, toda ésta variedad
y policromía humana,
suelta, aún sin delinquir,
aún sin ser tratada
porque al régimen
aún no molestaba,
está encerrada, apartada,
porque ya molesta al negocio que manda.
('El Nacimiento de la Clínica' -Y la locura-
Michel Foucault)